domingo

HONORÉ DE BALZAC - PAPÁ GORIOT (23)


UNA PENSIÓN BURGUESA (1 / 17)

-Me da usted unas ganas atroces de saber la verdad. Mañana iré a casa de la condesa de Restaud -exclamó Eugenio.

-Sí -dijo Poiret-, hay que ir mañana a casa de la condesa de Restaud.

-Y acaso encuentre usted allí al buen Goriot, que saldrá de cobrar el importe de sus galanterías.

-¡Pero, vuestro París es un lodazal! -dijo Eugenio con cierto disgusto.

-¡Y qué lodazal! -repuso sentenciosamente Vautrin-. Los que se enlodan en coche, son gentes honradas; los que se enlodan a pie, unos bribones. Tengo usted la desgracia de escamotear cualquier cosa, y será mostrado en el Palacio de Justicia como una curiosidad; por el contrario, robe usted un millón, y será respetado en los salones como un hombre lleno de virtudes. ¿Qué le parece? ¡Pague usted treinta millones a la gendarmería y a la justicia para mantener esa moral!

-¡Cómo! -exclamó la señora Vauquer-. ¿Papá Goriot ha fundido su servicio de plata?

-¿Tenía dos tortolitos en la tapadera?- preguntó Eugenio.

-Sí.

-Pues se conoce que apreciaba muchos esos objetos, porque lloró antes de fundirlos; yo lo vi por casualidad -dijo Eugenio.

-Los apreciaba como a su propia vida -respondió la viuda.

-Vea usted si es apasionado el buen hombre- exclamó Vautrin-. Se conoce que esa mujer sabe lisonjear su alma.

El estudiante subió a su habitación; Vautrin salió. Algunos instantes después, la señora Couture y Victorina subieron a un fiacre que Silvia había ido a buscar. Poiret ofreció el brazo a la señorita Michonneau y ambos fueron a aprovechar las dos horas de sol paseando por el Jardín Botánico.

-Vaya, ahí los tiene usted casi casados -dijo la obesa Silvia-. Hoy salen juntos por primera vez. Están los dos tan secos, que si se rozan mucho van a sacar chispas como un eslabón.

-Y cuidado con el chal de la señorita Michonneau que ardería como yesca -dijo riéndose la señora Vauquer.

A las cuatro de la tarde, cuando regresó Goriot, vio, a la mortecina luz de las dos humeantes lámparas a Victorina, cuyos ojos estaban enrojecidos por el llanto. La señora Vauquer escuchaba con profunda atención el relato que le hacía la señora Couture de la infructuosa visita que ella y Victorina habían hecho aquella mañana al señor Taillefer, quien fastidiado por la insistencia con que su hija y aquella vieja querían ser recibidas, consintió en ello, con el fin de tener con las dos una explicación.

-Señora mía -decía la Couture a la patrona-, figúrese usted que ni siquiera ha hecho sentarse a Victorina. A mí, sin encolerizarse, me dijo con mucha frialdad que podía ahorrarme el trabajo de ir a su casa; que la señorita, sin llamarla hija, se perjudicaba yendo a importunarlo (por una sola que va en un año, ¡monstruo!); que como la madre de Victorina se había casado pobre, nada tenía que reclamar; en fin, las cosas más duras, que han hecho derramar abundantes lágrimas a esta pobre criatura. Ella se arrojó a los pies de su padre y le dijo con valor que sólo insistía tanto por su madre, que obedecería su voluntad sin murmurar; pero que le suplicaba que leyese el testamento de la pobre difunta; tomó la carta y se la presentó diciéndole las cosas más hermosas del mundo y las más sentidas. Yo no sé de dónde las ha sacado, parecía que se las dictaba Dios, porque la pobre criatura estaba tan inspirada, que yo lloraba como una tonta oyéndola. ¿Sabe usted lo que hacía en tanto aquel monstruo de hombre? Se cortaba las uñas, y después, tomando la carta que la pobre señora Taillefer había empapado con sus lágrimas, la arrojó al fuego diciendo: “Está bien”. Quiso levantar a su hija, que le tomó las manos para besárselas; pero él las retiró. ¿Ha visto usted una infamia mayor? El muy tonto de su hijo entró sin saludar siquiera a su hermana.

