XI
"...i poeti laureati
si muovono soltanto fra le piante
dai nomi poco usati: bossi ligustri o acanti."
Eugenio Montale
En elogio del dulce de membrillo
sé bien que deberían escribirse poemas
mejores que este pobre que con torpeza tramo,
pero andan los poetas laureados ocupándose
de una plantas de nombres misteriosos
y otros temas afines
dignos de su talento y condiciones.
En elogio del dulce de membrillo
debería escribirse que hay cosas excelentes
cuya sola existencia es el mejor
elogio que pudiera hacerse de ellas.
XII
"C'est le Diable qui tient les fils qui nous remuent !"
C. Baudelaire
Tratar de evitar la miseria está bien.
Mejor aún hacer por mitigar
la miseria del otro.
Es excelente el que de veras trata
de abolir la miseria, salvo si
trata de hacerlo fusilando míseros.
Quede, pues, sin disputa establecido
que está bien intentar evitar la miseria.
En cambio huir de la pobreza simple,
de la falta de lujos más bien superfluos,
de la monotonía en el menú,
del atuendo no muy despampanante,
del trasladarse en ómnibus o a pie
como si de la lepra se tratase
y estar dispuesto a cometer delitos
menores y medianos inclusive
con tal de no ser pobres no puede ser correcto.
Lo hacemos, sin embargo,
vaya a saber por qué.
XIII
La pobreza pasada se queda pegada a la lengua.
Uno,
que ha echado buenas,
un mucho por trabajo y otro poco
porque ha tenido suerte,
almuerza en restaurantes un poco más
que de medio pelo,
pero pide al final del yantar
aquel postre sencillo, literario y gauchesco
de los austeros días infantiles.
No faltan alrededor
los que habiendo pedido algún postre
que ni siquiera saben pronunciar
lo miren a uno cual si se tratase
de un rústico,
de un grosero
que les viene a amargar la digestión.
La pobreza pasada se queda
pegada a la memoria de la lengua
pero no todos sabemos
saborearla bien.
XIV
"Je me souviens de l'annonce de la mort de Brassens."
Georges Pérec
Ya de chico sabía conversar con los muertos
sin sorprenderme de que estuviesen
más vivos que algunas
de mis tías viejas.
Ya de chico escuchaba canciones o veía películas
varias décadas más viejas que yo
como si charlara con mis condiscípulos.
Ya de chico vivía transido de saudade,
aunque no conociera la palabra
-me la explicó Vinicius unos años después.
Ya de chico sabía con la piel
varias verdades que no entiendo aún
pero defendería con la vida.
Ya de mayor,
ahora,
todavía me acuerdo
-lo vi por Canal 5 alguna tarde-
que Orfeo en la película se quedó sin Eurídice
por dejar de mirar hacia adelante.
XV
Pero ahora me acuerdo, de repente,
que era la Muerte quien se enamoraba
de Orfeo y que la muerte se llamaba
en la vida real María Casares
y que había nacido en La Coruña,
hija de un abogado, Don Santiago
Casares Quiroga, que fuera
defensor de anarquistas y Presidente
de Gobierno algún tiempo en la República,
estando ya tuberculoso pero
que muriera exiliado en el '50.
Misma actriz que en "Los libros arden mal"
-gran novelón del gran gallego Rivas-
recibe a vuelta de años en París
un libro de su padre salvado de la quema
que hicieran los franquistas allá en el '36.
Ya de chico sabía que la Muerte
tarde o temprano se enamora de uno
pero no me importaba.
Será porque soy hijo de Dios y de la vida.
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