domingo

NOCHE OSCURA (45) - SAN JUAN DE LA CRUZ


LIBRO SEGUNDO

DE LA NOCHE OSCURA, TRÁTASE DE LA MÁS ÍNTIMA PURGACIÓN, QUE ES LA SEGUNDA NOCHE (PASIVA) DEL ESPÍRITU.

CAPÍTULO 13 (2)

5 / Pero aquí conviene notar que, aunque a los principios, cuando comienza esta Noche espiritual, no se siente esta inflamación de amor por no haber empezado este fuego de amor a emprender, en lugar de eso, da, desde luego, Dios al alma un amor estimativo tan grande de Dios que, como habemos dicho, todo lo más que padece y siente en los trabajos de esta Noche es ansia de pensar si tiene perdido a Dios y pensar si está dejada de Él. Y así, siempre podremos decir que desde el principio de esta Noche va el alma tocada con ansias de amor, ahora de estimación, ahora también de inflamación. Y vese que la mayor pasión que siente en estos trabajos es este recelo, porque si entonces se pudiese certificar que no está todo perdido y acabado, sino que aquello que pasa es por mejor (como lo es) y que Dios no está enojado, no se le daría nada más de todas aquellas penas, antes se holgaría sabiendo que de ello se sirve Dios. Porque es tan gran el amor de estimación que tiene a Dios, aunque a oscuras, sin sentirlo ella, que no sólo eso, sino que se holgaría de morir muchas veces por satisfacerle. Pero cuando ya la llama ha inflamado el alma, juntamente con la estimación que ya tiene de Dios, tal fuerza y brío suele cobrar y ansia con Dios, comunicándosele el calor de amor, que con grande osadía, sin mirar en cosa alguna ni tener respeto a nada, en la fuerza y embriaguez en el amor y deseo, sin mirar lo que hace, haría cosas extrañas e inusitadas por cualquier y manera que se le ofrece, por poder encontrar con el que ama su alma.

6 / Esta es la causa por que María Magdalena, con ser tan estimada en sí como antes era, no le hizo al caso la turba de hombres principales y no principales del convite, ni mirar que no venía bien, ni lo parecería, ir a llorar y derramar lágrimas entre los convidados, a trueque de (sin dilatar una hora, esperando otro tiempo en sazón) poder llegar ante aquel de quien ya estaba su alma herida e inflamada. Y esta es la embriaguez y osadía de amor, que -con saber que su amado estaba encerrado en el sepulcro, con una gran piedra sellada, y cercado de soldados que, porque no hurtasen sus discípulos, le guardaban- no le dio lugar para que alguna de estas cosas se le pusiese adelante, para que dejara de ir antes del día con los ungüentos para ungirle (cf. Io. 12 y 20).

7 / Y, finalmente, esta embriaguez y ansia de amor la hizo preguntar al que, creyendo que era hortelano, le había hurtado del sepulcro, que le dijese si le había él tomado, dónde le había puesto, para que ella le tomase (Ibid., 20,15); no mirando que aquella pregunta en libre juicio y razón era disparate, pues que está claro que, si el otro le había hurtado, no se lo había de decir, ni menos se lo había de dejar tomar.

Pero esto tiene la fuerza y vehemencia del amor; que todo le parece posible y todos le parece que andan en lo mismo que anda él; porque no cree que hay otra cosa en que nadie se deba emplear ni buscar sino a quien ella busca y a quien ella ama; pareciéndole que no hay otra cosa que querer ni en que se emplear sino en aquello. Que, por eso, cuando la Esposa salió a buscar a su Amado por las plazas y arrabales, creyendo que los demás andaban en lo mismo, les dijo que, si lo hallasen ellos, le hablasen diciendo de ella que penaba de su amor (Cant. 5,8). Tal era la fuerza del amor de esta María, que le pareció que, si el hortelano le dijera  donde le había escondido, fuera ella y lo tomaría, aunque más le fuere defendido.

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