domingo

LA CONVERSACIÓN CONSIGO MISMO DEL MARQUÉS CARACCIOLI (15)


APÉNDICE 9

La conversación consigo mismo, por el marqués Caraccioli *

ANTOLOGÍA DE TEXTOS

“…Superior el hombre al rumor de los chismes, y a la fealdad de las calumnias, sólo se ocupa en la consideración de sí mismo, y deja al mayor número de los humanos en medio de su malicia y frivolidad. Todos debemos representarnos aquí aquellos círculos o corros fastidiosos en donde una tropa de mujeres con el auxilio de sí, pues, mas, cómo, por qué, vierten nonadas, fatigan a los circunstantes, desuellan a los ausentes, y así pasan los días en chicoleos, embustes y chismes. Hoy os acusan y mañana os justifican. Ve aquí cómo viven muchos mortales víctimas de la indiscreción y de la curiosidad de un sexo que aunque es respetable, lo sería mucho más si hablara mucho menos. Pero confesemos de buena fe: ¡Eh! ¿y por qué hemos de avergonzarnos de decirlo¿ ¡Cuántos hombres hay que parecen mujeres!” (pp. 67-68).

“Muchas veces reflexiono yo (y esta reflexión es para mí mucho más agradable que todas las riquezas y los honores) que dentro de muy pocos días no quedará rastro alguno de las cosas que me atraen y enamoran acá en la tierra, y que, prontamente separado de esta vida y ya enterrado, tendré la misma suerte que los mayores monarcas, y que no habrá otra diferencia de ellos a mí, cuando más y mucho, que un vano e inútil mausoleo. El espíritu que reflexiona va idealmente al sepulcro de un grande a quien acaban de enterrar, y allí le dice como con burla: ¿qué haces ahí? Dame, dame ahora alguna señal de tu grandeza. No es necesario pata nuestro consuelo sino esperar algunos días, y nos veremos vengados del necio orgullo que nos importunaba.

¡Ay de mí! ¿Qué es la vida más larga y la más brillante? Acaso diez o doce mil días, si cercenamos la infancia, el sueño y las inutilidades, y aun más, esos días son continuamente atravesados por engorros, disgustos, achaques y sobresaltos” (pp. 83-84).

“¿Cuántos reyes tenemos en la historia que hicieron sus delicias al confundirse con sencillos pastores? Estos tales corrían presurosos a buscar en las cabañas un placer que se ignora en los palacios. Es preciso persuadirse, que esos bienes y esos honores que creemos hacen la felicidad de los príncipes, no les merecen el mayor afecto. Cualquiera se acostumbra a vivir en medio de las delicias sin gusto y sin contento.

Hay una compensación admirable en esta vida de bienes y de males, de penas y de placeres. Los hombres que gozan riquezas y honores no tienen por lo común ni la satisfacción del corazón, ni los sentimientos que este inspira; los otros que viven sin dignidades y sin tesoros, hallan dentro de sí mismos lo que por fuera les falta: sienten un alma, que por su nobleza, y con tranquilidad los desagravia ampliamente. Examinemos de este modo el universo como dividido en dos partes: veamos por cada lado la balanza,  inmediatamente decidiremos y preferiremos la paz y el buen corazón sin fortuna, a la fortuna sin buen corazón ni paz.

Basta, suele decirse, darle a este o al otro dinero para hacerle dichoso; pero basta también darlo a muchos otros para hacerlos desgraciados. El dinero no tiene fuerzas por sí mismo para hacer la dicha de los humanos: el daño está en que siendo un alivio de sus necesidades, los hombres han agregado a su posesión una felicidad que deben buscar en otra parte. ¿Cuántos ricos hay que querrían al precio de todo su oro comprar la alegría que disfruta un pobre paisano? Procederíamos mucho mejor en aplicar nuestra aritmética natural a este cálculo de placeres y pesares que a números estériles que por lo común sólo sirven para fatigarnos; este es el verdadero medio de poner en libertad a nuestra alma” (pp. 86-87).

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