domingo

LA CONVERSACIÓN CONSIGO MISMO DEL MARQUÉS CARACCIOLI (16)


EL LIBRO QUE JOSÉ GERVASIO ARTIGAS RELEÍA TODOS LOS DÍAS EN IBIRAY

(Fragmentos del capítulo VIII de Artigas católico, segunda edición ampliada con prólogo de Arturo Ardao, Universidad Católica, 2004)

por Pedro Gaudiano

APÉNDICE 9

La conversación consigo mismo, por el marqués Caraccioli *

ANTOLOGÍA DE TEXTOS

“Entre todos los ejemplos que podemos dar de los placeres que cada uno goza en sí mismo, ve aquí uno capaz de hacérnoslos desear.

Dos mancebos extranjeros extraviados en otro tiempo por medio de unos bosques, llegaron a una especie de castillo o fortaleza, cuyas colinas y peñascos, al parecer defendían la entrada: esta era la ermita o morada de un dichoso filósofo, que disgustado del mundo desde sus tiernos años, no se había acompañado sino con las aves y los ecos de los montes: al mirar su barba ya blanca, se talla majestuosa, pero ya encorvada, infundía no menos admiración que respeto.

Oh amables extranjeros, exclamó el filósofo; ochenta años hace que vivo desterrado  en este ángulo de tierra (tenía ya más ciento) vosotros sois los primeros mortales que he visto en todo este tiempo. ¿Qué fortuna os ha traído aquí? ¿Cómo venís a visitar a un anciano, a quien sus parientes cuentan ya en el número de los muertos, y a quien ellos mismos no conocen sino por lo que atestiguaron personas que ya quizá no existen? ¿Preguntoles qué costumbres andaban por el mundo, si amaban todavía tenazmente los hombres las riquezas, y si corrían también ansiosos tras la fantasma de los placere? El tono de la voz y el movimiento de los ojos eran tan felizmente expresivos, que se hacía escuchar como un oráculo de los antiguos. Apoyado sobre un bastón de marfil, condujo a sus nuevos huéspedes al jardín que él cultivaba.

¡Que no pueda yo trasladar a esta descripción toda la amenidad de aquel lugar! Los frutos al parecer disputaban la hermosura de las flores: la púrpura de las violetas la cedía a las uvas; los mirtos se enlazaban con los naranjos, y formaban asilos impenetrables del sol. De una gruta rústica, en la que el arte no se atrevió a prestarle nada a la naturaleza, salía agua limpia, cuyo cristal se derramaba en un canal revestido de piedras simples y sin adorno. La cima de la gruta estaba cubierta de arbustos verdes, que la hacían sombra, y el canal guarnecido de árboles bien poblados.

Ved aquí, dijo el anciano, el teatro de mis placeres inocentes: estos son mis espectáculos, mis fiestas y mis tertulias. Yo me ocupo en cortar estos tejos y estos pinos que yo mismo he plantado más hace de sesenta años: yo los amo como si fueran mis hijos. De mi propia alma saco a cada instante el caudal de mis placeres. Yo no tengo tinta ni papel, no tengo más que mi propio corazón, en el que yo he grabado las dulzuras de mi soledad. Mirad esa tierna encina, amables extranjeros, ella es depositaria de mi epitafio, ayer mismo lo esculpí yo en su tronco como un convite que le hago a la muerte que espero y como la solemne despedida de mi vida, de esta fuente y de este jardín.

Nihil mi rapuit mors,
Opimus tamen afluxi;
¿Unde tam bona sors?
Mecum vixi.
Traducción.
Nada usurpó la muerte.
Fui siempre opulento y rico.
¿De dónde vino tal dicha?
De haber vivido conmigo.

Cada mañana luego que me despierto me doy le enhorabuena de haberme apartado de los mortales: me los represento a todos sepultados en un profundo sueño, cuando yo estoy contemplando la aurora y todo su esplendor. Ese brillante espectáculo, formado solo para los humanos, y sin embargo, ignorado del mayor número de ellos, me arrebata y me hechiza. Yo me lastimo al considerar que van corriendo con tanta aceleración a las decoraciones teatrales, vanos simulacros de su orgullo, y de que nunca admiran las hermosuras de la naturaleza, verdaderas obras del Criador.

Cuando hubo ya llegado al instante de su despedida, idos, dijo él, de aquí, amables extranjeros, partid, y volved a ver las vanidades del mundo, mientras yo voy a cavar mi sepulcro en medio de estos tiernos álamos. Allí, separándome antes de mucho de las criaturas, espiraré en el regazo de la paz que siempre he disfrutado: y con la dulce memoria de haber preferido la conversación de mi alma a la de todos los humanos. ¡Ay de mí! ¿Qué habría hallado yo entre ellos? Vicios incensados, virtudes menospreciadas, vanidades ostentosas y mentiras brillantes. Habría pasado mi vida sumergido en un abismo de embarazos y negocios, y aquí no se ha interrumpido mi silencio sino con el zumbido de las abejas y el dulce gorjeo de las aves.

No hay lector de este pasaje que al pronto no quisiera estar en el lugar de ese dichoso anciano. Todos los hombres no han nacido para desterrarse de este modo de la sociedad; pero es muy cierto que todos si quieren ser felices, deben vivir dentro de sí mismos. Cuando la vida se entrega a esta conversación parece un solo instante” (pp. 93-96).

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