domingo

VERSOS AL AIRE (3) - SAÚL IBARGOYEN


Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes

LA JAULA

Alguna vez alguien no sé desde dónde dijo
Que el dolor es una jaula invisible
Y que tus huesos son las rejas de esa jaula
Y que por eso te enamoras
Del propio sufrimiento
Y así clavas la mano hasta el fondo
De los distintos momentos de la cotidiana carne
Para expulsar los sitios vacíos
Que son también parte material de lo que eres.
Esa voz no ubicada dijo:
Aléjate de ti rechaza
Lo cercano de tu múltiple sombra
Que tanto te acosa
Con su piel de intangibles cáscaras.
Dijo esa voz sin sonido y sin forma:
El dolor nunca existió
Animal ninguno jamás nunca ha sufrido
Solo que cada cuerpo ofendido
Responde con un cántico
De jugos células nervios élitros arterias escamas
Queratina médulas plumas vellos palpos pelos
Patas cansadas y oxígeno muerto:
Pero quién escucha el destino de lo oculto
Quién percibe la mueca interior
El llanto el temblor el chillido la ronquera
El desgarre que anticipan la oscura quietud
De toda sustancia que habrá de cambiar
Luchando ciegamente.
Y aquella voz dijo al final de un discurso
Apoyado en el turbio silencio
De la propia respiración apalabrada:
Qué sería del dolor sin nosotros
Y sin otros
Pues se trata de sufrir
Y de eso solo el dolor
Pudo aprender algunas cosas.


DISTANCIAS
(Al modo del poeta sirio Hassan ibn-Said, s. XIX)

                                         (para Ana Karina)

Dicen los antiguos
Que toda distancia es imaginaria
Porque tu cuerpo durmiente danza
Dentro de su quietud
Y así también se expresa
Cada objeto que habita
El inasible espacio que llamamos mundo.
En cada hueco de lo visible
Y en cada rincón de lo que vemos
Hay en ti una presencia
Que desde siempre te ha esperado.
Y hay en tales sitios
Un olor a posible eternidad
Porque proviene de una sustancia
Que los antiguos nombraron mujer:
La cantora áurea
La musa de arrabal
La amarqueriente
La amante
La amadora
La madre tal vez
Del origen del fuego
Esa fresca llama
Que tus labios tocaron
Con dolor
Y sin quemarse.


A LA SOMBRA DE UN CAMELLO
(A la manera de la poeta árabe Aisha Karim al-Kabirah, s. XVII)

Anoche mientras las estrellas
Encendían su fuego blanco
Y crecían los aires del Sur
Acompañé a mi habibi hasta el sitio
Adonde descansaba
La nave del desierto: su más bello animal.
Era la dolorosa costumbre de la despedida
El saludo sin gestos contra el cielo
La frente deslizada hacia la arena.
Sentimos aquellos hálitos calientes
Tactando nuestros cabellos
Y el viajero que había regresado
Al cabo de largas lunas rojas
Me abrazó con lenta lejanía
Y mi boca natural luchó
Contra su boca.
El miedo del inicio
Y el miedo del final
Se reunieron en un ahogo oscuro
Porque los dos dejamos de ser
Deseamos ser otros
En un instante presente
Que solo puede renacer en el pasado.
Me aparté me fui de la sombra
Del alto animal
Y no quise mirar hacia aquella sombra
Que respiró en el cuerpo de mi sombra.


SABER
(Al modo de la poeta griega Egina Atamas, s. XIX)

Sabemos lo que no sabes:
Que tú te necesitas
Como la hormiga roja de algún jardín
Oscuramente sigue el quemante aroma
De sus hermanas entre el pasto.
Sabemos que no todo es necesidad
O ansia de poseer lo que siempre es transitorio
O deseo de no ser solo lo que somos
O impulso sin destino hacia un cuerpo lejano
O forzosa soledad vestida de pieles vulnerables
O coacción contra el latido primigenio.
Sabemos también lo que saber no quieres:
El dolor no debe ser tu principal alimento
Las lágrimas deben romper su raigambre negra
Las manos no deben huir de la basura diaria
Los ojos deben quebrar todos los espejos
Los pies deben hacer los rumbos de adentro
El ombligo debe recibir sin temor el beso más alto
La memoria debe elegir el recuerdo que vendrá
Los cabellos deben derrotar al viento y su sombra.
Te necesitas contémplate respírate:
Ya eres lo que sabes que serás.


CASI PRIMAVERA EN EL SUR

                 (para mi hermano Jorge Boccanera)

Cada padre suele morir en septiembre
A veces de pronto deja de mirar
Lo que ha visto en días desiguales
En años de astros destruidos
De gallinas condenadas en su salsa
De dineros que las manos abandonan
Del olor en la camisa rutinaria
Del pie que se alejó de la pelota
Del fusil de aquí y del cañón allá
De las calles de barrios insondables
De las banderas enrojeciéndose en lo oscuro
De los rostros de familia en un espejo tuerto
De aquella muchacha con un hijo en las rodillas
De la guitarra que juntó todas las voces
Del niño que lloró para que alguien lo viera
Del tango amasado con el vino del domingo
De las ciudades que beben las aguas marrones
De un río que nos trajo
La ilusión de un grande mar.


