lunes

LA TIERRA PURPÚREA (100) - GUILLERMO ENRIQUE HUDSON


XXV /  ¡LÍBRAME DE MI ENEMIGO! (1)

A la mañana siguiente, como a las ocho, me despedí de los Peralta y continué mi muy retardado viaje, siempre montado en ese pingo adquirido deshonradamente, que tan bien me había servido, pues había rehusado el caballo que me ofreciera el buen Hilario. Aunque todos mis afanes, correrías y muchos servicios a la causa de la independencia (o por que sea que luchen en la Banda) no me habían ganado un solo centésimo, era algún consuelo pensar que la inolvidable generosidad de Candelaria me había librado de estar sin dinero; volvía a Paquita bien vestido, en un espléndido caballo y con suficientes pesos en los bolsillos para abandonar el país con toda comodidad. Santos me acompañó ostensiblemente con el objeto de encaminarme en dirección a Montevideo; pero yo sabía, por supuesto, que era el portador de un importante recado de Demetria. Habiendo caminado como unza media legua sin que él, por su parte, aludiera al asunto, a pesar de las indirectas que le echara, le pregunté, sin más rodeos, si no tenía un recado para mí.

Después de reflexionar sobre la cuestión el tiempo suficiente para haber resuelto un difícil problema matemático, contestó que sí.

-Pues, oigámoslo.

Sonrió burlonamente.

-¿Cree usté que este es un asunto del que se puede tratar en dos palabras? Yo no he venido tuito este camino sólo pa decirle que se ha dentrao de seca la luna, o que ayer, por ser viernes, ña Demetria no comió carne. Es un cuento largo, señor.

-¿Cuántas leguas de largo? ¿Qué tienes la intención de que dure todo el camino hasta Montevideo? Mientras más largo es el cuento, más pronto deberías empezarlo.

-Hay cosas, señor, que son fáciles de contar y otras que no son tan fáciles -contestó Santos-. ¡Pero contar algo a caballo! ¿Quién hay que pueda hacer eso?

-¿Y por qué no?

-¡Qué pregunta! ¿No ha observao usté cuando se saca licor de un barril -sea vino o jugo agrio de naranja, o aun la caña que es blanca y clara- que sale tuito turbio cuando se remece el barril? Es lo mesmo con nosotros, señor; nuestro entendimiento es el barril del que sacamos tuito cuanto decimos.

-Y el espiche…

-Por de contao -interrumpió, complacido de mi pronta penetración-; la boca es el espiche.

-Yo diría más bien que es la nariz la que se parece al espiche.

-No -repuso gravemente-. Usté puede meter mucho ruido con la nariz y cuando ronca o se suena con un pañuelo; pero esa no tiene puerta de comunicación con el entendimiento. Las cosas que están en el entendimiento salen por la boca.

-Muy bien -dije impacientándome-, llama a la boca espiche, agujero lo que quieras, y a la nariz sólo un adorno. La cuestión es esta: doña Demetria te ha confiado un licor para que me lo entregues a mí; pues, entrégamelo, claro o turbio, esté como esté.

-Turbio sí que no -repuso testarudamente.

-Pues bien; dámelo claro, entonces -grité.

-Pa dárselo claro es preciso que se lo dé a pie y no a caballo; sentao tranquilamente y no moviéndome.

Deseando terminar cuanto antes el asunto, refrené mi caballo, me apeé de un salto y me senté en el pasto sin decir otra palabra. Él hizo lo mismo, y después de arreglarse cómodamente, sacó su tabaquera y empezó a liar un cigarrillo. No podía enojarme con él por esta nueva demora, pues un oriental hallaría difícil concentrar sus pensamientos sin el consolador y estimulante cigarrillo. Dejándole que cumpliese sus instrucciones a su propio y afanoso modo, desfogué mi irritación en el pasto, arrancándolo a puñados.

-¿Por qué hace usté eso? -preguntó, sonriendo burlonamente.

-¿Qué? ¿Arrancar el pasto? ¡La pregunta suya! Cuando uno se sienta en el pasto, ¿qué es lo primero que hace?

-Armar un cigarrillo -repuso.

-En mi país uno comienza a arrancar el pasto.

-En la Banda Oriental dejamos el pasto pa que se lo coman las bestias.

Desistí inmediatamente de arrancar más pasto, porque era evidente que le distraía, y encendiendo un cigarrillo, me puse a fumar tan apaciblemente como fuera posible.

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