domingo

ENRIQUE AMORIM - LA CARRETA (36)


IX (2)

La clientela aumentó. El comisario había hecho “campamento aparte” y mantenía el orden con su presencia. De cuando en cuando alguno se apartaba y subía acompañado a la carreta. Al rato otra pareja, sucediéndose sin contratiempos, salvo una pequeña discusión sobre el precio, que provocó uno de los concurrentes desconformes. La Mandamás calmó el descontento.

-Pero amigaso, si la Flora te ha aguantau mucho rato -argumentaba la vieja. -Dele un pesito más.

Al clarear el día el comisario subió a la carreta con la menor. La Mandamás dormitaba, apoyando la cabeza en la llanta de una de las ruedas. Un cojinillo le servía de almohada. En la carpa, las otras mujeres intentaban descansar. Gurí repunteaba los bueyes para conducirlos a la aguada.

El sol barría el sucio escenario de los fogones. El caballo del comisario, ensillado y sin freno, se alejaba pastando.

Eran las cuatro de la tarde cuando pasó el comisario seguido de Correntino en dirección a la aguada. La Mandamás, con una de las ambulantes, lavaba unas ropas en la orilla del río. Cuando vieron venir al comisario con un desconocido, la González se puso de pie y forzó una gran reverencia. Guiñando el ojo, le preguntó cómo había pasado la noche, y quién era el “muchacho lindo” que lo acompañaba. Como Correntino continuó el camino, introduciéndose en el monte, el comisario pudo decirle que se trataba de un “marica”.

-Llévelo a la carpa, comesario; yo sé desembrujar maricas… ¡Si habré lidiao con cristianos ansina! -dijo la vieja-. Repúntelo p’al campamento esta noche y verá si no le quito las mañas, comesario. ¡Mi dijunto marido tenía ese vicio!

Por la noche, cayó el comisario con Correntino. Ya había gente encerrada en la carreta. Un “tape” que venía todas las noches, proporcionando pingües entradas.

El representante de la justicia hizo fogón aparte. La china más bonita -una cosa del comisario, “escriturada pa’él”, como decía la peonada del pago- cuando lo vio apearse corrió a su lado.

-Linda china, ¿verdá, Correntino? -le sopló al oído el asistente del comisario.

Correntino no se atrevió a hablar. Con la cabeza descubierta, lucía su lacio cabello renegrido. Los ojos le brillaban. En cuclillas, emergían los fornidos hombros.

La vieja celestina, lo miraba largamente forcejeando en la memoria. Le preguntó con un dejo de cariño en la voz amiga:

-¿De ande es el hombre? ¿Se pué saber?...

-De Curuzú-Cuatiá.

-¿Conoce los Sanches de la picada?

-¿Los de la picada del Diablo? Siguro; si ahí m’criau. En el puesto de los Sanches.

La vieja no dijo una palabra más. Ya era suficiente… “Marica” y dee Curuzú-Cuatiá… Y se dijo para sí…

-Igualito al finao, igualito…

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