domingo

EL TEATRO Y SU DOBLE (22) - ANTONIN ARTAUD


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LA PUESTA EN ESCENA Y LA METAFÍSICA (6)

En todo caso, y me apresuro a decirlo, un teatro que subordine al texto la puesta en escena y la realización -es decir, todo lo que hay de específicamente teatral- es un teatro de idiotas, de locos, de invertidos, de gramáticos, de tenderos, de antipoetas, y de positivistas, es decir occidental.

Sé muy bien, por otra parte, que el lenguaje de los gestos y actitudes, y la danza y la música son menos capaces que el lenguaje verbal de analizar un carácter, mostrar los pensamientos de un hombre, expresar estados de conciencia claros y precisos; pero, ¿quién ha dicho que el teatro se creó para analizar caracteres, o resolver esos conflictos de orden humano y pasional, de orden actual y psicológico que dominan la escena contemporánea?

Alguien diría que si se acepta nuestra visión del teatro, nada importaría en la vida sino saber si fornicaremos bien, si haremos la guerra o seremos cobardes para preferir la paz, cómo nos acomodaremos a nuestras pequeñas angustias morales, y si haremos conscientes nuestros “complejos” (empleando el lenguaje de los expertos) o si en verdad esos complejos terminarán con nosotros. Es raro por otra parte que la discusión se eleve a un plano social, o que se cuestione nuestro sistema social y moral. Nuestro teatro no llega nunca a preguntarse si este sistema moral y social no será tal vez inicuo.

Pues bien, yo digo que el actual estado social es inicuo y deber ser destruido. Si este hecho atañe al teatro, también atañe mucho más a la metralla. Nuestro teatro no es ni siquiera capaz de plantear el problema con la eficacia y el ardor que serían necesarios, pero aunque se planteara ese problema estaría aun más lejos de su meta, que es para mí más secreta y más alta.

Todas las preocupaciones arriba enumeradas hieden increíblemente a hombre, un hombre provisorio y material, hasta diría un hombre-carroña. A mí esas preocupaciones me disgustan, me repugnan sobremanera, como todo el teatro contemporáneo, tan humano como antipoético, y en el que me parece sentir, exceptuadas tres o cuatro piezas, el hedor de la decadencia y de la pus.

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