domingo

LOS CANTOS DE MALDOROR (143) - CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE)


CANTO SEXTO

4 (2)

“…inútiles cuidados, te acuno en mis brazos y permaneces insensible a mis súplicas. ¿Quieres levantar la cabeza? Abrazaré tus rodillas si hace falta. Pero no… vuelve a caer inerte.” –“Dulce dueño mío, si autorizas a tu esclava, iré a buscar a mi habitación un frasco lleno de esencia de trementina, que utilizo habitualmente cuando la jaqueca invade mis sienes al volver del teatro, o cuando la lectura de una narración emocionante, consignada en los anales británicos de la historia caballeresca de nuestros antepasados, arroja mi pensamiento soñador en las turberas de la modorra.” –“Mujer, no te había concedido la palabra, y no tenías derecho de tomarla. Desde nuestra legítima unión, ni una sola nube se ha interpuesto entre nosotros. Estoy contento de ti, nunca he tenido nada que reprocharte, y recíprocamente. Ve a buscar a tu habitación un frasco lleno de esencia de trementina. Sé que hay uno en los cajones de tu cómoda de modo que no me enseñas nada. Apúrate a subir los peldaños de la escalera en espiral, y retorna a mi lado con un rostro contento.” Pero apenas la sensible londinense ha pasado los primeros peldaños (no corre con el apresuramiento de una persona de la clase inferior) cuando una de las azafatas desciende del primer piso, arrebolada y sudorosa, con el frasco que quizá contenga entre sus paredes de cristal el licor que vitaliza. La damisela se inclina con gracia haciendo entrega de la comisión, y la madre, con su paso real, avanza hacia los flecos que ornan el sofá, único objetivo que preocupa a su ternura. El comodoro, con ademán altivo pero afable, acepta el frasco de manos de su esposa, Mojan con él un pañolón de la India, y envuelven la cabeza de Mervyn con las vueltas orbiculares de la seda. Respira sales; mueve un brazo. La circulación se reanima, y se oyen los chilllidos jubilosos de una cacatúa de las Filipinas, posada sobre el alféizar de la ventana. “¿Quién viene allí…? No me detengáis… ¿Dónde estoy? ¿Es un féretro lo que soportan mis miembros embotados? Sus tablas me parecen suaves… El medallón que contiene el retrato de mi madre, ¿continúa colgado de mi pecho?... Atrás, malhechor de cabeza desgreñada. No ha podido atraparme, y he dejado entre sus dedos un jirón de mi capa. Soltad la cadena de los bull-dogs, porque esta noche un conocido ladrón puede introducirse en nuestra casa con escalamiento, mientras estamos sumidos en el sueño. Padre mío y madre mía, os reconozco y agradezco vuestros cuidados. Llamad a mis hermanitos. Para ellos había comprado peladillas, y quiero abrazarlos.”

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