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LOS “TRUCS” DEL PERFECTO CUENTISTA Y OTROS ESCRITOS (15) - HORACIO QUIROGA


ESCRITOS DE HORACIO QUIROGA


Leopoldo Lugones (II)


Los conocidos moldes del lenguaje no bastan a contener las extrañas cristalizaciones de sus ideas. 

Pasa siempre la medida común de lo acostumbrado. Ya en el retoque, ya en el bosquejo, hay un violento matiz en su pincel simbólico y colorista.

Lo que dice resuena como un flujo de bronce de una hornalla harto llena. (1)

Tan fuertes son sus alas, que aquel ser de ancho aliento parece que en sus alas lleva amarrado al viento. (2)

El cielo es la frente -de Dios sobre la eterna serenidad suspensa. (3)

En todas las montañas la cima sólo es pura -la cima es el esfuerzo visible del abismo- que lucha en las tinieblas por salir de sí mismo. (4)

La Cruz austral radiaba desde la enorme esfera -Con sus cuatro flamígeros clavos, cual si quisiera- En sus terribles brazos crucificar al polo. (5)

La gradación es uno de los misterios de su genio.

Aparece la idea. En seguida las imágenes, las comparaciones unas tras de otras, avasalladores, cortantes y se siguen y continúan y avanzan y se precipitan y se  condensan y se funden en una explosión de luz, tan honda y deslumbrante, que la reflexión se sublima como un delirio, y la lógica se quiebra como un cristal ante una irrupción de brasas.

Recuerdo que un escritor argentino criticó estos versos y se rio de ellos:

El hierro sufre en lo hondo de la fragua encendida -pero hasta hoy nadie ha visto las lágrimas del hierro. (6)

De igual manera censuraría los siguientes:

Palidece de amor, como una grande -azucena desnuda ante la noche. (7)
el duelo -de las sombras pasaba sobre la tierra inerte- como un árbol sobre una meditación de muerte. (8)

Describía Saturno un lento arco -sobre el tremendo asombro de la noche. (9)
…y en la lúgubre ribera de la noche -con su gran paso de seda va el Silencio. (10)

Y mucho más.

¿Es menester, acaso, para comprender a Lugones, una imaginación hiperbólica, capaz de llegar a sus más tangenciales símbolos?

Tal vez. Pero en uno y otro caso, hay una pregunta que no estaría de más en los que leen ciertas obras.

“No me gustan. ¿Por qué? ¿Por qué no llego hasta ellas o porque ellas no alcanzan hasta mí?
Su vuelo es de águila. Cuando estas suben muy alto, no se las ve. “Están muy arriba, decimos sin embargo.”

Rubén Darío le llamó formidable Lugones. A Víctor Hugo -el maestro- se le llamó igual.

Una de sus primeras poesías, El Carbón, escrita en Córdoba, muestra ya una tendencia hacia lo apocalíptico.

El simple ensueño llega a la clarividencia; la percepción transformándose en sensaciones físicas, la lectura obrando como silenciosa sugestión, la frase castigada en todas sus palabras, y el asombro establecido entre la verdad y el delirio.

Más tarde ha desarrollado vigorosamente esas condiciones.

Se impone, no seduce.

Arrebata, no encanta.

Han dicho que Lugones -perdiendo con los años la fogosidad- ganaría mucho como escritor.

Creemos lo contrario. Su mérito es ese: la potencia de las concepciones, el nervio de la frase.

Su juventud es un látigo, y el día que no tenga fuerzas para esgrimirla caerá.

Entre tanto, vive en perpetua excitación y nosotros en constante deslumbramiento.

Él tiene lo primero que es el genio y nosotros lo segundo, que es el primer poeta de América.


Notas

(1) La Montañas del Oro. Introducción.
(2) Id, id.
(3) Id, id.
(4) Id, id.
(5) Id, id.
(6) Id.
(7) Id, A la desnudez
(8) Id, Introducción.
(9) Id, La Histeria.
(10) Id, Los Árboles.

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