Reflexiones sobre la ecología, el medio ambiente, las multinacionales, la contaminación, los países desarrollados, los países dependientes, los organismos internacionales y el destino de los dinosaurios.
UN ENEMIGO DEL PUEBLO
La revolución industrial concentró a la población en grandes urbes, que quedaron sometidas a la contaminación tanto fabril como por falta de saneamiento. En otras palabras, es indudable que en estos principios de milenio por diversas razones, el problema ha eclosionado, pero como se sabe en muchas ciudades es de larga data, por ejemplo en 1840 Federico Engels en su estudio sobre la situación de la clase obrera de Manchester, constataba que “...Al fondo circula, o más bien se estanca, el Irk. . . recibe también los contenidos de las alcantarillas y retretes de los alrededores. Debajo del puente Ducie, a la izquierda, se ven montones de basura, los excrementos, inmundicias y materias en descomposición provenientes de los patios de la empinada margen izquierda del río... Es un río estrecho, maloliente y negro como el carbón, lleno de suciedad y basura que vierte sobre la margen derecha que está a menos altura. Cuando el tiempo es seco, innumerables charcos de cieno absolutamente repugnantes, de un color negruzco, se quedan estancados sobre esta margen, de cuyas profundidades suben constantemente burbujas de gases miasmáticos y dejan un hedor que no puede soportar ni siquiera estando en el puente, metro o metro y medio por encima del agua”. (Cit. en Hall, P., op. cit.: 65).
La inacción ante la crisis ambiental por parte de las autoridades y los intereses afectados, fue encarada por HenrikIbsen en la obra teatral Un enemigo del Pueblo, que relata la peripecia del doctor Thomas Stockmann y de una ciudad cuyo balneario es el motor de la economía local. Cuando el galeno descubre en el agua una bacteria contaminante, capaz de poner en riesgo la salud de la población, debe enfrentarse a los poderosos de la ciudad, a los políticos y a los medios de comunicación. Pobladores y autoridades están más preocupados por los inconvenientes económicos que la desinfección del agua acarrea que por la salud de las personas. Aunque al principio el profesional pensó que la población debía alegrarse de que saliera a luz la verdad, terminó confrontando con intereses que primaban por sobre la salud pública. La vigencia de la obra es total, por eso importa rescatar aunque sea un fragmento de la misma.
DOCTOR STOCKMANN. — Pues he aquí la verdad. El balneario es un sepulcro blanqueado, así como suena. Créanme. Las aguas son peligrosísimas para la salud. Todas las inmundicias del valle y de los molinos van a parar a las cañerías, envenenan el líquido, y tanta porquería desemboca en el mar, en la playa...
HORSTER. — ¡Precisamente donde se bañan!
DOCTOR STOCKMANN. — Precisamente.
HOVSTAD. — ¿Cómo está usted tan persuadido de cuanto dice?
DOCTOR STOCKMANN. — He examinado todo a conciencia. Hace ya bastante tiempo que empecé a desconfiar. El año pasado hubo varios casos alarmantes de tifus y de fiebres gástricas entre los bañistas.
SEÑORA STOCKMANN. — Es cierto.
DOCTOR STOCKMANN. — Al principio creí que los bañistas habían traído las enfermedades; pero más tarde, este invierno, me entraron nuevos recelos, y decidí analizar el agua. Deduje que era lo mejor que podía hacer.
SEÑORA STOCKMANN. — Por eso estabas tan preocupado últimamente.
DOCTOR STOCKMANN. — Sí; bien puedes decir que me preocupé. ¡Y mucho Catalina! Pero faltaban aparatos modernos para analizarla, y por ende, hube de enviar muestras de agua potable y de agua de mar a la Universidad con el fin de tener un análisis terminante de un técnico.
HOVSTAD. — ¿Y tiene usted ese análisis?
DOCTOR STOCKMANN. (Enseñando la carta.) — Aquí está. El análisis señala, sin el menor género de dudas la existencia de sustancias en descomposición y de grandes cantidades de infusorios en el agua. Por consiguiente, su uso, tanto interno como externo, resulta a todas luces peligroso.
PETRA. — Pues ha sido una verdadera bendición del cielo que lo supieras a tiempo.
DOCTOR STOCKMANN. — No cabe negarlo.
HOVSTAD. — ¿Y qué va a hacer usted ahora, señor doctor?
DOCTOR STOCKMANN. — Intentaré reparar el daño, como es lógico.
