Hace 110 años, un 31 de enero de mucho calor, nació Héctor Roberto
Chavero Aramburu, compositor folclórico que trascendió las barreras de la
música hasta volverse una obra viva, sensible, profunda y revolucionaria. En
esta nota, una conversación con los investigadores Yolanda Fabiola Orquera,
Ignacio Ramos Rodillo y Lila Bujaldón de Esteves sobre los vericuetos de su
paso por el mundo.
Escuchar detenidamente las canciones de Atahualpa Yupanqui, con su voz,
con su guitarra, con su poética, es una experiencia conmovedora. Hacerlo hoy, aun
más, que se cumplen 110 años de su nacimiento, allá, en 1908, en Juan de la
Peña, pueblito de Pergamino, bien al norte de la provincia de Buenos Aires. Su
padre mestizo de origen quechua, santiagueño, y su madre criolla de
descendencia vasca lo criaron en otro pueblito, Agustín Roca, en Junín. Nació
como Héctor Roberto Chavero Aramburu pero a los 13 años se cambió de nombre,
uno artístico se puso. Atahualpa Yupanqui, en quechua: "Persona que viene
de lejanas tierras para contar algo".
Aprendió a tocar la guitarra de chico. Viajaba 16 kilómetros en el lomo
del caballo para tomar clases con el concertista Bautista Almirón, que vivía en
la ciudad. Luego, descubrió la música clásica: Schubert, Liszt, Beethoven, Bach
y Schumann. Eso, mezclado con lo que conoció en Tucumán, cuando estuvo allí con
su familia —bombo y arpa india, entre otros instrumentos— lo volvió un músico
exquisito. Claro, la sensibilidad social y su curiosidad intelectual hicieron
lo suyo. "Camino del indio", por ejemplo, la escribió a los 19 años.
Caminito del indio, / sendero coya sembra'o de piedras.
Caminito del indio, / que junta el valle con las estrellas.
Caminito que anduvo / de sur a norte mi raza vieja
antes que en la montaña / la pachamama se ensombreciera.
Cantando en el cerro, / llorando en el río,
se agranda en la noche / la pena del indio.
El sol y la luna / y este canto mío
besaron tus piedras, / camino del indio.
En la noche serrana / llora la quena su honda nostalgia
y el caminito sabe / cuál es la chola que el indio llama.
Se levanta en el cerro / la voz doliente de una baguala
y el camino lamenta / ser el culpable de la distancia.
El Yupanqui
ideológico
Se podría decir que Atahualpa Yupanqui nació en cuna radical. Su padre
—obrero telegrafista del ferrocarril y domador de caballos— se sumó al
movimiento de masas forjado en la figura de Hipólito Yrigoyen. "Como las
familias de criollos e inmigrantes, los Chavero nutren el radicalismo
insurgente de aquellos años", explica Norberto Galasso en su libro de
1992 Atahualpa Yupanqui: el canto de la patria profunda. Tal
fue su empatía con Yrigoyen que, tras el Golpe de Estado que lo derrocó en 1930
e instaló la década infame, participó de la rebelión en La Paz, Entre Ríos, de
1932. Fue un intento revolucionario donde, junto a los hermanos Kennedy —Mario,
Eduardo y Roberto, tres hacendados entrerrianos descendientes de irlandeses—,
el escritor Arturo Jauretche y algunos hombres más, tomaron la comisaría y
pidieron la liberación del Presidente preso. La historia terminó mal, con el
exilio en Uruguay y Brasil. Pero luego, al volver, abrazó la causa comunista.
En septiembre de 1945 se afilia al Partido y empezó a sufrir las persecuciones
del peronismo: entre el 46 y el 55 no se lo podía nombrar. De hecho, si pasaban
en la radio su clásico "Camino del indio", por ejemplo, los locutores
lo presentaban "de autor anónimo".
Desde Santiago de Chile, el investigador Ignacio Ramos Rodillo recuerda
cómo se emocionaba su abuelo cuando escuchaba los discos de Atahualpa Yupanqui.
Hasta las lágrimas, dice. Luego, de adolescente, él mismo empezó a
interiorizarse por el fenómeno Don Ata y a preguntarse sobre la relación entre
folclore y militancia política de izquierdas. "Atahualpa Yupanqui es
considerado el primer gran folclorista comprometido de América Latina, de ahí
que el conocimiento de su trabajo y trayectoria sea inevitable", le
comenta a Infobae Cultura quien escribió en 2012 la tesis de maestría en la Universidad de
Chile sobre el folclorista argentino y Violeta Parra. "Yupanqui es alguien
—reflexiona— que no sólo se encarga de representar al trabajador del pago,
criollo y patriota, muy en la senda del nativismo o criollismo de inicios del
siglo XX. Se encarga sistemáticamente, además, de mostrarle a sus compatriotas,
comunistas y no, la existencia de una Argentina indígena que es, por un lado,
el vínculo que el país tiene con el mundo andino y, por el otro, la porción de
la sociedad nacional más empobrecida y marginada."
