domingo

LA PEQUEÑA CRÓNICA DE ANA MAGDALENA BACH (49) - ESTHER MEYNEL


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A pesar de esas pequeñas contrariedades, agotadoras por su repetición, Sebastián seguía escribiendo música y más música para la escuela e iglesia de Santo Tomás, así como para las otras iglesias de Leipzig, una música como hasta entonces no se había conocido en Alemania. Es cierto que ese arte era con frecuencia demasiado bueno para sus oyentes y demasiado elevado para sus almas y sentidos; solamente unos cuantos músicos lo comprendían. La tensión de semejante vida era excesiva para Sebastián, que, bajo su firmeza exterior, ocultaba un corazón muy sensible, y con frecuencia pensaba seriamente en marcharse de Leipzig para buscar fortuna en un lugar más tranquilo. Pero como no sabía a dónde dirigirse, escribió a su amigo de la juventud Jorge Erdmann, que había llegado a ser casi un personaje en Rusia, preguntándole si podía ayudarle a buscar un campo de acción apropiado a sus conocimientos. Esa carta me la dio a leer, como acostumbraba hacerlo con todas antes de mandarlas, y he de confesar que la idea de trasplantar nuestro hogar y nuestra familia a Rusia me causó gran dolor. Rusia me parecía muy lejana, muy extraña y muy pagana; pero si el traslado de Sebastián hubiese sido necesario, habría considerado como un deber el no mostrar ni la menor repugnancia contra ese plan. Porque, ¿qué representaba para mí mi querida Sajonia? ¿Qué me importaba todo el mundo en comparación con Sebastián? La patria de la mujer está donde viven su marido y sus hijos.

Sebastián explicaba en aquella carta a su amigo que la plaza de cantor en la Escuela de Santo Tomás no había resultado tan ventajosa como esperara, y que una gran cantidad de ingresos suplementarios, con los que había contado desde el principio, habían sido suprimidos o reducidos; que la vida en Leipzig era muy cara, tanto que, en cualquier lugar de Turingia, viviría mejor con cuatrocientos táleros que con el doble en Leipzig, donde hay que pagar todo lo necesario para la vida a unos precios extraordinarios. Pero decía que no era aquello lo que hacía insoportable su situación en Leipzig, sino sólo y exclusivamente el comportamiento de sus superiores, que eran gente muy extraña y difícil de tratar, con muy poco amor a la música y que le hacían vivir constantemente a disgusto por las envidias y las persecuciones de que era objeto, lo cual había llegado a tal punto que, con la ayuda de Dios, le obligaba a probar fortuna en otro sitio.

Pero cuando las cosas habían llegado a esa situación tan desagradable, cambiaron de pronto con la muerte del viejo rector de la Escuela, el señor Ernesti, y la designación para ese puesto del señor Gesner.

-¡Magdalena -exclamó- ahora nuestra situación será mejor y más tranquila!

Di gracias a Dios desde el fondo de mi corazón, me eché al cuello de mi querido esposo y sentí mi alma aliviada de un gran peso. Yo sufría no solamente porque le veía siempre disgustado, sino también porque sabía que aquella excitación constante le apartaba de la música, y eso era muy lamentable, pues presentía que Dios le había criado para que iluminase este mundo sombrío con su arte. Y si el mundo le ensombrecía a él hasta el punto de que no pudiese brillar la luz de su música, la situación era muy grave.

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