HOVSTAD, — ¿Lo considera hacedero?
DOCTOR STOCKMANN. — Ha de ser hacedero. Si no, será la ruina del balneario. Pero no hay que apurarse. Estoy resuelto por completo.
SEÑORA STOCKMANN. — ¿Cómo has tenido todo esto tan callado, Tomás?
DOCTOR STOCKMANN. — Mujer, no soy tan loco que haga público un caso así sin haber adquirido antes la certeza absoluta.
PETRA. — Pero a nosotros...
DOCTOR STOCKMANN. — A nadie en el mundo. Al presente, sí. Mañana mismo puedes ir a visitar al Hurón...
SEÑORA STOCKMANN. — Pero, Tomás...
DOCTOR STOCKMANN. — ... al abuelo, si te parece mejor. ¡Ya verás qué sorpresa va a llevarse! Dirá que estoy loco... Y no será el único que lo diga... ¡Va a ver esta buena gente! (Se pasea, frotándose las manos.) ¡Menudo alboroto se va a armar en la ciudad, Catalina! Pero, por lo pronto, hay que levantar toda la cañería.
HOVSTAD. (Poniéndose de pie.) — ¿Toda la cañería?
DOCTOR STOCKMANN. — Sí; el manantial está demasiado bajo; hay que trasladarlo a un sitio más alto.
PETRA. — ¡Ah! De manera que tenías razón en aquello que dijiste hace tiempo.
DOCTOR STOCKMANN — Sí; ¿te acuerdas, Petra? Escribí oponiéndome a su plan de construcción. Pero nadie me hizo caso. Naturalmente, hoy tendrán que oírme, quieran o no. He escrito una memoria sobre la administración del balneario; hace más de una semana que la acabé. Sólo esperaba que llegara el análisis. (Mostrando la carta.) Desde luego voy a enviarla. (Pasa a su despacho, y vuelve con un rollo de papeles.) Miren: cuatro hojas de letra menuda. Incluiré, además, la carta. Un periódico, Catalina, para envolverlo todo. ¡Ea, ya está! Toma, dáselo a... (Patea el suelo.) ¿cómo demonios se llama?... Bueno, dáselo a la muchacha y dile que lo lleve ahora mismo al alcalde.
(La SEÑORA STOCKMANN sale con el paquete por la puerta del comedor.)
PETRA. — PETRA. — ¿Qué crees que dirá tío Pedro, papá?
DOCTOR STOCKMANN. — ¿Qué va a decir? De cualquier modo, deberá alegrarse de que tamaña verdad salga a la luz del día.
La forma como está organizada cada producción determina el tipo de efluvios (que pueden ser olores, vapores, gases, irradiaciones, productos tóxicos, etc.), lo que ha obligado a los organismos especializados a clasificar los peligros según la industria y las secuelas producidas por la utilización indiscriminada de determinados productos, que pueden estar afectando al ambiente, a los trabajadores y a la población en general. Para ejemplificar podría decirse que en la industria metalúrgica, el procesamiento de algunos metales como el níquel, puede resultar cancerígeno: el procesamiento del cobre puede causar fiebre y vómitos y los ácidos dolencias respiratorias. La nafta, los combustibles, los alcoholes, etc., suelen causar inconvenientes respiratorios y de la piel y, en algunos casos, según sean utilizados, llegan a perturbar la creación de glóbulos rojos y provocar leucemia. La exposición a la silicona, puede provocar silicosis, bastante común en la industria cerámica, una dolencia que afecta los pulmones, genera cansancio y falta de aire.
Los ruidos provocan sorderas y problemas nerviosos, pero la ausencia absoluta de ruido también genera trastornos. Denuncia la periodista Irene de León: “el uso de pesticidas y plaguicidas químicos en las áreas rurales, tiene efectos nocivos en la salud reproductiva, principalmente en las mujeres embarazadas, y provocan intoxicaciones, cuyos efectos son irreversibles”. Y agrega que en general “la concentración de la tierra y el agua, la desecación de reservas para canales y construcción de represas hidro eléctricas, el mal manejo de los suelos, la contaminación del aire por el uso de plaguicidas y pesticidas, la deforestación, la contaminación por hidrocarburantes, entre otros, acarrean daños irreversibles a la naturaleza e infringen a las colectividades problemas masivos de salud pública”, pero como aportan sustanciales dividendos los crímenes “contra la naturaleza y la humanidad permanecen impunes y de manera general, los compromisos adoptados (…) han pasado a la historia”.
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