3 / LA LECCIÓN DE LAS RELACIONES (5)
EKR (4)
En general, las personas que tienen una relación íntima han de resolver las mismas cuestiones, pero a la inversa. Si tenemos conflictos con el amor, atraeremos a alguien que nos hará de espejo de ese mismo tipo de problemas. Si un miembro de la pareja es dominante, es probable que el otro sea pasivo. Si uno es adicto a algo, el otro puede ser un salvador. Si la dificultad común de la pareja es el miedo, uno se enfrentará a él lanzándose en paracaídas o escalando montañas mientras que el otro preferirá tener ambos pies en el suelo y se mantendrá incluso alejado de los ascensores. Los iguales se atraen, pero de una forma opuesta.
Alguien describió este fenómeno en una ocasión con las siguientes palabras: “En todas las relaciones, uno cocina los pasteles y otro se los come.” En general, cuando surge un problema uno de los componentes de la pareja es más activo y quiere hablar sobre la cuestión, profundizar en ella e intentar resolverla, mientras que el otro la enfocará de un modo distinto y elegirá retraerse, pensar en ella y reflexionar. Ambos creerán que es el otro el que tiene el problema y no le gustará el modo con que maneja la situación. Pero desde una perspectiva realista son perfectos el uno para el otro. El enfoque más directo de uno pone en marcha al otro, y la negativa a enfrentarse al problema de este hace reaccionar al primero.
Todos nuestros pasos se dirigen, siempre, a la sanación de esos aspectos nuestros que están heridos. Pero la mejora no siempre es fácil o evidente. El amor nos pone en la puerta todo lo que necesitamos para sanarnos, aunque a veces sean cosas muy distintas al amor mismo. Si pedimos al universo que nos dé más capacidad de amar, es probable que, en ese momento, no nos envíe personas que amen mucho, sino a personas a las que le resulte difícil amar. Mientras nos esforzamos por relacionarnos con esas personas, tenemos la oportunidad de dar más amor. Con frecuencia, las personas con las que nos relacionamos activan las cuestione que tenemos que solucionar como nadie más podría hacerlo. Aunque esas personas nos resulten muy frustrantes, es probable que sean precisamente las personas que necesitamos. Las personas inadecuadas son, con frecuencia, nuestros mejores maestros.
Jane, una mujer fuerte y extrovertida, me contó, al final de su vida, que se había sentido víctima de un padre alcohólico o que la maltrataba.
“Y elegí a un marido que también era alcohólico y me maltrataba. Al final, me separé de él. Cuando miro atrás, me doy cuenta de que, aunque fue muy doloroso, casarme con él fue lo mejor para mí. Tenía que regresar al pasado y revivir aquellos sentimientos de víctima que había experimentado de niña. Tenía mucho que sanar y aquel matrimonio sacó aquellas cuestiones a la superficie. Ahora me siento muy agradecida por haber vivido aquella experiencia.”
Esto también se cumple respecto a las personas que forman parte de nuestra vida pero que no hemos elegido, o sea, nuestra familia. Nuestros padres, hermanos e hijos, sobre todo los adolescentes, pueden sacarnos de nuestras casillas como nadie más puede hacerlo. Estas personas, aunque a veces resulten difíciles, son nuestros maestros especiales, porque no podemos alejarnos de ellos con la misma facilidad con la que lo hacemos de los amigos y otras relaciones que hemos elegido. Con frecuencia no tenemos más remedio que buscar una solución para que esas relaciones funcionen, y es posible que descubramos que consiste, simplemente, en amarles tal como son.
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