domingo

LOS RECOVECOS DE MANUEL MIGUEL (23) - Desbocada reinvención de la vida de Manuel Espínola Gómez



Hugo Giovanetti Viola

Primera edición: Caracol al Galope, 1999.
Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes, 2016.


SEXTA PUERTA: IRRUPCIÓN (2)

La mañana del 19 de enero de 1981 yo iba caminando por Sarandí en dirección al Registro Civil para anotar a mi segundo hijo -nacido el miércoles anterior- cuando al pasar frente a la Galería Latina me desconcerté: el cartelón que anunciaba la retrospectiva de Manolo seguía flameando afuera. No tuve más remedio que entrar y enterarme que la muestra ya había sido definitivamente clausurada, aunque permanecía montada para una filmación.

-¿No se podrá bajar a verla un momento? -me animé a sugerir.

La mujer miró el reloj y contestó con suavidad:

-Vuelva dentro de media hora.

A las diez de la mañana mi hijo ya era ciudadano uruguayo oficial y Pablo Marks permitió que alumbraran el subsuelo sólo para mi sombra. Entonces pedí prestado uno de los lujosos catálogos y repasé serenamente la retrospectiva.


Y cuando estoy parado frente al Gran Tiempo polifocalista escucho unas suavísimas pisadas en la escalera y un saludo excavado por dos v riverenses: Gusto de verte Avel: y al darnos la mano con el chofer del auto-ballena su blancura me besa mortalmente los huesos.


Ray De Deus olía a Peter Stuyvesant.

-Ya sabés que no soy Abel Rosso -dije sin convicción.

-Da lo mismo -sonrió Ray, acomodándose los lentes espejados entre un cascabeleo de pulseras de plata. -Me escapé de tu novela. Pero no te preocupes, porque vine a ayudarte por orden de Yemanjá del Mar Dulce. Ya no acepto tus órdenes.

-Las órdenes en mis novelas las da Dios -subí un dedo filoso.


Entonces el hombrecito-simio-lagarto que asesinó la inocencia de Abel Rosso en la rue Monsieur-le-Prince traslada el resplandor lastimante de su traje y su melena hacia la pared donde reinan los cuadros octogonales y me recuerda que mi admirado Manuel Espínola Gómez nunca creyó en Dios.


-Lo que importa no es creer en Dios. Lo que importa es no odiarlo -porfié, con tristeza.

-Votija -me tentó Ray. -¿Qué te parece si vamos un rato hasta el Tasende a festehar el reencuentro con unos cavallitos y de pasó te presento a Yemanjá del Mar Dulce?

El Tasende estaba vacío, y una bailarina lubola muy vieja y borracha tarareaba dulcemente un candombe de Gavioli.

-¿Quién les dio vela en esta macumba, che? -mostró los colmillos cuando nos sentamos. -Hoy estoy tan podrida de los uruguayos que me cagaría en la mismísma jeta del Mudo.

-No te metas con Gardel que vamos a tener lío -se ajustó los lentes Ray, deslizándome una mueca de complicidad.

-Ma qué Gardel, otario -se encrespa la negra. -¿O en este país de bestias todavía no saben quién es el MUDO JEFE?

El mozo trajo nuestros vasos y otra botella de whisky White Horse.

-Brindo por el Mudo Jefe -le dije a Yemanjá


La diosa alza su vaso y sus ojos color borra de café recién hecho emigran hacia un trasluz de limpidez oceánica: y rezonga juvenilmente Aquí siempre te odiaron Exá. Desde los mandamases hasta los comemierdas que se la van de artistas.


Nos miramos con Ray.

-No me parece que el Peludo Espínola Gómez odie a Dios -me animé a corregir a la diosa.

Entonces ella se observó las enormes tetas perladas y prendió un Peter Stuyvesant dejando que su melancolía derramara hacia la resolana de la Ciudad Vieja.

-¿El goloso? -chistó de golpe. -Pero avisá, pelado. Ese choma es como Obdulio: está fuera de concurso. ¿Nunca lo viste comer muzzarella al tacho aquí en el Tasende? Te puedo asegurar que cuando ese canario mete la trompa en una cajeta no hay quien se salve de ver a Exá, rapaz: a las hembras -y este hijunagranputa se especializaba sobre todo en féminas casadas o ennoviadas- les quedan los bochones como uvas moscatel. Aunque te aclaro que a mí nunca me flambeó la cachaza.

Y largó una risotada cabaretera.

-Permiso -dijo Ray, entre un tintinear de esclavas. -Voy a buscar el coche al estacionamiento y vuelvo. No te vayas, Avel.

-¿Dónde conseguiste Peter Stuyvesant? -le pregunté a la negra cuando quedamos solos. Y agregué sin esperar la respuesta: -Te agradezco la intención de ayudarme, pero lo último que precisaba eran que me largaran atrás al asesino que yo mismo inventé, carajo.

Yemanjá rellenó los vasos con agilidad de pantera y explicó en un crescendo estridente:

-Los fasos me los tiran los marineros, siempre que me porte bien. ¿ASÍ QUE LE SEGUÍS TENIENDO MIEDO AL AGUA TENEBROSA Y QUERÉS IR A VER AL MUDO, RASCATRIPAS?

Tomé un gran trago triste.

-Escuchá estos versitos ma-de-in-So-lís-deMa-ta-o-jo y en no-sé-dón-de-pu-ta-más que me enseñó el Peludo en esta misma mesa -se apaciguó la negra, apuntándome al pecho con una gigantesca uña color malvón: -El primero parece medio pelotudo, pero funcan en yunta. Escuchá: Si querés aborrecer / al ser que estás adorando / consideralo cagando / recostado a la pared. ¿No te gustó? Jodete. Ahora sentí el segundo, y enseguida vas a chapar cómo viene la mano: Cada vez que considero / que me tengo que morir / me dan ganas de cagar / y empezar a repartir.

Tomé otro trago largo.

Entonces Yemanjá vuelve a ofrecerme un contraluz de intransigencia purificadora y señala la limusina que acaba de estacionar frente a nuestra ventana: Garra celeste macho eso es lo que hace falta para aguantar las ganas de cagarse en el Mudo murmura: y Ray baja del auto-ballena y me invita a subir prestidigitando una reverencia de dientes brillantísimos.

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