domingo

JULIO HERRERA Y REISSIG: LA ENCARNACIÓN DE LA PALABRA. (3)



CARACTERES ESOTÉRICOS DEL MODERNISMO HISPANOAMERICANO

ENRIQUE MARINI PALMIERI


El arte poética de Herrera y Reissig

Premisas y predisposiciones de la personalidad (3)

Si se tiene en cuenta el interés que se le ha reconocido a Herrera y Reissig por Pitágoras, resulta, pues, legítimo recordar que entre los miembros de la Torre de los Panoramas, los de primer rango recibían el nombre de eufonistas, y así poner en relación a este designativo con el de acusmáticos, para insistir en el principio de una armonía trascendente en la creación poiética en la obra de Herrera y Reissig. La fuerte y bella voz de la armonía oratoria, el silencio religioso (presente, por ejemplo, en Áyax de Sófocles, 362 y 591) que encierra la actitud acusmática le imprimen a eufonistas su dinámica perfecta: el que oye y calla mejor hablará después.

Se trata, pues, aquí de una llamada de cara a un análisis evidentemente más profundo de esta coincidencia filosófica en relación con las convicciones estéticas de Herrera y Reissig. Ello podría aclarar con nuevas luces el sentido profundo del título de su ensayo «El Círculo de la Muerte», donde lo estético me parece revestir sentido esotérico o simbólico, o cuanto menos alegórico.


Al cuarto, un domingo, soñaba yo con ella, era de tarde; el hada Morfina mimaba, con sus manos ilusorias de rosa pálido, mi pobre quimera muerta. El lecho me parecía un ataúd nupcial de heliotropos y alas de cisnes; y apoteosis espiríticas, con sistros y liras hebreas, aterciopelaban en mi alma volatilizada, sus instrumentos a la sordina.


A partir del sonido de una voz se multiplican epítetos que pertenecen al campo semántico de la muerte: dolor cósmico que comparte el hablante con el lector, soplo de la vida que huye haciéndose misterio heraclítico, río del tiempo: ¿imagen veraz y válida, o siniestra mentira? El lector es verdadero eufonista merced al milagro de la lectura que se repite a pesar del tiempo limitado de la escritura: sabe el hablante de la eternidad del texto que se prolonga en el silencio del leyente.

En este caso se trata del sueño del narrador con Mademoiselle Jacqueline, «una poupée envejecida», retrato en marco prerrafaelita de memento mori a la manera de John Everett Millais para su Ophelia (1851). Macabra caricatura en quien el narrador reconoce y haber vivido lo que cuenta: «su quimera muerta». Quimera su propia vida de poeta que se ajirona entre inyecciones de calmantes, visitas al médico, recaídas y ataques... Aunque, según lo afirma Bula Píriz, Herrera y Reissig concibió este relato a partir de un hecho que vivió en su corta estadía en Buenos Aires, la cual fue de tregua médica.

Esta figura de oxímoron, «quimera muerta», conlleva la reunión tétrica y patética a la vez de vida futura y anhelada, y la de muerte cumplida; reunión que constituye el tema del relato por encima de la intriga que le transmite al lector solamente la desilusión y el dolor del narrador. «Quimera muerta» con perfumes azules de mística perfección y unidad anhelada en el Creador, de esas flores solares, sagradas y mitológicas, que son los heliotropos en la iconografía cristiana y en la metamorfosis de Clicie simbolizan la purificación y la huida del alma hacia el Sol, hacia Él, aquí al ritmo del sistro protector de Hathor-Isis, fuente de cabalísticos sones. Nada es gratuito en este cuarto, antesala mortuoria de donde saldrá un hombre diferente, otro hombre, que ha aprendido a llorar «por lo que nunca ha visto ni se verá y por lo que ya no volveremos a ver jamás». Otro hombre, el que ve la realidad tanto en su verdad física como en aquella invisible: doble es la quimera que murió, la del hablante y la de la heroína Jacqueline. Ambos son el rostro de una misma y triste parodia: la vida.

Cuarto, empero, de donde saldrá la poesía haciéndose a sí misma. Qué lejos se está del último quinteto de «Miraje» (1898):


Alas que danzan-notas de ensueños,
vagos acordes-risas ufanas,
fluyen del aire... ¡Semejan sueños
de esos amores que son risueños
como los nidos en las mañanas!


No habrá que quedarse sólo con la mera música de este místico mensaje. Y no porque se conocen las miserias físicas y morales de la biografía del autor, sino porque todo ello vibra ya en los sonidos que recibe el lector atento y sensible que no forzosamente las conoce. Mística música del silencio que encierra el hermetismo de los 
trobar clus sufíes, cuyo lenguaje metafísico conlleva claves que se le van descubriendo al lector que ya ha sabido abrirse a él por los sonidos primeramente.


Aquí, el lenguaje musical es a la vez expresión de sentimientos y de elaboración verbal en la que Wagner se reúne con Rimbaud en un universo de correspondencias entre sonidos, signos y objetos; lenguaje sonoro que es umbral de lo espiritual, de lo divino, chispa de cierta forma intuitiva de hermenéutica esotérica, alegoría verbal y cósmica a la vez. Perfecto y solar entendimiento entre el hombre, la naturaleza, todo lo que vive y ha de morir, entre el poeta y Dios. Aquí hay esencia y quintaesencia de la transmisión de lo bello por el sonido religioso que reúne tradición, presente y futuro. Poiesis y aiesthesis en el sentido más estricto, ambas reunidas en un mismo mensaje. Ésta es la naturaleza de Herrera y Reissig, la misma que sus escritos trasuntan, y que, según lo que afirma Bula Píriz, el poeta mismo consideraba como «paradoja viva», oxímoron viviente que dinamiza el crear hasta el desenfreno. Y este es el mensaje que recibe el lector, y que comparte como los «eufonistas» de la Torre de los Panoramas, a sabiendas o no de las vicisitudes de la vida del autor.

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