domingo

LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN (53) - CARLOS CASTANEDA


PRIMERA PARTE “LAS ENSEÑANZAS”
(Una forma yaqui de conocimiento)

VI (2)

Sábado, 6 de julio, 1963 (1)

El lunes 1º de julio corté las daturas que don Juan había pedido. Esperé a que estuviera bastante oscuro antes de bailar alrededor de las plantas, pues no quería que nadie me viera. Me sentía lleno de aprensión. Estaba seguro de que alguien iba a presenciar mis extrañas acciones. Previamente había yo elegido dos plantas que me parecieron macho y hembra. Tenía que cortar cuarenta centímetros de la raíz de cada una, y no fue tarea fácil cavar a esa profundidad con un palo. Requirió horas. Tuve que terminar el trabajo en la oscuridad completa, y ya listo para cortarlas debí usar una lámpara de mano. Mi aprensión original de que alguien fuera a verme resultó mínima en comparación con el miedo de que alguien notara la luz en los matorrales.

Llevé las plantas a casa de don Juan el martes 2 de julio. Él abrió los bultos y examinó los trozos. Dijo que aun tenía que darme semillas de sus plantas. Empujó un mortero frente a mí. Tomó un frasco de vidrio y vació su contenido -semillas secas aglomeradas- en el mortero.

Le pregunté qué eran, y repuso que semillas comidas de gorgojo. Había entre ellas bastantes bichos: pequeños gorgojos negros. Dijo que eran bichos especiales, que debíamos sacarlos y ponerlos en un frasco aparte. Me entregó otro frasco, lleno hasta la tercera parte del mismo tipo de gorgojos. Un trozo de papel metido en el frasco les impedía escapar.

-La próxima vez tendrás que usar los bichos de tus propias plantas -dijo don Juan-. Lo que haces es cortar las vainas que tengan agujeritos: están llenas de gorgojos. Abres la vaina y raspas todo y lo echas en un frasco. Junta un puñado de gorgojos y guárdalos aparte. Trátalos mal. No les tengas miramientos ni consideraciones. Mide un puño de semillas apelmazadas comidas de gorgojo y un puño del polvo de los bichos, y entierra lo demás en cualquier sitio en esa dirección (señaló el sureste) de tu planta. Luego juntas semillas buenas, secas, y las guardas por separado. Junta todas las que quieras. Siempre puedes usarlas. Es buena idea sacar allí las semillas de las vainas, para poder enterrar todo de una vez.

Luego, don Juan me dijo que moliera primero las semillas apelmazadas, después los huevos de gorgojo, después los bichos y finalmente las semillas buenas y secas.

Cuando todo estuvo bien pulverizado, don Juan tomó los pedazos de datura que yo había cortado y amontonado. Separó la raíz macho y la envolvió con delicadeza en un trozo de tela. Me entregó lo demás y me dijo que cortara los pedacitos, lo moliera bien y pusiera en una olla hasta la última gota de jugo. Dijo que yo debía macerar las partes en el mismo orden en que las había amontonado.

Después de que terminé, me hizo medir una taza de agua hirviendo y agitarla con todo en la olla, y luego añadir otras dos tazas. Me entregó una barra de hueso de acabado pulido. Agité con ella la papilla y puse la olla en el fuego. Don Juan dijo entonces que debíamos preparar la raíz, usando para ello el mortero grande porque la raíz macho no podía cortarse para nada. Fuimos atrás de la casa. Don Juan tenía listo el mortero, y procedía machacar la raíz como había hecho antes. La dejamos remojando, al sereno, y entramos en la casa.

Me indicó vigilar la mezcla en la olla. Debía dejarse hervir hasta que tuviera cuerpo: hasta que fuese difícil de agitar. Luego se acostó en su petate y se durmió. La papilla llevaba al menos una hora hirviendo cuando noté que cada vez era más difícil agitarla. Juzgué que debía estar lista y la quité del fuego. La puse en la red bajo las tejas y me dormí.

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