Críticas social en
lenguaje paisano
El contacto de la investigadora Yolanda Fabiola Orquera con la obra de
Yupanqui fue, no sólo familiar, también geográfico, por "la profunda
huella que dejó en la conformación identitaria de los tucumanos, identificada
con 'Luna tucumana', y otras composiciones no menos populares, como la 'Zamba
del grillo', 'Nostalgias tucumanas', 'La tucumanita' y 'La viajerita'. Eso le
llevó a escribir en 2008 Marxismo, peronismo, indocriollismo:
Atahualpa Yupanqui y el Norte Argentino. "Lo que a mí me llamó
siempre la atención —le dice a Infobae Cultura— es la particular
vigencia que tuvieron sus composiciones entre los trabajadores rurales,
especialmente en los ingenios azucareros, entre mediados de los treinta, cuando
empieza a sonar en radio, y mediados de los setenta. Mi mamá, quien vivió en el
campo de Monteros a fines de los treinta, al lado de un cañaveral, me decía que
los zafreros llegaban cantando La viajerita, que de hecho era una zamba que
ella aprendió de niña, porque en su casa había un fonola. Después se me planteó
la necesidad de explicar el hecho de esos zafreros eran mayoritariamente
peronistas mientras que el músico se identificaba, en los años cuarenta, con el
comunismo. Escuchaban a Yupanqui y votaban a Perón. Es decir que en ellos no
había una escisión entre ambas identidades."
"En el caso de Yupanqui —continúa Orquera—, yo noto que en esas
primeras zambas su crítica social se ciñe al lenguaje del paisano, sin que
aparezca el lenguaje estrictamente marxista que presente por ejemplo en el
repertorio que lanza en Francia en 1950, donde su audiencia era
preponderantemente del Partido Comunista. Él, como artista que conoce
tempranamente el poder de los medios de comunicación, elabora un discurso a
partir de las prácticas musicales y poéticas de los paisanos a los que quería
llegar. Les habla de sus penurias, del mismo modo que lo hacía Perón. Ambos
tenían visiones antagónicas sobre el modo de solucionar esa situación, pero
coincidían en el diagnóstico y en la centralidad que daban a los trabajadores.
Desde mi punto de vista, el proceso de construcción de la representación
política de estos es paralelo a la construcción de su representación cultural,
que tiene uno de sus mayores referentes en este artista. El discurso
yupanquiano funciona, por lo tanto, un mediador evanescente (el
concepto es de Fredric Jameson) capaz de cohesionar la conciencia social de los
paisanos ante el momento político que se abre en los cuarenta, oficiando de
puente entre un lugar de crítica marxista (la del generador del discurso) y un
lugar de recepción predominantemente peronista (el de los zafreros)."
Vaivenes con el
comunismo, pero antiperonista
En 1952 Yupanqui decide romper con el comunismo y desafiliarse. La
decepción que sintió con la Unión Soviética cuando estuvo en países como
Hungría, Bulgaria, Rumania y Checoslovaquia entre 1948 y 1950 también se impuso
en su decisión. En una entrevista con la revista Gente en mayo
de 1970 dijo que "ese es un sistema en que el hombre y su opinión no
cuentan". "A mi entender —dice Ramos Rodillo—, el quiebre estuvo, por
una parte, en el verticalismo del partido dirigido por Victorio Codovilla,
política con la que el patriarca del folclor pareció nunca estar ni muy cómodo
ni muy de acuerdo. Por otra parte, está la idiosincrasia yupanquiana, muy
individualista en un buen sentido, muy centrada en la imagen del gaucho cantor
y solitario, y su deseo de zafar de la censura oficial y retornar a la radio,
al disco y al escenario. Sabemos que su salida del PCA fue muy bullada, que la
izquierda lo hizo su paria y que, no obstante, la censura sobre él trocó en una
desconfianza hacia él por parte del saliente gobierno justicialista. Están las
declaraciones en donde exhibe la amargura que le inspiró la vida cotidiana en
el Bloque Oriental y el poder ejercido por la URSS sobre este. Más que su
relación con el comunismo, lo que se quiebra aquí es la relación de Yupanqui
con la política."
El Yupanqui viajero
En las arenas bailan los remolinos, / el sol juega en el brillo del
pedregal,
y prendido a la magia de los caminos, / el arriero va, el arriero va.
Es bandera de niebla su poncho al viento, / lo saludan las flautas del
pajonal,
y animando a la tropa por esos cerros, / el arriero va, el arriero va.
Las penas y las vaquitas / se van por la misma senda.
Las penas son de nosotros, / las vaquitas son ajenas.
Un degüello de soles muestra la tarde, / se han dormido las luces del
pedregal,
y animando la tropa, dale que dale, / el arriero va, el arriero va.
Amalaya la noche traiga un recuerdo / que haga menos pesada la soledad.
Como sombra en la sombra por esos cerros, / el arriero va, el arriero
va.
