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Yo estaba indignada de que alguien se atreviese a hablar así con Sebastián; mas él me miraba completamente tranquilo y, sin que le hubiese nada aquella disputa, dijo, respondiendo a mi mirada:
-Sufre porque no ha podido hacer el instrumento como lo ha concebido, como sabe que tiene que ser… Comprendo perfectamente sus sentimientos.
-Pero no tenía necesidad de ponerse tan grosero -le respondí disgustada.
-¡Bah! -exclamó Sebastián riéndose-. Eso no tiene importancia, mientras él consiga hacer el clave a su gusto.
Pasó bastante tiempo, durante el cual Silbermann debió de aprovechar las indicaciones que le había hecho Sebastián y trabajar en el perfeccionamiento de su clave de macillos; porque, después de haber evitado todo encuentro con Sebastián durante varias semanas, le invitó inesperadamente a probar su instrumento, perfeccionado. Sebastián se dirigió con premura a casa de su antiguo amigo, tocó el nuevo piano de prueba y quedó encantado. Silbermann escuchaba junto a él, y al oír las cálidas palabras de alabanza de Sebastián, su cara sombría se aclaró con una sonrisa radiante:
-Eres el mejor de los músicos -exclamó-, y yo sabía que mientras el piano no tuviese las condiciones que tú exigías, mi obra no estaría terminada. Pero, créeme, ha sido un trabajo muy duro el que se ha tenido que hacer para realizar lo que tú querías.
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