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LECCIONES DE VIDA (35) - ELISABETH KÜBLER-ROSS Y DAVID KESSLER


4 / LA LECCIÓN DE LA PÉRDIDA (2)

DK (1)

Recuerdo bien a mi padre, su rostro vivaz, sus ojos brillantes, su cálida sonrisa y su reloj de pulsera de oro con la correa negra que parecía formar parte de su brazo. Siempre los recordaré juntos, y mi padre sabía que a mí siempre me había gustado su reloj.

Hace unos años, mi padre se estaba muriendo, y yo me encontraba junto a su cama. Lo miré con los ojos llenos de lágrimas y le dije que no sabía cómo despedirme de él.

-Yo tampoco sé cómo despedirme de ti -respondió mi padre-. Pero sé que tengo que hacerlo. Tengo que despedirme de ti y de todo lo que siempre he amado, desde tu rostro a mi casa. Ayer por la noche incluso miré por la ventana y me despedí de las estrellas. Toma mi reloj -dijo mientras señalaba su muñeca.

-No, papá, siempre lo has llevado puesto.

-Sin embargo, ha llegado el momento de que le diga adiós y de que lo lleves tú.

Desbroché el reloj de su muñeca con suavidad y lo coloqué en la mía. Mientras lo miraba, mi padre me dijo:

-Tú también tendrás que despedirte de él algún día.

Pasaron los años y yo nunca olvidé aquellas palabras. El reloj siempre ha sido para mí un recuerdo agridulce de la temporalidad de la vida. Apenas me lo quito. Hace cosa de un mes tuve un día agitado en el trabajo. Al salir me fui al gimnasio con un amigo. Después me duché y me fui a casa. Estuve trabajando en el jardín, volví a ducharme y me vestí para salir. Aquella noche, al acostarme, me di cuenta de que no llevaba el reloj. Durante los días siguientes lo busqué por todas partes.

Experimenté de forma simultánea la pérdida del reloj, que con tanta intensidad representaba a mi padre y mi infancia, y la lección de la pérdida que él me había enseñado. Siempre supe que, algún día, perdería el reloj, ya fuera debido a mi muerte o a otras circunstancias. Tuve que asimilar la idea y el sentimiento de que todo lo que tenemos es temporal, que no es más que un préstamo. Con el paso del tiempo me acostumbré a esa idea y a la pérdida inevitable que había sufrido. En lugar de centrarme de forma exclusiva en el reloj, descubrí otras maneras de estar conectado con mi padre y mi infancia y asumí la advertencia de mi padre de que yo también tendría que despedirme de todo algún día.

Tres meses más tarde, derramé un vaso de agua que había en mi mesita de noche. Cuando me agaché para limpiar el suelo, encontré el reloj. Estaba detrás de una pata de la cama. Ahora vuelvo a llevarlo en la muñeca, pero comprendo realmente que todos nuestros regalos son temporales y que cuando nos despedimos de ellos descubrimos que hay algo en nuestro interior que no se puede perder.

La mayoría de las cosas que poseemos tienen un significado para nosotros no por ellas mismas, sino por lo que representan. Y lo que representan es nuestro para siempre.

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