domingo

CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE) 95 - LOS CANTOS DE MALDOROR


CANTO CUARTO

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Es un hombre o una piedra o un árbol el que va a dar comienzo al cuarto canto (1). Cuando el pie resbala sobre una rana, se experimenta una sensación de repulsión; pero cuando se roza apenas con la mano el cuerpo humano, la piel de los dedos se agrieta como las escamas de un bloque de mica que se rompe a martillazos; y así como el corazón de un  tiburón que ha muerto hace una hora, palpita todavía sobre la cubierta con tenaz vitalidad, de igual modo nuestras entrañas se agitan en toda su extensión, mucho tiempo después del contacto. ¡Tanto horror inspira el hombre a sus semejantes! Es probable que al declarar esto me equivoque, pero también es probable que diga la verdad. Puedo prever y concebir una enfermedad más terrible que los ojos hinchados por largas meditaciones sobre las extrañas características del hombre, pero aunque continúo buscando… ¡no he podido dar con ella! No me creo menos inteligente que otros, y sin embargo, ¿quién osaría afirmar que el éxito ha coronado mis investigaciones? ¡Buena mentira saldría de su boca! El antiguo templo de Denderah está situado a una hora y media de la orilla izquierda del Nilo. Hoy, falanges innumerables de avispas se han apoderado de las canaletas y de las cornisas. Revolotean alrededor de las columnas como las espesas ondas de una negra cabellera. Únicos moradores del frío pórtico, custodian la entrada de los vestíbulos como por derecho hereditario. Comparo el zumbido de sus alas metálicas con el choque incesante de los témpanos, precipitados unos contra otros durante el deshielo de los mares polares. ¡Pero si examino la conducta de aquel a quien la providencia el trono en esta tierra, las tres aletas de mi dolor producen un murmullo más intenso! Cuando de noche un cometa aparece súbitamente en una región del cielo, después de ochenta años de ausencia, muestra a los habitantes de la tierra y a los grillos su cola brillante y vaporosa. Es indudable que no tiene conciencia de ese largo viaje; no pasa lo mismo contigo: acodado en la cabecera de mi lecho mientras la línea dentada de un horizonte árido y sombrío se destaca vigorosamente en el fondo de mi alma, me sumerjo en sueños de compasión, y me avergüenzo del hombre.

Notas

(1) Alusión a Linneo, que al clasificar al hombre comienza diciendo: “No es ni una piedra ni una planta, es, por lo tanto, un animal. (N. del T.)

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