domingo

LECCIONES DE VIDA (74) - ELISABETH KÜBLER-ROSS Y DAVID KESSLER


9 / LA LECCIÓN DEL ENFADO (5)

DK (3)

Resulta más fácil seguir enfadado que enfrentarse al miedo, pero esta actitud no ayuda a resolver el verdadero problema. En realidad, sólo provoca que el problema superficial empeore, porque las personas no suelen reaccionar bien frente a un enfado. Si le gritamos a alguien, es difícil que le convenzamos de que está equivocado. Seguro que no hemos oído nunca a nadie decir: “Me gritaron durante diez minutos pero seguía creyendo que tenía razón, aunque después de veinte minutos de gritos, comprendí su punto de vista.”

Incluso cuando nuestros miedos están justificados, pueden perder su justificación si manifestamos demasiado enfado. Por ejemplo, recordarle de forma continua a un compañero de trabajo que llega tarde, no ayuda a resolver la situación. Pero si le decimos: “Tenemos mucho trabajo y tengo miedo de que no podamos terminarlo”, él podrá tener en cuenta nuestro miedo y no se sentirá mal a causa de nuestro enfado.

Se requiere mucha energía para reprimir los enfados, y aun así todos tenemos heridas que oscurecen nuestra alma. Daphne Rose Kingma, terapeuta y escritora, celebró un seminario para personas que estaban en proceso de separación y nos contó lo siguiente:

“Siempre recordaré a aquella conmovedora y extraordinaria mujer. Debía tener casi ochenta años y pensé: ‘¿Qué hace esta mujer aquí? ¿Es posible que esté terminando una relación?” Uno a uno, todos los asistentes explicaron su historia: por qué estaban allí, quién los había abandonado el día de Navidad, qué intentaban superar, cómo había terminado su relación y lo sorprendidos que estaban de que hubiera ocurrido. Al final le llegó el turno a aquella mujer y le pregunté:

“-¿Qué hace usted aquí? ¿Está terminando una relación?

“Ella me respondió:

“-Me separé de mi marido hace cuarenta años, y estaba tan amargada y enfadada que me he pasado todo este tiempo sintiéndome amargada y enfadada. Me he quejado de mi antiguo esposo a mis hijos; de hecho, me he quejado a todas las personas que conozco, y no he vuelto a confiar en ningún hombre. Y en todas las relaciones que he tenido, antes de tres semanas surgía siempre alguna cosa que me recordaba a aquel hombre ruin que había sido mi marido. Nunca he podido superarlo. Pero ahora me estoy muriendo; padezco una enfermedad terminal y sólo me quedan unos meses de vida. No quiero llevarme todo este enfado a la tumba. Me siento terriblemente triste por haber vivido esta vida sin haber vuelto a amar. Esa es la razón de que esté aquí. No he podido vivir en paz, pero quiero morir en paz.

“Si alguien se pregunta si tendrá el valor y la fuerza necesarios para dar ese paso y superar el enfado, le recomiendo que se acuerde de aquella mujer, una gran y conmovedora maestra.”

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