Cuando la investigadora Lila Bujaldón de Esteves encontró en una
librería de viejo el libro Del Algarrobo al Cerezo. Apuntes de un
viaje por el país japonés de Atahualpa Yupanqui quedó gratamente
sorprendida. Ese hombre que recitaba historias con el sonido de una guitarra de
fondo también escribía, y mucho. Durante su juventud fue periodista, pero
también publicó varios libros de poesías y de narraciones. Tiene más de una
decena de libros en su haber, y luego, post mortem, vinieron varios
más. "Anunciaba ya, desde la mención del árbol emblemático hasta los
signos japoneses que adornaban la tapa, que se trataba de apuntes de viaje por
el país japonés como aclaraba su subtítulo", dice sobre éste, que se
publicó en 1977, en diálogo con Infobae Cultura. Con el ejemplar ya
en sus manos, recuerda, "sentí que me había ganado la lotería, que tenía
muy justificado mi viaje a Buenos Aires, ya que de una manera inesperada iba a
completar la lista de autores argentinos que habían escrito sobre sus
experiencias en aquel país asiático".
Bujaldón de Esteves es investigadora de CONICET/Facultad de Filosofía y
Letras, Universidad Nacional de Cuyo y su tesis publicada en 2012 bajo el
título Diálogo entre folklores. Las notas de viaje de Atahualpa
Yupanqui al Japón, aborda los vericuetos del folclorista por
las tierras orientales. "Es que la cara tradicional, antigua de la cultura
japonesa ha reconocido por estos años en la obra de Atahualpa Yupanqui un
interlocutor auténtico de otro folclore que transmite una filosofía de la vida con
la que se puede dialogar en pie de igualdad. El primer intermediario del
encuentro ha sido la música japonesa, en la que el viajero argentino advierte
sorprendentes similitudes con los huaynos del sur de Bolivia", explica.
"Pero la consagración de Atahualpa Yupanqui a nivel internacional había
comenzado nada más ni nada menos con un recital junto a Edith Piaf en París de
los años cincuenta, a los que siguieron muchos otros por países europeos y
latinoamericanos. En el libro Del algarrobo al cerezo,
Atahualpa Yupanqui no reúne solo sus impresiones de la gira artística por Japón
de 1964, sino que incorpora vivencias de las dos siguientes en 1966 y
1967", dice sobre los más de 50 recitales que Don Ata dio por todos los
puntos del país nipón.
¡Hiroshima!
Qué noche fue tu noche, kimono desgarrado.
Cuando todo era sol sobre la tierra.
El horror sin fronteras, y la ciudad sin niños.
Ni pinos en las sierras, ni arrozal en los prados.
Ni un ave, ni una flauta de bambú
contando historias bajo las estrellas.
Todo fue un gran silencio, sin salmo, sin adioses.
Ni lágrima ni salmo.
Sólo un inmenso asombro horrorizado.
¡Hiroshima!
"Su recorrido hasta el extremo norte del país en busca de los
orígenes legendarios y los primitivos pobladores del Japón, los ainús, a los
que llama 'indios', establece puentes similares con la Puna por su resguardo y
alejamiento: transcribe los cantos destinados a la siembra, a la cosecha, a los
ritos, así como los raros instrumentos con que se acompañan. Atahaulpa Yupanqui
trae de vuelta de aquellos viajes una canción de cuna, 'Nem kororó', que
grabará en guitarra, como un primer homenaje a la ciudad de Hiroshima donde la
recogió de autor anónimo; también destina uno de los capítulos de sus recuerdos
a Mijoio, una guitarrista que sigue sufriendo luego de décadas las
consecuencias del ataque nuclear. Entre sus poemas, luego del retorno, se
atreve a recrear la destrucción atómica sufrida en versos que no deberíamos
olvidar", concluye.
Yupanqui, el legado
En un hotel de Nîmes, Francia, en el año 1992, y dos años después de la
muerte de su esposa, murió. Tenía 84 años y una misión ya cumplida. Dejó más de
1.200 canciones y la imagen siempre nítida de una lucha inclaudicable por hacer
comprender que el mundo se extiende más allá del ombligo propio.
La pregunta sobre el legado de Yupanqui para Sudamérica excede lo
musical y se torna, definitivamente, un legado ideológico. "También
intelectual y ético", dice Orquera, porque "defiende una identidad
basada en la herencia indocriolla, profundamente social y conectada con el
entorno natural. En sus palabras, el hombre es 'tierra que anda'. A su vez, su
música y su testimonio son el engarce más perfecto entre el siglo XIX, del que
provenía su padre, y la modernidad que llega con los trenes y después con los
medios de comunicación. El folklorista entra en ese mundo con elegancia y
respeto por esas músicas olvidadas que él se ocupa de revivir."
Hoy, a 110 años de su nacimiento, es necesario tratar todo su arsenal
ideológico a nuestra actualidad y ponerlo en tensión con el presente sabiendo
que no dejó solamente unas cuantas canciones bonitas. Su legado es mucho más que
eso. Es la sensibilidad social que hoy, quizás, nos falta.
(infobae / 31-1-2018)
(infobae / 31-1-2018)
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