domingo

LA CONVERSACIÓN CONSIGO MISMO DEL MARQUÉS CARACCIOLI (23)


(Fragmentos del capítulo VIII de Artigas católico, segunda edición ampliada con prólogo de Arturo Ardao, Universidad Católica, 2004)

por Pedro Gaudiano


APÉNDICE 9

La conversación consigo mismo, por el marqués Caraccioli *

“¡Qué diferencia tan notable entre el hombre que sólo mira las exterioridades, y aquel que entra dentro de sí mismo! El primero se cree un centro adonde todo va a parar; el segundo, un manantial que debe correr por todas partes. Aquel constituye su gloria en rechazar al necesitado, y en no reconocer otros instantes que los del placer o fantasía; el otro va a buscar el mérito en medio de la pobreza, y deja sus propios negocios por oír a sus hermanos y socorrerlos” (p. 196).

“No hay que temer que se pongan los ojos en el hombre voltario y disipado cuando se trate de elegir algún árbitro o medianero; todos van naturalmente al que prefiere el comercio de su alma a cualquiera otra compañía. Este es el héroe que se destina, y con razón, para grandes empresas” p. 197-198).

“La verdad que forma esencialmente el carácter del hombre honesto, es la alma de la sociedad. Ninguno deroga esta ley, ni altera este respeto común, que es preciso usar mutuamente, sino aquel que se aparta continuamente de su alma, del verdadero Mentor a quien debe seguir” (p. 199).

“Nuestra alma es imagen del Ser Supremo, y merece todo nuestro obsequio; la sociedad es una copia fiel de nosotros mismos, y pide toda nuestra atención. El Criador se pinta en nuestro interior, y nosotros nos pintamos después a los ojos de los demás” (p. 209-210).

“¡Qué bella escuela nos ofrece nuestra alma para aprender a servir, y disculpar a nuestro prójimo! Si tantos hombres que se hacen reformadores del universo, hubieran recibido alguna de sus instrucciones, ¿no serían más dóciles, más accesibles y más pacíficos? Sólo por falta de meditación, y por falta también de vivir consigo, se lleva a todas partes el mal humor, y vuelven sus armas contra unos y otros, cuando sería más justo las volvieran contra sus apetitos y preocupaciones. Eh! Sin ir a buscarlas afuera, hallaremos bastantes reformas que hacer dentro de nuestra casa, si somos tan celosos del bien: pero esto no acomoda a la ansia que los hombres tienen de dominar; los que han nacido para servir y obedecer, creen desagraviar su condición juzgando a sus amos y señores; quieren contrarrestar con esta autoridad delincuente, la legítima autoridad de sus superiores” (pp. 210-211).

“¿Quieres conseguir gracias del que consulta su alma, y se familiariza con los grandes sentimientos que ella inspira? Hazle saber no más tu intención, y al instante serán cumplidos tus deseos. Más le obligarás a él que él a ti, ofreciéndole ocasión de favorecerte. Este tal no tomará de su dignidad y riquezas sino la facilidad que ellas le prestan de poder socorrer a su prójimo; dará gracias a cualquiera que le lleve desgraciados para socorrerlos. Su corazón se hará el asilo de todos los que padecen” (pp. 215-216).

“Conversemos con nosotros mismos, y sabremos ser serios y festivos, oficiosos y reflexivos” (p. 222).

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