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LA
PUESTA EN ESCENA Y LA METAFÍSICA (6)
En todo caso, y me
apresuro a decirlo, un teatro que subordine al texto la puesta en escena y la
realización -es decir, todo lo que hay de específicamente teatral- es un teatro
de idiotas, de locos, de invertidos, de gramáticos, de tenderos, de antipoetas,
y de positivistas, es decir occidental.
Sé muy bien, por otra
parte, que el lenguaje de los gestos y actitudes, y la danza y la música son
menos capaces que el lenguaje verbal de analizar un carácter, mostrar los
pensamientos de un hombre, expresar estados de conciencia claros y precisos;
pero, ¿quién ha dicho que el teatro se creó para analizar caracteres, o resolver
esos conflictos de orden humano y pasional, de orden actual y psicológico que
dominan la escena contemporánea?
Alguien diría que si se
acepta nuestra visión del teatro, nada importaría en la vida sino saber si
fornicaremos bien, si haremos la guerra o seremos cobardes para preferir la
paz, cómo nos acomodaremos a nuestras pequeñas angustias morales, y si haremos
conscientes nuestros “complejos” (empleando el lenguaje de los expertos) o si
en verdad esos complejos terminarán con nosotros. Es raro por otra parte que la
discusión se eleve a un plano social, o que se cuestione nuestro sistema social
y moral. Nuestro teatro no llega nunca a preguntarse si este sistema moral y
social no será tal vez inicuo.
Pues bien, yo digo que el
actual estado social es inicuo y deber ser destruido. Si este hecho atañe al
teatro, también atañe mucho más a la metralla. Nuestro teatro no es ni siquiera
capaz de plantear el problema con la eficacia y el ardor que serían necesarios,
pero aunque se planteara ese problema estaría aun más lejos de su meta, que es
para mí más secreta y más alta.
Todas las preocupaciones
arriba enumeradas hieden increíblemente a hombre, un hombre provisorio y
material, hasta diría un hombre-carroña.
A mí esas preocupaciones me disgustan, me repugnan sobremanera, como todo el
teatro contemporáneo, tan humano como antipoético, y en el que me parece
sentir, exceptuadas tres o cuatro piezas, el hedor de la decadencia y de la pus.
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