domingo

LOS CANTOS DE MALDOROR (144) - CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE)

CANTO SEXTO

4 (2)

Al acabar de decir estas palabras, cae en un profundo estado letárgico. El médico, al que han ido a buscar a toda prisa, se frota las manos y exclama: “La crisis hA pasado. Todo va bien. Mañana vuestro hijo se despertará repuesto. Idos todos a vuestros respectivos lechos, lo ordeno, con objeto de quedarme solo junto al enfermo hasta la aparición de la aurora y del canto del ruiseñor.” Maldoror, escondido tras la puerta, no ha perdido una palabra. Ahora conoce el carácter de los habitantes de la morada y obrará en consecuencia. Sabe dónde vive Mervyn, y no necesita saber nada más. Ha anotado en una libreta el nombre de la calle y el número del edificio. Es todo lo que importa. Tiene la seguridad de no olvidarlos. Se adelanta como una hiena sin ser visto, bordeando los costados del patio. Escala la verja con agilidad, enredándose un instante en las puntas de hierro; de un salto está en la acera. Se aleja sin hacer ruido. “Me tomó por un malhechor -exclamó-, en cuanto a él, es simplemente un imbécil. Quisiera encontrar un hombre exento de la acusación que el enfermó lanzó contra mí. No le arranqué un pedazo de su jubón como dijo. Mera alucinación hipnagógica causada por el terror. No fue mi intención hoy apoderarme de él, pues tengo otros proyectos futuros con ese adolescente tímido.” Dirigíos al lugar donde se encuentra el lago de los cisnes, y os diré más adelante por qué hallaréis uno completamente negro en la manada, uno cuyo cuerpo, sosteniendo un yunque sobre el que está el cadáver putrefacto de un cangrejo paguro, inspira, con todo derecho, la desconfianza de sus restantes camaradas acuáticos.

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