domingo

LA CARRETA (63) - ENRIQUE AMORIM


XV (2)

Antes de llegar al Paso Hondo, el callejón se ensancha para formar un campo de pastoreo, donde los carreros descansan, los bolicheros ambulantes tienden sus reducidas carpas y donde se confunden carreros, troperos, vendedoras de galleta y quitanderas.

Allí se da descanso a las cabalgaduras para preparar el pasaje del peligroso Paso Hondo. La diligencia hace su “parada” y recobran fuerzas hombres y bestias.

Hay leña para todos en el monte cercano, agua fresca y espacio para muchos viajeros fatigados.

Chaves había elegido el sitio.

La carreta, apenas separados los bueyes, tomó las apariencias de una choza. Echó una raíz: la breve escalera de cuatro tramos. Las ruedas no se veían, cubiertas con lonas en su totalidad, de uno y otro lado. Bajo la carreta se instaló un cuartucho. Arriba, la celda donde las quitanderas remendaban su ropa o tomaban mate, canturriando. Abajo, la Mandamás conversando con Chaves, “prendidos” del mate amargo. La “brasilerita” marimacho corría de un lado a otro, tratando de arrear los bueyes hasta la aguada.

Se oían sus gritos:

-¡Bichoco!... ¡Indio!... ¡Colorao!...

Y, de cuando en cuando, corregir los malos pasos del perrito:

-¡Cuatrojos!... ¡Juera!... ¡Cuatrojos!... ¡Ya!... ¡Cuatrojos!...

Solamente los animales ponían atención a los gritos de Brandina.

Llegó la noche y no faltaron visitas. Se acercaban a comprar chala, pero la Rita les ofrecía algo más.

En el profundo silencio de la noche, empezaron a oírse lejanos silbidos y gritos vagos. A los primeros ruidos, Chaves sentenció:

-Alguna tropa que se va p’al Brasil…

Una lucecita roja -de cigarro encendido-, al frente de la tropa, localizaba al jinete que servía de señuelo. Y, con él, la tropilla de “la muda” que venía bufando, ansiosa por llegar a la aguada.

Al poco rato se hicieron presentes las llamas viboreantes del fogón de los troperos.

La carreta de las quitanderas se vio rodeada de novillos. Chaves tuvo que agitar su ponchillo para espantar las bestias curiosas, que se acercaban paso a paso, olfateando la tierra. Se oyó decir a la “brasilerita”:

-No vaya’ser que arreen los bueyes con la tropa.

Chaves se levantó sin decir una palabra y caminó hasta el fogón.

Volvió con ellos, y a medianoche la vieja guitarra de las quitanderas fue pulsada a pocos metros de la carreta, en el fogón ofrecido a los recién llegados.

Petronila, Rosita y Brandina, la “brasilerita”, después de arreglarse para recibir a los forasteros, bajaron de la carreta. Sentadas o en cuclillas, cerca del fuego, escucharon los acordes de la guitarra, confundidos con los balidos de la tropa cayendo a la aguada.

Y aquella noche las quitanderas se dedicaron a conformar a los troperos…

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