domingo

CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE) 108 - LOS CANTOS DE MALDOROR


CANTO CUARTO

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En cuanto a ti, ¡oh dueño mío!, bajo tu mirada los habitantes de las ciudades quedan instantáneamente destrozados, como un montículo de hormigas que aplasta el talón de un elefante. ¿No acabo de ser testigo de un ejemplo demostrativo? Mira… la montaña ya no está jubilosa… se queda solitaria como un anciano. Las casas existen, no hay duda, pero no sería paradójico afirmar, en voz baja, que no podrías decir lo mismo de aquellos que ya no existen en ellas. Ahora las emanaciones de los cadáveres llegan hasta mí. ¿No las percibes? Observa esas aves de rapiña que están esperando nuestro alejamiento para iniciar su gigantesco festín; llegan en nubarrones continuos desde los cuatro puntos cardinales. ¡Ay! ya habían estado aquí, pues vi cómo sus alas rapaces trazaban, por encima de ti, el monumento de las espirales, como incitándote a apresurar el crimen. ¿Tu olfato no recibe entonces el menor efluvio? No es más que un impostor… Tus nervios olfativos al fin son conmovidos por la percepción de los átomos aromáticos; estos ascienden desde la ciudad aniquilada, aunque sea obvio decirlo… Quisiera besar tus pies pero mis brazos sólo rodean un vapor transparente. Busquemos ese cuerpo que no puede hallarse, y que sin embargo mis ojos distinguen: merece de mi parte las más efusivas expresiones de una admiración sincera. El fantasma se burla de mí: me ayuda a buscar su propio cuerpo. Si le hago señas de que se quede en el lugar en que está, he ahí que repite mis propias señas… Se ha descubierto el secreto, pero no -lo digo con franqueza- a mi entera satisfacción. Todo queda aclarado, tanto los grandes como los pequeños detalles; no vale la pena reproducirlos ante el espíritu, por ejemplo el arrancamiento de los ojos a la mujer rubia: ¡eso es tan insignificante!... ¿No recordaba yo que también fui escalpado, aunque sólo duró cinco años (la cantidad exacta de tiempo se me había escapado), y que encerré a un ser humano en una prisión, para gozar del espectáculo de sus sufrimientos, porque me había rehusado, con justo derecho, una amistad que no se concede a seres como yo? Puesto que simulo ignorar que mi mirada puede determinar la muerte hasta de los planetas que giran en el espacio, no se equivocará aquel que pretenda que no tengo la facultad de recordar. Sólo me queda hacer añicos este espejo con ayuda de una piedra… No es la primera vez que la pesadilla de la pérdida momentánea de la memoria fija su residencia en mi imaginación, cuando, por las inflexibles leyes de la óptica, me sucede encontrarme frente al desconocimiento de mi propia imagen.

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