domingo

LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN (7) - CARLOS CASTANEDA -


PRIMERA PARTE  “LAS ENSEÑANZAS”

I (4)

Durante esta ronda atravesé rápidamente cada lugar, pasando por el sitio de don Juan, gasta el final del piso, y luego viré para cubrir el lado exterior. Al llegar al centro advertí que otro cambio de coloración estaba ocurriendo de nuevo en el borde de mi campo de visión. El color verdoso pálido percibido en toda el área se convertía, en cierto sitio a mi derecha, en un verdigris nítido. Permaneció un momento y luego se metamorfoseó súbitamente en otro matiz fijo, distinto al que yo había percibido antes. Me quité un zapato para marcar el punto, y seguí rodando hasta cubrir el suelo en todas las direcciones posibles. No hubo ningún otro cambio de coloración.

Volví al punto indicado por mi zapato y lo examiné. Quedaba a metro y medio o poco más del sitio indicado por mi chaqueta, aproximadamente en dirección sureste. Había una piedra grande junto a él. Estuve tendido allí un buen rato, tratando de descubrir pistas, observado cada detalle, pero no sentí nada diferente.

Decidí probar el otro sitio. Rápidamente giré sobre mis rodillas, y estaba punto de acostarme sobre la chaqueta cuando sentí una aprensión insólita. Era más bien como la sensación física de que algo empujaba mi estómago. Me levanté de un salto, retrocediendo con el mismo impulso. El cabello de mi nuca se erizó. Mis piernas se habían arqueado ligeramente, mi tronco estaba echado hacia adelante y mis brazos se proyectaban rígidamente frente a mí, los dedos contraídos como garras. Advertí la extraña postura, y mi sobresaltó aumentó.

Retrocediendo involuntariamente, tomé asiento en la piedra junto a mi zapato. De allí me dejé resbalar al suelo. Intenté aclarar qué cosa había podido ocurrir para producirme tal susto. Pensé que debía haber sido mi fatiga. Ya casi era de día. Me sentí ridículo y confuso. Sin embargo, no tenía modo de explicar qué cosa me asustó, ni había descubierto lo que deseaba don Juan.

Resolví hacer un último intento. Me levanté, me acerqué despacio al lugar marcado por mi chaqueta, y de nuevo sentí la misma aprensión. Esta vez hice un vigoroso esfuerzo por dominarme. Tomé asiento y luego me arrodillé para tenderme boca abajo, pero no pude acostarme pese a mi voluntad. Puse las manos en el suelo. Mi aliento se aceleró; se me revolvió el estómago. Tuve una clara sensación de pánico y luché por no salir corriendo. Pensé que tal vez don Juan me vigilaba. Lentamente repté de regreso al otro sitio y apoyé la espalda contra la piedra. Quería descansar un rato para poner en orden mis ideas, pero me quedé dormido.

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