domingo

JEFF BUCKLEY


GRACIA*

(Traducción y ensayo por Juan Carlos Castrillón)

Ahí está la luna pidiendo quedarse
solo lo suficiente para que las nubes
me arrastren lejos.
Bueno, si mi tiempo está por llegar,
no tengo miedo a morir.
Mi voz, desvaneciéndose
canta sobre el amor,
pero ella llora al paso del tiempo.
Oh, el tiempo
espero detrás del fuego
y ella solloza entre mis brazos.
caminando hacia las luces fulgurantes
entristecida.
Oh, bebamos un poco de vino
porque mañana ambos 
nos habremos ido.
Oh, mi amor.
Y la lluvia está cayendo 
y creo que mi tiempo al fin ha llegado.
Me recuerda el dolor que tal vez
he dejado atrás.
Aguarda dentro del fuego.
Y lo siento, ahogando mi propio nombre,
tan fácil de conocer y olvidar
con este beso.
No temo partir,
pero esto se va tan lentamente.

 *una pequeña oración de agradecimiento

Los años 90 fueron tiempos de tristes pérdidas absurdas, grandes artistas perecidos prematuramente. El recuento de los daños es amplio y da para un próximo libro: Freddie Mercury, Tupac Shakur, River Phoenix, Andy Wood, Shanon Hoon, Mía Zapata, Brandon Lee, Elliot Smith, Layne Stanley (si, ya sé que estos dos murieron hasta el 2000, pero su agonía fue larga y continuamente anunciada), Kurt Cobain, y el gran virtuoso Jeff Buckley.

Hijo del enorme cantautor Tim Buckley (cuyas aportaciones en la voz son comúnmente equiparadas a lo que hizo Hendrix en la guitarra o Coltrane en el sax, sin exagerar, y cuyos estilos son todos experimentales, aunque quizá Lorca sea el más viajado, una exquisita mezcla de rock, folk, soul y psicodelia) fallecido por un estúpido pasón de heroína y al que pronto dedicaré un texto. Jeff fue  un digno heredero de la estirpe paterna. Aunque Tim y Jeff nunca se conocieron -se dice que solo se vieron una sola vez en sus vidas- y sus obras son eslabones intrínsecos de una dorada cadena, esa que oximorónicamente nos libera, nos hace hombres, verdaderos poetas, soberanos humildes de nuestro corazón y de nuestro cerebro. Dispuestos a pelear por la pureza. A defender al débil, combatir a los abusadores, hacer canciones que refresquen el espíritu de nuestro pueblo, y susurrarlas con rabia al oído de las musas.  Esa recia dignidad que bendice la frente de los verdaderos poetas, latió con ritmo en las sensibles sienes del siempre joven Jeff Buckley. Grace, el álbum y la canción en sí, es una oración mortuoria, inmersa en la infinita pasión por vivir. Se agradece bidiestramente a la vida y a su eterna contraparte, se vive en plenitud de alcanzar a la muerte, no hay vanagloria de la cesación, tan solo una sabia aceptación de nuestra inevitable disolución en el océano del tiempo que, por supuesto, tiene tintes budistas y sufíes. El álbum -en realidad, único en su carrera- es un inolvidable maridaje de efectivo y vanguardista rock melancólico donde el elemento lírico seduce por su real honestidad; la dorada voz de Buckley transforma el canto en flama redentora que nos obliga a detenernos y aguzar el tímpano cardiaco para acceder a la plena conmoción. De esta manera propositiva se conmovieron  cientos de personas al escuchar el disco, entre ellas la diva punk Patti Smith -que llamó a Jeff para hacerle coros en uno de sus mejores trabajos: el terapéutico Gone Again-, al igual que Dylan, McCartney, Page, Plant, Tom Yorke, etc. El joven Buckley estaba maduro para conquistar el mundo a base de puro talento, y así lo atestiguó el legendario guitarrista Gary Lucas (de cuyo impresionante curriculum solo diré que tocó con el mismísimo Captain Beefheart) que lo acompaña en dos tracks de Grace. Asimismo la Academia Francesa lo galardonó con el prestigioso premio Charles Cros, que habían recibido anteriormente músicos como Piaf, Montand, Brel, Joan Báez y Leonard Cohen. Por lo cual estoy en absoluto desacuerdo con el escritor norteamericano Chuck Klosterman que en su libro Pégate un Tiro para Sobrevivir -infantilmente obsesionado con Tánatos- afirma que la muerte fue lo que convirtió a Buckley en una estrella. Por el contrario, Jeff ya era un lucero artístico desde antes de morir. La fama le sentó mal: prefería dar recitales en modestos Cafés que conciertos en grandes estadios, nunca se vio a sí mismo  en el lugar común del "rockstar", más bien un íntimo rapsoda perdido en medio de la pueril  parafernalia mercadotécnica. Su partida física de este mundo, acaecida el 29 de Mayo de 1997, poco después de cumplir 30 años, resultó un misterio lleno de connotaciones metafóricas -accidente, suicidio, complot, según su madre- al perecer ahogado en el fresco fluir de su querido río Mississippi, cerca de Memphis, Tennessee. Su legado es notorio en infinidad de bandas y solistas (Coldplay, Muse, Ours, Starsailor...) que no alcanzan ni siquiera a rozar su inusitada grandeza.


(Este texto y su traducción es parte del libro LA SUBVERSIÓN POÉTICA DEL ROCK / Tomo II.
Jeff Buckley - Grace (Official Video)

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