ZAPATOS SIEMPRE

                        “Hay demasiados zapatos en Roma…”
                  ANDREI TARKOVSKY, filme Nostalghia

Sí sí sí demasiados zapatos en las ruinas eternas de Roma
Demasiadas suelas rompidas y agujetas de nudos oscuros
Y no solo zapatos por llevar ese nombre:
Porque son o serían como calcetines estirados
En botas marciales
O aplastándose en llorosas zapatillas
O entretejiendo su pellejo directo
Con las venas hediondas del arroyo universal.
Demasiados zapatos en esta ciudad de hoy
Víbora tremenda y remendada
Con su pecho múltiple que mezcla sin piedad
La gorda víscera central con huesos
Y tendones amarillos que deambulan
Perdidos como nosotros
Por callejones no bautizados
Por calles de apellido patrio
Por avenidas adonde la Historia
Es solamente un recuento de agostadas
Cabelleras y testas de bronce.
Demasiada ausencia asimismo de zapatos reales
Con su verdad de rasguido y fatiga
Que entre pasos de sombra y balbuceo
Parecen querer caminar
En el sentido de lo recto y correcto:
Pero hay dedos de cánidos insultados
Que dejaron tributos olorosos
En el límite preciso donde cada árbol surgió.
Demasiados zapatos que las aguas no esquivan
Exceso de coturnos plebeyos y de a dos
Alzando un arrastre a media asta a media media
A media pata y a media secreción hervida
En un horno de flacas prominencias.
Por eso dicen que los pies se suicidan cada día
En el profundo zapatal
De esta ciudad que nadie conoce.


RECICLAJE VARIO

ALLAH
Con un dedo solo
Que caminaba hacia el corazón
Escribí mi apellido
Del dios sobre la arena
Entre patas de turistas
Y corrupciones orgánicas.
Pareció entonces
Que los astros el polvo
Los planetas los satélites
Los protones invictos
Encendían el silencio del dios
En todos los rincones
De nuestra joven galaxia.

CARCARÁ
Dicen que vuela sobrevuela
Revuela mata y desgarra
Cuanto objeto vivo
Nace o se muere o se pudre
En los mundos de abajo.
Pero come en lo alto
Para hacer una digestión
Digna de su pájaro interior.

CIEMPIÉS
Si le hubieran enseñado
A contar
No sabría dónde
Poner cada pata.


MANOS
Esas manos ahogaron
El hálito de hijos hambrientos
Estrujaron vergas enrojecidas
Capturaron monedas ajenas
Lavaron objetos de cristal
Y enaguas y platos y puertas
Cepillaron pisos de automóviles
Ombligos de señores
Lujosas panzas de perro:
Ahora bordan manteles delicados
Que muy bien se cotizan
Fuera de la cárcel.

CANIS FAMILIARIS
Cuando sueña
Sueña como rey de los perros
Y los hombres:
Los hombres atorándose
Con astillas de hueso
Y él oliendo lamiendo y tragando
Una carne cálida roja infinita.

UNA ROSA
Alguna poeta escribió
Que una de tales flores
Es una rosa solamente una rosa:
Como si por voluntad genética
Pudiera ser distinta.

OTRA ROSA
Un poeta cualquiera pidió
Que más no la toquen
Que no la huelan
Que no la masturben
Que no la metamorfoseen más
Que eviten sus pétalos
Que esquiven sus espinas
Que ya no la jodan.

PARADOJA
Dijo una musa ya cuarentona
“Todas las musas mienten
menos yo”.
Y hubo cándidos vates
Que sí lo creyeron.

OH MUSAS!
Hay musas que como Platón
Se apartan o expulsan de sí
A ciertos poetas.
Parecen ignorar
Que solo a ellos deben
Su balbuceante existencia.


ARENAS

De cada gránulo de arena
O sea de cada intactable
Montaña sin esperanza de crecer
-Dicen los sabios del desierto-
Se desprende en caída casi inmóvil
Un hilillo de sutiles metales
O de médulas de esencia de piedra roja
Buscando el origen del último suelo.
Pero toda acción o todo gesto que buscan
Una verdad cualquiera ajena a lo humano
No podrán ser traducidos
Como el nombre de los reyes o los mercaderes
Que imponen o compran a fuerza
Una escuálida y torpe permanencia.
Y los hilos que aquellos sabios mencionaran
Seguirán estirándose a través
De una inmedible cáscara de inquietos minerales
Y de huesos sin fin entreverándose
Con las aguas primeras
Que envían atisbos de espuma viva
Para que los desiertos crezcan.
Nadie podrá percibir el temblor personal
De una molécula de sílice
Y solo verá un cúmulo de puntos de aire
Aferrado a innúmeras imágenes volantes.
Porque -según los mismos sabios dicen-
En toda pupila siempre hay ceguera
Y el desierto que aún no vemos
Habrá de tragarse toda la sombra.

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