-¡Pero esas gentes son unos monstruos! -dijo papá Goriot.

-Después -añadió la señora Couture sin hacer caso de la exclamación del buen hombre-, el padre y el hijo se fueron, saludándome y rogándome que los dispensase, porque tenían negocios urgentes. He aquí la visita. Menos mal que ha visto a su hija. Yo no sé cómo puede renegar de ella, pues se parecen como dos gotas de agua.

Los pensionistas internos y externos fueron llegando uno detrás de otro, saludándose mutuamente y diciéndose esas insignificancias que constituyen en ciertas clases parisienses un espíritu picaresco en el que la estupidez entra como elemento principal y cuyo mérito consiste particularmente en el gesto o en la pronunciación. Esta clase de jerga varía continuamente, y la broma, que es su base, no tiene más que un mes de existencia. Un acontecimiento político, un proceso célebre, una canción de las calles, los chistes de un autor, todo sirve para mantener el espíritu en constante agitación. La reciente invención del Diorama, que llevaba la ilusión de la óptica a su más alto grado en los Panoramas, originó en ciertos talleres de pintura la broma de hablar en rama, que fue introducida en la casa Vauquer por un joven pintor que la frecuentaba.

-¡Hola, señorr Poiret! -dijo el empleado del Museo-. ¿Cómo anda ese valorama? Señoras, ¿están ustedes apenadas?- añadió después, sin esperar respuesta, dirigiéndose a la señora Couture y a Victorina.

-¿Vamos a comer? -exclamó Horacio Bianchon, estudiante de medicina muy amigo de Rastignac-. Tengo ya la comida usque ad talones.

-Hace un enorme frío-rama dijo Vautrin-. ¡Diablo, papá Goriot Deje usted sitio, que toma toda la estufa con sus pies.

-Ilustre señor Vautrin -dijo Bianchon-, ¿por qué dice usted frío-rama? Es un error: se dice friorama.

-No -dijo el empleado-. Se dice frío-rama. Está en la regla: tengo frío en los pies.

-¡Ah! ¡Ah!

-Aquí está su excelencia el marqués de Rastignac, doctor en derecho torcido- exclamó Bianchon cogiéndolo por el cuello y apretándoselo cuanto pudo.

La señorita Michonneau entró muy pausamente, saludó a los comensales sin decir nada y fue a colocarse del lado de las tres mujeres.

-Esa vieja que parece un murciélago me hace temblar -dijo en voz baja Bianchon a Vautrin señalando a la señorita Michonneau-. Yo que estudio el sistema de Gall, le he encontrado las protuberancias de Judas.

-¿La ha conocido el señor? -dijo Vautrin.

-¿Quién no la ha encontrado? -respondió Bianchon-. Palabra de honor que esa vieja blanca me hace el efecto de esos gusanos grandes que acaban por roer una viga.

-Vea usted lo que la vida, joven -dijo el cuadragenario atusándose los bigotes.

Y rosa, ha vivido lo que viven las rosas,
tan sólo una mañana.

-¡Ah! ¡Ah! Aquí tenemos nuestra magnifica cenorama -dijo Poiret al ver que Cristóbal entraba llevando respetuosamente la sopa.

-Perdone usted, caballero -dijo al señora Vauquer-, es una sopa de coles.

Todos los jóvenes soltaron una carcajada.

-Lo ha reventado a usted, Poiret.

-Poirrette reventado.

-Apúntele dos tantos a la señora Vauquer -dijo Vautrin.

-¿Se ha fijado alguno de ustedes en la niebla de esta mañana? -dijo el empleado.

-Era una niebla frenética y sin par, una niebla lúgubre, melancólica, verde, repulsiva, una niebla Goriot -comentó Bianchon.

