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LOS RECOVECOS DE MANUEL MIGUEL (22) - Desbocada reinvención de la vida de Manuel Espínola Gómez



Hugo Giovanetti Viola

Primera edición: Caracol al Galope, 1999.
Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes, 2016.


SEXTA PUERTA: IRRUPCIÓN (1)


Abrí la puerta del cuadro y ayudé a bajar a mi mujer de un 104, en la Plaza Independencia. Era la penúltima noche de octubre de 1980 y nosotros íbamos al vernissage de la retrospectiva de Manolo que organizaba Galería Latina. La galería quedaba en Sarandí y Policía Vieja, y también se inauguraba aquella noche.

-Qué ganas de comer unos panchos en La Pasiva -dijo mi mujer. -Pero ya es tardísimo.

-Podés ir haciendo boca en el vernissage -murmuré, apoyando una imperiosa mano sobre su embarazo de siete meses para que no bajara a la calle.


Frente a nosotros cruza una limusina que se recorta fantasmalmente sobre la mole de mármol barcino que erigió la dictadura para exponer la pulverización de Artigas: la limusina es blanca como la melena y el traje del hombre que la maneja: el hombre no es un chofer profesional y usa unos lentes espejados que apenas le disimulan las facciones de Gárgola: me mira y lo reconozco.


-¿Qué te pasa? -preguntó ella. -Estás pálido. ¿Viste qué limusina? ¿Vendrá al Victoria Plaza?

-No. Es Moby Dick -le dije, observando cómo el horrendo brillo se acercaba a la Puerta de la Ciudadela y desaparecía por Sarandí. -Viene desde el infierno, nada más que para ver la retrospectiva del Peludo Espínola Gómez. ¿No es un honor?

Mientras recorríamos las dos cuadras escasas que nos separaban de la galería retomé la composición mental de un poema que me flotaba en la cabeza desde el mediodía: tenía soñados sólo seis versos, pero segregaban una frutalidad resistente.

-Moby Dick no se ve por ningún lado. Debe haber estacionado a la vuelta -comenté, contemplando la comparsa de siluetas chinescas que derramaba la flamante galería hacia la calle.

-Bueno -ordenó mi mujer. -Ahora tratá de no pasarte con el whisky, que estás con el estómago vacío.

Lo que no tengo es el pasado vacío -pensé, recordando el cementerio de La Teja y los ojos del chofer del auto-ballena.

Un hombre barbudo de gestualidad infatigablemente simpática se presentaba como Pablo Marks y saludaba con un apretón de manos a cada uno de los que nos metíamos en el hervidero.


Apenas se puede caminar y tratamos de abrirnos paso hasta el subsuelo donde está expuesta la retrospectiva y de golpe me parece ver relampaguear los ojos de la Gárgola entre la pitucada y los figurones y las sirenas con las pelambres teñidas de violeta o de verde como en el Boul Mich de los tiempos heroicos: y necesito whisky pero no hay ningún mozo a mano y debo proteger el perfil de mi mujer mientras somos empujados por la escalera: entonces me defiendo rezando cabeza adentro “Para nadie hay descanso: / ni en la felicidad / ni en el barro del fondo. / Los hombres contrasurcan una corriente parda / -raramente rielante- / donde al fin flotarán / con las branquias quebradas”: y al empezar a despeñarnos por el segundo tramo y avistar las atmósferas solisenses clarinando en el subsuelo-pecera me brotan otros versos como catapultados: “¿Pero cuántos emergen / sobre los maremotos de nuestra travesía?”: y al toparme con Manolo lo abrazo y le hago un chiste a propósito de su nueva indumentaria y recuerdo la humildad del saco azul eléctrico y él sigue saludando a “distanciados” “despistados” snobs especialistas investigadores aficionados o autores con el alma caldeada: y tratamos de vichar la mayor cantidad posible de cuadros y me olvido de la Gárgola y del whisky y del poema hasta que mi compañera no aguanta más el apelmazamiento y decidimos salir a festejar el triunfo de Manolo con panchos y cerveza.


En La Pasiva había poca gente y conseguimos una mesa cerca de la ventana. Yo me senté de espaldas a la calle y devoré la espesura espumosa y dorada de medio chopp mientras llegaban los primeros frankfurters. Entonces pude completar la estrofa catapultada en el subsuelo de la galería: “¿Pero cuántos emergen / sobre los maremotos de nuestra travesía / para morder al aire / y arrancarle burbujas al remanso espacial?

-Me parece que salió el primer poema del libro de mi padre -anuncié.

El 2 de noviembre iba a hacer exactamente un año que supe de repente -leyendo a Lezama Lima frente a un atardecer que se espejaba como la zarza bíblica sobre los eucaliptos- que la congestión pulmonar de mi padre era un cáncer.

-¿Ya está terminado? -preguntó mi mujer, entornando los ojos al sorber la cerveza.

-Me falta un verso.

Y sentí que podría esculpirlo en cuestión de segundos.

-Se va a llamar La invencibilidad -agregué.

Y contemplo el cardumen de palomas turquesas que atraviesa los ojos de mi compañera y siento que no hay finales felices sino guirnaldas cósmicas anudando las historias de hombres y de mujeres que eligieron amar el callado envoltorio del estrellerío: Mirá señala ella Allí va la limusina asesina otra vez pero no me doy vuelta: Será tan invencible como Moby Dick pregunta sonriendo y yo liquido el chopp recordando el destello polifocalista y rubrico amansado: “Sólo la luz lo sabe”.

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