domingo

LOS CANTOS DE MALDOROR (136) - CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE)


CANTO SEXTO

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Vosotros, cuya envidiable serenidad no puede hacer más que embelleceros el aspecto, no creáis que todo es cuestión de seguir lanzando, en estrofas de catorce o quince líneas, como haría un alumno de cuarto curso, exclamaciones que se tacharán de inoportunas, cloqueos sonoros de gallinas cochinchina, tan grotescos como sea posible imaginar, por poco trabajo que uno se tome; pero es preferible probar con hechos las proposiciones que adelanto. ¿Pretendéis acaso que con haber injuriado, como en broma, al hombre, al Creador, y a mí mismo, en mis justificables hipérboles, mi misión está cumplida? No; la parte fundamental de mi trabajo no deja por eso de subsistir como labor a realizar. De ahora en adelante, los hilos de la novela moverán a tres personajes precitados, con lo que les comunicarán una fuerza menos abstracta. La vitalidad se expandirá magníficamente a través del torrente de sus aparatos circulatorios, y notaréis cómo os asombrará encontrar, allí donde en un comienzo sólo creísteis descubrir vagas entidades correspondientes al ámbito de la especulación pura, por un lado, el organismo corporal con sus ramificaciones de nervios y sus membranas mucosas, y por el otro, el principio espiritual que rige las funciones fisiológicas de la carne. Son seres dotados de una vida pujante, que, con los brazos cruzados y conteniendo la respiración, posarán prosaicamente (aunque tengo la seguridad de que el efecto resultará muy poético) ante vuestro rostro, ubicados sólo a unos pasos de vosotros, de modo que los rayos solares cayendo primero sobre las tejas de los techos y los sombreretes de las chimeneas, irán después a reflejarse ostensiblemente sobre sus cabellos terrestres y materiales. Pero ya no serán anatemas, que detentan la especialidad de provocar risa, ni personajes ficticios, que hubiera sido mejor que permanecieran en el cerebro del autor; ni pesadillas ubicadas muy por encima de la existencia cotidiana. Observad que eso mismo hace que mi poesía sea más bella. Palparéis con vuestras manos ramas ascendentes de la aorta y cápsula suprarrenales, y, además, sentimientos. 

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