domingo

LOS RECOVECOS DE MANUEL MIGUEL (26) - Desbocada reinvención de la vida de Manuel Espínola Gómez



Hugo Giovanetti Viola

Primera edición: Caracol al Galope, 1999.
Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes, 2016.

SÉPTIMA PUERTA: HOMBRE AL SESGO (1)

Abro la puerta del cuadro y empiezo a subir el lomo de la Punta Gorda junto con mi padre, un sábado de tarde. Tengo 12 años. Hace muy poco que instalaron el Monumento a los caídos en el mar en la Plaza Virgilio. El escultor -Eduardo Díaz Yepes- vive en el barrio y es conocido nuestro. Yo todavía no vi el monumento de cerca y cuando quedamos enfrentados al gran círculo de hierro formado por el trenzamiento del Hombre y la Misteriosa Ola de los Horrores mi padre dice:

-El verdadero nombre de esta obra es La lucha. Yepes la venía trabajando desde los años de la guerra civil española.

-Y aquellos son los brazos del hombre -señalo el erizamiento huesudo que parece techar la oquedad de la lucha


-Claro -cabeceó mi padre. Pero al posar los ojos en el horizonte del Río de la Plata (que resplandecía focalizado por el vacío central del monumento) fue como si agregara -Si te duelen los brazos de sufrir / no los bajes / más que para peinar / el lomo de tu sombra.


Después vemos llegar una familia con pinta de nuevos ricos a reírse sin el menor disimulo de la obra de Yepes y cuando se van mi padre dice:

-El mundo. Y a propósito del mundo, te tengo que comunicar que va a ser imposible comprarte la bicicleta de carreras para fin de año. Lo que podemos hacer es mandarle cambiar los tubos a la mía, que en sus tiempos fue muy buena.

Siento que la primavera se oscurece.

-No hay problema -trato de sonreír, y la angularidad desequilibrante del Hombre de La lucha me hace acordar al padre de Manuelito.

-¿Me dejás ir a Solís este fin de semana? -pregunto. -El ruso descubrió un túnel entre las rocas de la cantera que desemboca cerca de la usina de aguas corrientes.


Y al torcer la cabeza descubrí que mi padre estaba pensando en la pobreza. Y el Mar Dulce espejaba en su mirada un mensaje barroso que parecía extenderse más acá y más allá de su muerte tan temida: Algunos la elegimos / -amándola de a ratos- / aunque la odiemos siempre como al himen del valle / que querríamos preñar. / Hijo: no te derrumbes / por la sed humillada. / Suficiente será con que ganes tu sesgo de luz para la tribu. / Yo la mastiqué a solas / -mientras velaba el brillo de invencibles metales- / hasta la última paz de mi vida nocturna. / Y cuando la perdí: perdí la vida.


-Seguro -contesta, clavándose un Sinniko fino en la dentadura sonriente y protegiendo la llamita del encendedor con la mano manchada por el óleo. -Dale, que te acompaño.


En la cancha del 13 había partido, pero no distinguí a mis compinches de El Bromazo. Y en la cuadra del rancho donde vivían Cecilio Hernández y la tía Rosa nos encontramos con el General, impecablemente entrajetado.

-El Garbanzo y el Tomatito acaban de salir corriendo para aquel lado -informa el hombre alto, después de saludarnos con alegría. -Vaya a saber qué andarán haciendo por aquí.

En ese momento aparecen en el jardín Rosa y dos mujeres grises, que se detienen a observarnos bajo las glicinas que adornan el portal.

-Atienda, General -dice mi padre, y de golpe nos distraen un tamborilear y una voz acaribeñada que empiezan a sonar en la otra cuadra.

-Mi Dios -dice el General, prendiendo un habanillo de aroma muy picante. -Se largó a cantar el Papalote. Es un negro alarife que anda por el pueblo: se rechifla y le da por cantarles serenatas a las Pito de Oro.

-¿Las qué? -se ríe mi padre.

-Eso se lo explico en otro momento -se ajusta la corbata de moña y el sombrero el hombre alto. -¿Qué le parece si me deja al gurí y mañana de tardecita lo pasa a buscar, nos comemos un puchero y conversamos tranquilos?

Entonces le doy un beso a mi padre y salgo corriendo en dirección a la otra esquina. La tía de Manuelito no me reconoce, pero la saludo al pasar. Rosa está vestida totalmente de negro y ahueva una mirada donde se empoza el ardor de la sierra. Ya no pienso en mi padre ni en el General. Y corro.

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