domingo

LA TIERRA PURPÚREA (95) - GUILLERMO ENRIQUE HUDSON


XXIII /  LA BANDERA COLORADA DE LA VICTORIA (3)

-¡Ah, usté no está dormido, señor! -dijo sosegadamente-. Lo vi de mi ventana salir de su pieza y venir para acá hace más de una hora. Hallando que no volvía, empecé a estar con cuidado, y pensé que cansado de su viaje, pudiera haberse quedado dormido; vine a despertarlo, para decirle que es sumamente peligroso dormir con la luz de la luna en la cara.

Le expliqué que había estado muy intranquilo y sin ganas de dormir; que sentía en el alma haberle causado alguna ansiedad, y le agradecí su muy curiosa atención.

Entonces, en vez de volverse a la casa, se sentó en el banco, a mi lado.

-Señor -dijo-, si tiene la intención de seguir viaje mañana, permítame aconsejarle que no lo haga. Usté puede quedarse aquí sin cuidado durante varios días; nunca tenemos visitas en la casa.

Le dije que obrando en conformidad con lo que me había aconsejado Santa Coloma antes de la batalla, pensaba seguir viaje a Lomas de Rocha a ver a un tal Florentino Blanco, vecino de ese lugar, quien probablemente podría obtenerme un pasaporte en Montevideo.

-¡Pero qué suerte que me haya dicho esto! -repuso-. Le diré que ahora examinan muy estrictamente a todo forastero que entra a Lomas, y sería imposible liberarse de ser hecho preso si fuese allá. Quédese aquí con nosotros, señor; es una pobre casa, pero todos le deseamos bien. Mañana irá Santos con una carta suya para don Florentino, que está siempre pronto a servirnos, y él hará lo que usté quiera sin necesidad que lo vea en persona.

Le agradecí calurosamente y acepté la oferta de un asilo en su casa. Me llamó la atención que continuase quedándose sentada en el banco. Luego dijo:

-Es muy natural, señor, que no sea de su agrado quedarse en una casa tan triste como esta. Pero no se repetirá el rato desagradable que pasó esta mañana. Siempre que mi padre ve a un joven por primera vez, lo recibe como lo recibió a usté hoy, creyéndole su hijo. No obstante, después del primer día, pierde todo interés en la nueva cara, se pone indiferente y se olvida de todo lo que ha dicho o imaginado.

Esta noticia me alivió, y le dije que suponía que fuera la pérdida de su hijo lo que había causado su locura.

-Tiene razón, señor; permítame contarlo cómo sucedió. Pues, debe encontrar esta estancia muy distinta a cualquier otra que haya visto en la Banda, y es sólo natural que un extraño, desee saber por qué se encuentra en una condición tan ruinosa. Sé que puedo hablar con entera confianza de estas cosas a uno que es amigo de Santa Coloma.

-Y espero que suyo también, señorita -dije. 

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