LA PUESTA EN ESCENA Y LA METAFÍSICA (8)
En un film de los
hermanos Marx un hombre que va a abrazar a una mujer, y abraza en cambio a una
vaca, que lanza un mugido. Y por un concurso de circunstancias que sería muy
largo enumerar, ese mugido, en ese momento, adquiere una dignidad intelectual
semejante a la de cualquier grito de mujer.
Una situación parecida,
posible en el cine, no es menos posible en el teatro (bastaría muy poco), por
ejemplo, reemplazar a la vaca por un maniquí animado, una especie de monstruo
parlante o de hombre disfrazado de animal, para redescubrir el secreto de una
poesía objetiva basada en el humor que el teatro cedió al music-hall y que el
cine adoptó más tarde.
Hablé hace un momento de
peligro. El mejor modo, me parece, de mostrar en escena esta idea de peligro es
recurrir a lo imprevisto no en las situaciones sino en las cosas, la transición
intempestiva, brusca, de una imagen pensada a una imagen verdadera; por
ejemplo: un hombre blasfema y ve materializarse ante él la imagen de su
blasfemia (a condición, sin embargo, agregaré, de que esa imagen no sea
enteramente gratuita, que dé nacimiento a su vez a otras imágenes en la misma
vena espiritual, etcétera).
Otro ejemplo: la
aparición repentina de un ser fabricado, de trapo y madera, inventado
enteramente, que no correspondiese a nada, y sin embargo perturbador por
naturaleza, capaz de devolver a la escena un pequeño soplo de ese gran miedo
metafísico que es la raíz de todo el teatro antiguo.
Los balineses con su
dragón imaginario, y todos los orientales, no han perdido el sentido de este
miedo misterioso, en el que reconocen uno de los elementos más conmovedores del
teatro (y en verdad el elemento esencial) cuando se lo sitúa en su verdadero
nivel.
La verdadera poesía es
metafísica, quiéraselo o no, y yo aun diría que su valor depende de su alcance
metafísico, de su grado de eficacia metafísica.
Por segundo o tercera vez
invoco aquí a la metafísica. Hablaba hace un momento, a propósito de
psicología, de ideas muertas, y entiendo que muchos querrían decirme que si hay
en el mundo una idea inhumana, una idea ineficaz y muerta, inexpresiva, es
precisamente la idea de metafísica.
Esto se debe, como decía
René Guénon, “a nuestra manera puramente occidental, a nuestra manera
antipoética y trincada de considerar los principios (independientemente del
estado espiritual energético y masivo que les corresponde)”.
En el teatro oriental de
tendencias metafísicas, opuesto al teatro occidental de tendencias
psicológicas, todo ese complejo de gestos, signos, actitudes, sonoridades, que
son el lenguaje de la realización y la escena, ese lenguaje que ejerce
plenamente sus efectos físicos y poéticos en todos los niveles de conciencia y
en todos los sentidos, introduce necesariamente al pensamiento a adoptar
actitudes profundas que podrían llamarse metafísica-en-acción.
Retomaré pronto este
punto. Volvamos por ahora al teatro conocido.
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