domingo

LECCIONES DE VIDA (36) - ELISABETH KÜBLER-ROSS Y DAVID KESSLER


4 / LA LECCIÓN DE LA PÉRDIDA (2)

DK (2)

Las pérdidas son complicadas y rara vez nos dejan indiferentes. Además, nadie puede predecir cuál va a ser su reacción ante una pérdida. El dolor es algo personal. Los sentimientos pueden ser contradictorios o abrumadores, y también podemos experimentarlos con retraso.

Una pérdida, o incluso una posible pérdida, afecta a muchas vidas: la de la familia, los amigos, los compañeros de trabajo y también la de los profesionales de la medicina que se ocupan del paciente. Todo el mundo se siente herido, incluso las mascotas de esa persona. Todo el mundo experimenta la sensación de pérdida, y esta puede separarnos o unirnos.

Durante un seminario, una mujer se lamentó de la pérdida de su esposo, no debida a la muerte, sino al divorcio. Nos pareció interesante porque dijo que sus problemas empezaron mientras él luchaba contra el cáncer.

“Durante el tratamiento yo me quedaba despierta por la noche y lo observaba respirar -explicó en voz baja-. Me consumía la idea de perderlo. Permanecía despierta y me preguntaba qué haría el día que dejara de respirar. No podía soportar pensar en lo que pudiera pasar, en perderlo. Al final, sufrí una depresión nerviosa y me separé de él a causa de la culpa que sentía. Ahora, después de unos años, él disfruta de muy buena salud. De aquella situación aprendí que cuando alguien se enfrenta a una enfermedad que puede suponerle la muerte, toda la atención se centra en esa persona. Todo gira en torno a cómo evoluciona la enfermedad, cómo se siente el enfermo, cómo responde al tratamiento, etcétera. En aquellos momentos me sentí muy egoísta por experimentar mis propios sentimientos, mis propios miedos. En ningún momento se me ocurrió exclamar: “¡Eh, y yo qué!” No me parecía bien. Yo no era el paciente, así que ¿quién era yo para necesitar ayuda cuando era él el que se estaba muriendo? Por lo tanto, no dije nada y al final estallé.

Nuestro dolor se complica cuando la pérdida está acompañada de circunstancias como defunciones múltiples, un asesinato, una epidemia o cuando la muerte es repentina. Como efecto secundario, quizá sintamos rabia por las circunstancias de la muerte, un choque emocional por su rapidez, etcétera. De hecho, creo que todo el dolor que sentimos es complicado; raras veces es simple.

A principios de los años ochenta, durante la primera etapa de la epidemia de sida, Edward perdió cerca de veinte personas a las que quería. Sin embargo, en aquel momento le pareció que experimentaba un sentimiento de pérdida muy poco profundo.

“Los quería -repetía una y otra vez-. ¿Cómo puedo sentir tan poco?

Durante quince años estuvo preocupado porque no sentía nada hacia aquellas personas a las que habías amado y perdido. Una noche se despertó presa del pánico y buscó con frenesí por toda la casa fotografías de aquellas veinte personas. De un modo repentino, el dolor lo golpeó como una tonelada de ladrillos. En aquel momento, Edward estaba lo suficientemente fuerte y preparado para poder experimentar alguna de aquellas pérdidas. Aquellos sentimientos habían estado guardados para cuando pudiera enfrentarse a ellos.

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