domingo

LECCIONES DE VIDA (64) - ELISABETH KÜBLER-ROSS Y DAVID KESSLER


8 / LA LECCIÓN DEL MIEDO (1)

DK (1)

Troy tenía el sida desde hacía tres años y se consideraba afortunado porque nunca había padecido los efectos de la enfermedad. Físicamente se encontraba bien, pero mentalmente estaba paralizado por el miedo. Sin embargo, estaba familiarizado con una amplia gama de miedos comunes, pues había vivido con ellos la mayor parte de su vida.

“El miedo nunca me había paralizado por completo -explicó-; lo justo para mantenerme a cierta distancia de la vida. Al enfermar de sida me sentí destrozado. Fue como si todos mis miedos se hubieran fusionado en una gran enfermedad.

“Mi compañero, Vincent, siempre me apoyó. Me decía, una y otra vez, que yo era más fuerte que mis miedos, que debía dar un paso adelante y enfrentarme a ellos, que me fuera a comer con el peor de mis miedos y que entonces descubriría que no tenía tanto poder sobre mí como yo creía.

“-¿Enfrentarme a mis miedos, salir a comer con ellos, dar un paso adelante? ¿Acaso no es suficiente con que tenga el sida?”, pensaba yo. Lo cierto es que no estaba de acuerdo con lo que Vincent afirmaba y ni siquiera tenía en cuenta sus ideas. Nadie sabía más que yo hasta qué punto los miedos me comían vivo.

“En cierta ocasión, estando yo sin empleo, uno de los compañeros de trabajo de Vincent me dijo que su hermana, Jackie, padecía el sida y acababa de salir del hospital. Tenían problemas para encontrar a alguien que la cuidara y se preguntaba si yo querría hacerlo. Le contesté que lo pensaría y que le daría una respuesta. Le pedí consejo a Vincent.

“-Ella necesita ayuda con desesperación y a ti te iría bien ese dinero -me dijo.

“Le pregunté si estaba muy enferma y me respondió que creía que se estaba muriendo.

“Al oír aquellas palabras todos mis miedos salieron a la superficie.

“-¿Acaso todo el mundo cree que estoy cualificado para cuidarla porque también yo me estoy muriendo? -le pregunté.

“-No -me respondió Vincent-. Esperan que no tengas miedo de la enfermedad porque también tú la padeces.

“-Vaya -pensé -, se han equivocado de persona.”

“No podía comprometerme a realizar aquel trabajo porque estaba demasiado asustado. Vincent me recordó que si no quería no tenía que hacerlo, pero que en su opinión debía conocerla. Yo temía hacerlo. Pero entonces pensé que ya había tenido miedo durante demasiado tiempo y decidí ir a verla.

“Le pedí a Vincent que me acompañara a su casa. Llegué hasta la puerta, me volví y le dije:

“-Lo siento, no puedo hacerlo.

“Está bien, regresaremos a casa y les telefonearemos -dijo él.

“Pero miré de nuevo la puerta. Allí, al otro lado, estaban todos mis miedos. Decidí enfrentarme a ellos y ver qué pasaba. Algo me empujó a franquear la puerta.

“Una vez dentro, vi a Jackie sentada en una silla de ruedas. Debía de pesar unos treinta y cinco kilos. Había sufrido dos apoplejías y no podía hablar bien. Tenía los ojos castaños más grandes que he visto nunca. La miré a los ojos y vi todos sus miedos. Estaban escritos en su frente: ‘Tengo miedo a morir. Tengo miedo a morir sola. Tengo miedo de que nadie esté a mi lado en ese momento. Tengo miedo de que te vayas.’ ¡Delante de mí se hallaban mis mayores temores! La miré y sentí una gran tristeza. En mi interior, no dejaba de repetirme: “Decídete, enfréntate a tu miedo.” Cerré los ojos y pregunté:

“-¿Puedo empezar hoy mismo?

“Sabía que tenía que ayudar a aquella persona a la que no conocía. Después me enteré de que sus padres no querían saber nada de ella porque tenía el sida. Su intención era pagar a alguien para que la cuidara y sólo esperaban que llegara su muerte. Jackie tenía dos amigas que la visitaban, aunque no muy a menudo. Yo empecé a ayudarla unas horas al día y terminé dedicándole todo mi tiempo. Me convertí en su mejor amigo. No esperaba superar mis miedos, pero lo hice. Y llegué a quererla.

“Cuando el final se acercaba, la hospitalizaron de nuevo. Ella quería que yo estuviera allí porque tenía mucho miedo. El día que murió, yo estaba a su lado. El personal del hospital había avisado a sus padres, pero estos se quedaron en la sala de espera. Me senté a su lado y miré sus grandes ojos castaños. Le dije que estaba con ella. Percibía su miedo. Nunca había sentido nada tan intenso. Volvía a oír aquellas palabras en mi mente: “Decídete, no tiene poder”. Y le dije:

“-Tengo tu mano entre las mías. Voy a quedarme aquí y sostendré tu mano hasta que te reciban en el otro lado. Entonces la sostendrán ellos. Sin miedo, Jackie, sin miedo.

“Entonces murió. Vi cómo su pecho dejaba de moverse.

“Vinieron a buscarla los empleados de la funeraria. Estaban enojados porque nadie les había dicho que Jackie tenía el sida y temían tocarla. Una enfermera y yo nos ofrecimos para ponerla en la bolsa. Estaba cansado de sentir miedo alrededor y decidí que ya era suficiente. Preferí hacerlo yo mismo que permitir que se acercaran a ella. Fue la cosa más difícil que he hecho en mi vida. No dejé decirle: ‘Sin miedo, Jackie, sin miedo.’”

Troy se enfrentó al miedo con el amor y venció. La bondad siempre triunfa sobre el miedo: así es como se supera. No hay nada que iguale al amor. El poder del miedo tiene una base hueca y podemos vencerlo simplemente dando un paso adelante.

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