domingo

LOS RECOVECOS DE MANUEL MIGUEL (44) - Desbocada reinvención de la vida de Manuel Espínola Gómez



Hugo Giovanetti Viola

Primera edición: Caracol al Galope, 1999.
Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes, 2016.

UNDÉCIMA PUERTA: SOTERRADEZ (3)

Cuando llegamos a la esquina -justo en el momento de doblar por Florida hacia la rambla- nos cubre una marejada de niebla donde apenas refulgen los plátanos bruscamente desnudos y el detective dice:

-“Múdese todo muy enhorabuena, Señor Dios, porque hagamos asiento en ti”.

Y al subirnos al Fregate agrega, señalando el casetero:

-¿Te acordaste de traerme la grabación de Álvaro Pierri que tiene los Estudios de Villa-Lobos? Me parece que vamos a precisar un contrapeso extraordinario para poder llegar hasta el museo.

No pregunto por qué. Simplemente contemplo el retorcimiento invernal de los plátanos y acepto -con agradecimiento- cualquier mutación cruel.

-Allá viene -se clava la pipa en la sonrisa Isabelino Pena, enseguida de doblar a la izquierda por Maldonado. -Rápido: poné el cassette o la quedamos, macho.

Y mientras hago arrancar la meteórica versión del Estuido Nº 12 descubro a Moby Dick recortada a contramano y grito:

-Esquivala, carajo.

La monstruosidad se elastiza hacia arriba igual que en los comics y el Fregate parece tajear la niebla con dos arpones de oro.

-MIERDA VOY A ESQUIVARLA!!!! -se afirma en el volante Isabelino Pena.

Entonces atravesamos limpiamente la gran blancura blanda de la limusina y la vemos ascender entre el estrellerío resurrecto del verano como un Graf Zeppelin con dos panzas de fuego.

-Salute Moby Dick -sentencio, reverenciando la dulzura final con que Álvaro resuelve el bajo post-redoble.


-Así que la despanzurraron a Moby Dick, nomás? -suspiró cavernosamente Manolo, después que terminó de regar los escalones y nos hizo pasar al museo. -Che: ¿y ese supertortazo no será una alucinación proveniente de la ingesta de whisky en el Tasende? Aunque te reconozco que la Yemanjá del Mar Dulce es un bicho macanudo, por más caballitos blancos y ornitorrincos rojos que le anden alrededor.

-Las alucionaciones las debés tener vos adentro de este horno -se frenó el detective para darse aire con el gacho en la mitad de la escalera que nos llevaba al entrepiso.

-Este infierno, querrás decir -lo corrigió el hombre alto, secándose la cabeza con el pañuelo.

Pasamos a través de la pequeña sala destinada a la exposición de objetos y entramos al apartamento privado de Manolo, que tenía un dormitorio-escritorio con baño y mesada y un cuarto-bibilioteca. Todo era un revoltijo.

-Pero qué biblioteca te mandaste, morocho -estudió las flexiones casi moriscas  de las estanterías Isabelino Pena. -Esto sí que confirma la teoría de Guillermo Fernández. Sos un barroco y medio, no hay caso.

Manolo frunció una mueca de humilde aceptación y señaló las montañitas y envoltorios de papeles que nos cortaban el paso por todos lados.

-Ahí tenés los paquetes que trajimos de allá abajo cuando se taparon los caños -me explicó, resoplando. -Pero los poemas viejos no los encontré, todavía. ¿Y vos podés creer que los catálogos de la segunda exposición de la segunda exposición del Grupo Sáez están todos amazacotados?


Y se agacha a recoger una especie de hojaldre fungoso y murmura:

-Esto no tiene arreglo. Y era de una importancia estratégica muy clara.

Entonces queda englobado por un aura azul piedra que parece la condensación-transcripción de un vapor de mordaza: ¿Me tendré que morir sin haber podido instalar el espectáculo de las obras de mi propio museo?


El detective esperó que se esfumara la tristeza que parecía ahorcar a Manolo y preguntó:

-¿Cuándo calculás que van a retomarse las obras del museo?

El Viejo midió al viejito con dulzona insolencia antes de retrucar:

-Pero mire que resultaron curiosos los parientes de Empédocles. Decime: ¿Y no querés que te cante el Gordo de Fin de Año, así cambiás ese cascajo que ya era antiguo cuando a Jean Gabin todavía se le encabritaba el gatillo? ¿O aun no os habéis desayunado  de que existen incógnitas indescifrables hasta para el Gerente General del Universo -más vulgarmente conocido como Tata Dios?

-Mirá: lo de que mi glorioso Fregate te parezca un cascajo  podría dejártelo pasar -volvió a abanicarse con el gacho Isabelino Pena, en el momento en que empezaba a sonar el teléfono. -Pero para fundamentar convincentemente esa tesis del gerente General del Universo vas a precisar unas pelotas metafísicas que no te veo, morocho.

-A lo mejor con verme el tamaño de las otras ya te irías a baraja -me hizo una guiñada Manolo mientras entraba contoneándose al dormitorio.

-¿Sí? -lo oímos atender con un jadeo cortante. Y después de unos segundos gruñó: -Andá a hacerte dar, concha de perro. Y decile al Maligno Criollo que en este rancho lo que sobra es aguante. Y que el miedo lo perdí viendo timbear al General cuando era un guacho chico.

Nos miramos con el detective.

-Lo que me faltaba era un mariposón jugando a las películas de terror por teléfono -demoró en reaparecer Manolo en la biblioteca, con el aura agrisada hasta la decrepitud.

-¿Hace mucho que te llama? -sacó la pipa de un bolsillo interior de la gabardina el viejito.

-Más o menos. Ahora hacía bastante tiempo que no llamaba. Che, pero que yo sepa los detectives apuntan en todo caso con pistolas y no con pipas.

Y nos reímos un poco.

-¿Y qué fue lo que te mandó decir el Maligno Criollo, si se puede saber? -insistió Isabelino pena.

-No se puede saber -rejuveneció relampagueantemente Manolo. -Y además yo os cité para mostraros algo fenomenal, caballeros. Así que trasladémonos hasta el subsuelo a ver si tenemos suerte y el ángel canta algo.

-¿Pero no era un esquizofrénico color cielo de Auvers? -protesté sin burlarme.

-¿Vos por casualidad no te acordás del molino del ruso, allá en Punta Gorda? -me agarró un hombro el viejo cuando terminamos de bajar la primera escalera. -¿No te acordás de aquel destellador de películas con ángeles?

-Claro.

Bueno: este es uno de esos bichos, aunque se haga el tilingo. A mí no va a pasarme. Es un GUARDIÁN DEL ORO, como decía Chapete. Estoy seguro.

-Pero contá un poquito los detalles -se encrespó el detective. -Hacés tanto misterio que terminás tragándote la aceituna del cóctel.

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