domingo

JULIO HERRERA Y REISSIG - EPÍLOGO WAGNERIANO A LA “POLÍTICA DE FUSIÓN” (19)


Con surtidos de psicología sobre el Imperio de Zapicán

Todos estos peajeros, y estos Reyes, y estos mercaderes; todos estos guardianes de países y de tiendas, todos son mis enemigos. Abomino todo sacrificio al dios vulgo o al dios éxito. Me repugna lo trivial. Odio la hipocresía y el servilismo como los mayores crímenes. He de decir la Verdad aunque me aplaste el Universo.

NIETZSCHE:
Así hablaba Zaratustra.


Por el contrario dichos nombres, han invertido su talento en ímprobas labores profesionales, en gimnasias gubernativas, en ajedreces de diplomacia, en efímeras pirotecnias de lenguaje, en prédicas del momentos, en escarceos retóricos, en desfogamientos impulsivos de bandería, en guerras de periódicos, en rimas intrépidas o lacrimosas de menor cuantía, en charangas de bajo entretenimiento, en lucubraciones epistolares, en sprit de circunstancias, en meripeas espermatórricas, en fin, en cosas fugaces, de relativo valor, que viven y mueren con el individuo, que no cooperan en nada a la evolución social. El mismo Carlos Ramírez, al sentir esa impulsión violenta por encarnar el propio yo en una creación, en una proeza que se le aseguraran una existencia mucho más allá del sepulcro, hubiera escrito es seguro, no una obra como su Historia de Artigas, que no es ni con mucho notable, sino muchas con fondo más filosófico, con espíritu más imparcial que formasen una serie armónica de altísima categoría. Sus talentos y su enorme bagaje intelectual hubiéranle proporcionado lo suficiente para tal empresa, y si gastó su energía en ensayos, en floreos, que duran lo que el lirio de la montaña, en almíbares románticos, en el exhibicionismo vanidoso de su escaparate privilegiado, en vigorosos editoriales surtidos del mejor juicio y de las galanuras más ricas, cosas con todo poco durables, que no interesan sino al momento, es que no se sintió impulsado para obrar con relación al futuro, porque la misteriosa canéfora que visita a los creadores no llamó a su puerta, incitándolo a beber ese licor sutilísimo de la posesión ideal, del anticipo de goce que implica una asistencia en espíritu a los triunfos del porvenir. Carlos M. Ramírez, como Juan Carlos Gómez, Cándido Joanicó, Santiago Vázquez, Andrés Lamas, Manuel Herrera, los Berro, Ángel Floro Costa y Julio Herrera, descontando lo que el medio y las circunstancias exteriores hayan dispuesto en sus actividades, parecen no haber querido otra cosa durante su existencia que el bienestar inmediato. Lejos de ellos la verdadera ambición en el sentido psicológico, el ansia de lo prolífico, de lo perfecto, hanse dominados por la vanidad, sentimiento que adquiere su desarrollo completo en los indígenas y en las mujeres, y que, como he dicho, tiene por raíces las más bajas satisfacciones del egoísmo, y el afán de dominios ostensibles, que provoquen admiración, notoriedad y envidia. Sus actividades, sus actos todos han constituido un onanismo placentero de la imaginación reproductora, de operaciones sensitivas, de facultades inferiores, dentro del cuchitril de la herencia. Han obrado como niños en virtud de lo transitorio, de lo fugaz, de efímeras apariencias, de rápidos conseguimientos, de exhibicionismos, de exterioridades, de impresiones de circunstancias, no en atención a lo predestinado, a lo que se siente de original en el organismo, a lo que se funda en una duración ilimitada de la obra, en un triunfo glorioso del esfuerzo que tiene por titánica recompensa la representación en el tiempo de ese triunfo lejano que se anticipa en imagen.

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