domingo

LECCIONES DE VIDA (42) - ELISABETH KÜBLER-ROSS Y DAVID KESSLER


5 / LA LECCIÓN DEL PODER (4)

EKR (1)

En una ocasión comprobé cómo el orden natural de las cosas se desarrollaba de una forma perfecta aunque inusual.

Un día di una conferencia en Nueva York delante de 1.500 personas. Cuando terminé, cientos de asistentes formaron una cola para que les firmara un libro. Firmé tantos como pude, hasta que llegó el momento de irme al aeropuerto. Aun así, firme unos cuantos más, pero tuve que marcharme.

Me fui a toda prisa al aeropuerto y allí me enteré de que habían retrasado el vuelo quince minutos. Eso me dio tiempo para ir al lavabo, cosa que necesitaba con urgencia. Mientras estaba dentro, oí  una voz que decía:

-Doctora Ross, ¿Le importaría?

“Importarme qué”, pensé.

Entonces, alguien deslizó uno de mis libros por debajo de la puerta junto con un bolígrafo para que lo firmara.

-Sí que me importa -respondí. Agarré el libro, pero pensé que no me daría prisa en salir del lavabo. No obstante, sentí curiosidad por saber quién había hecho algo así.

Al otro lado de la puerta esperaba una monja.

-No la olvidaré en toda mi vida -le dije. Y no se lo dije con dulzura, pues, en realidad, quería decir: “¿Cómo se atreve a no dejarme utilizar el lavabo en paz?”

-¡Le estoy tan agradecida! Ha sido la Divina Providencia -respondió ella. Por mi mirada dedujo que yo no entendía lo que quería decir, así que añadió-: Me explicaré.

Me di cuenta de que me hablaba con el corazón. Yo detestaba aquella situación porque no entendía que alguien intentara controlarme y manipularme de aquella manera, pero percibí un poder enorme en su pureza.

-Mi amiga, que es también monja, se está muriendo en Albany. Contaba los días que faltaban para su conferencia. Deseaba venir con toda su alma, pero estaba demasiado enferma para viajar. Yo quería hacer algo por ella, así que he venido, he grabado su conferencia y quería llevarle uno de sus libros firmado por usted. Esperé en la cola casi una hora, pues sabía lo mucho que aquello significaría para mi amiga. Sólo quedaban unas cuantas personas delante de mí cuando usted tuvo que marcharse. Aunque hice todo lo posible por conseguir su firma, no lo logré. Ahora entenderá por qué, cuando la vi entrar en el lavabo, supe que era cosa de la gracia divina: el universo nos había traído al mismo aeropuerto, a la misma compañía aérea y al mismo lavabo en el mismo momento.

Aquella mujer no sabía adónde me dirigía, si iba a abandonar la ciudad, qué aeropuerto iba a utilizar y ni siquiera si iba a tomar algún vuelo. Se sorprendió mucho cuando me encontró en el lavabo. Y eso demuestra que no tenemos que controlar las cosas para que sucedan, si es que tienen que suceder. Las casualidades no existen, sólo las manipulaciones divinas. Este es el auténtico poder.

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