-Goriorama -dijo el pintor-, porque no se veía gota.

-¡Eh! ¡Milord Goriotte, hablársele a usted aquí!

Sentado a un extremo de la mesa, cerca de la puerta de entrada, papá Goriot levantó la cabeza olfateando un pedazo de pan que tenía sobre la servilleta.

-¡Cómo! ¿Acaso no encuentra usted bueno el pan? -le gritó agriamente la señora Vauquer, con voz que dominó el ruido de las cucharas, de los platos y de las voces.

-Al contrario, señora -respondio él-. Está hecho con harina de Etampes de primera calidad.

-¿En qué lo conoce usted? -le preguntó Eugenio.

-En la blancura y en el gusto.

-En el gusto de la nariz, porque lo huele usted -dijo la señora Vauquer-. Se vuelve usted tan económico, que acabará por encontrar el medio de alimentarse aspirando el aire que sale de la cocina.

-Si es así, saque usted patente de invención y hará una buena fortuna -le dijo el empleado del Museo.

-Sí, déjelo, hace eso para persuadirnos de que ha sido fabricante de fideos -dijo el pintor.

-¿Es acaso su nariz una retorta? -le preguntó el empleado.

-¿Re-qué? -dijo Bianchon.

-Re-cuerno.

-Ré-mora.

-Re-molacha.

-Re-doma.

-Re-toma.

-Re-taco.

-Re-pisa.

-Re-pollorama.

Estas ocho respuestas salieron de todos los ámbitos del comedor con la rapidez de un rayo y se prestaron tanto más a la risa cuanto que el pobre de Goriot miraba a los convidados con aire estúpido, como hombre que pretende entender una lengua extranjera.

-¿Re qué? -le preguntó a Vautrin que estaba a su lado.

-Re tonto -dijo Vautrin dando un golpe en el sombrero a papá Goriot y hundiéndoselo hasta las orejas.

El pobre anciano, estupefacto ante tan brusco ataque, permaneció un momento inmóvil, y Cristóbal se llevó su plato creyendo que había terminado la sopa de manera que cuando Goriot tomó la cuchara después de haberse levantado el sombrero, tocó con ella en la mesa creyendo meterla en el plato, lo que dio motivo a que todos los huéspedes soltaran una carcajada.

-Señor -dijo el anciano-, es usted un mal bromista, y si se permite de nuevo tales libertades…

-¿Qué, papá? -lo interrumpió Vautrin.

-Que llegará un día que lo pagará usted muy caro.

-En el infierno, ¿verdad? -dijo el pintor-. ¡En el rincón oscuro donde se manda a los niños traviesos!

-¿Qué es eso, señorita? -dijo Vautrin a  Victorina-. ¿No come usted? ¿Acaso se ha mostrado reacio su papá?

-¡Un horror! -respondió la señora Couture.

-Habrá que hacerlo entrar en razón -dijo Vautrin.

-Pero -dijo Rastignac, que se hallaba sentado al lado de Bianchon-, la señorita podrá intentar un pleito por alimentos, puesto que no come. ¡Eh! ¡Eh! Miren ustedes cómo contempla Goriot a la señorita Victorina.

El anciano se olvidaba de comer para mirar a la joven, cuyas facciones denotaban un dolor verdadero, el dolor de la hija rechazada que ama a su padre.

-Querido mío, nos hemos engañado acerca de papá Goriot -dijo Eugenio en voz baja a Bianchon-. No es un imbécil ni un hombre sin sentimientos. Aplícale tu sistema de Gall y dime lo que opinas. Esta noche lo he visto retorcer un plato de plata como si fuese de cera, y en este momento su cara muestra sentimientos extraordinarios. Su vida me parece demasiado misteriosa para que no sea digna de ser estudiada. Sí, Bianchon, no te rías, te hablo en serio.

-De acuerdo -dijo Bianchon-, este hombre es un caso curioso de medicina; si quieres, lo diseco.

-No, examínale la cabeza.

-Sí, ¿no? Su estupidez podría ser contagiosa.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+