domingo

LA CONVERSACIÓN CONSIGO MISMO DEL MARQUÉS CARACCIOLI (13)


EL LIBRO QUE JOSÉ GERVASIO ARTIGAS RELEÍA TODOS LOS DÍAS EN IBIRAY
(Fragmentos del capítulo VIII de Artigas católico, segunda edición ampliada con prólogo de Arturo Ardao, Universidad Católica, 2004)

por Pedro Gaudiano

APÉNDICE 9

La conversación consigo mismo, por el marqués Caraccioli * 

ANTOLOGÍA DE TEXTOS 

PRÓLOGO DEL AUTOR (4)

Efectivamente, supongamos por un instante que Espinosa, que lo materializó todo, y Berkeley (!), que todo lo espiritualizó, hubiesen vivido mil años, y que asociados con Pascal, que lleva el medio entre estos dos filósofos extravagantes, hubiesen empleado todos mil años en querer profundizar la Religión, y penetrar los designios de Dios; pero ¡ay! tan ignorantes y tan poco adelantados como el primer día, después de tan dilatado tiempo no habrían producido otra cosa que sus propios sueños o delirios, y nos habrían precisado a inferir que una filosofía que dura, no es más que un lazo trampa que debemos evitar para no caer.

Adorar, someterse, callar y sufrir es el partido del sabio, y la conclusión que el autor del poema de la Religión natural se vio precisado a sacar, no obstante todo lo que se atrevió a decir contra el cristianismo. Así es como la verdad no pierde sus derechos, y pone en contradicción consigo misma a todos los escritores que se atreven a impugnarla.

No se hallarán en este libro semejantes consecuencias: todo está enlazado, porque todo es verdadero, y todas las verdades encadenadas unas con otras forman una escala maravillosa desde nosotros hasta el mismo Dios. Se trata de hallar el primer anillo o eslabón, y se halla seguramente luego que cada uno examina o analiza a sí mismo, lejos del mundo y de las pasiones. Se pasa de las sensaciones a las ideas, y de lo finito a infinito; de modo que el hombre que medita, divisa su individuo en la inmensidad del mismo Dios, en quien respiramos, nos movemos, y somos in ipso vivimos, movemos et sumus.

No mereció Platón el sobrenombre de divino, y no se hizo tan célebre su filosofía, sino porque sacaba de sí mismo principios luminosos que le aproximaban al Ser supremo universal. Toda filosofía que nos aparta de él, no es sino ciencia ilusoria, y esta es la razón por que en el número infinito de escritores que conocemos hay tan pocos sabios.

Cada uno de ellos, enardecido en querer reformar el mundo, no ha pensado en trabajar sobre el alma, fondo inagotable de afectos e ideas. Por esto no hemos visto sino hombres que sólo se aplicaban a barnizar su mismo exterior, de modo que sus bellas máximas no son sino un baño de yeso que se cae casi en el mismo instante que se pone. Es necesario algo más que palabras, axiomas y definiciones para corregirnos; pero se cree hoy día que un libro es un primor, cuando se hallan definiciones absolutamente nuevas.

Esta es la razón porque nuestros metafísicos y moralistas deben hacerse de moda, teniendo particular cuidado de no hablar como Malebranche o Nicolé; de otro modo se les tendrá por chochos o vejestorios del tiempo de antaño. ¡Qué vergonzoso es para la naturaleza humana el ver cómo huimos de la verdad, y cómo proferimos frases cadentes que nada significan, y que por lo común la desfiguran y contradicen!

Después de haber recorrido muchos siglos que son como otros tantos libros en blanco, en los que no se halla letra alguna, vemos el nuestro abrumado de palabras útiles sólo para confundir nuestras ideas. No vemos otra cosa por todas partes que escritos que se impugnan unos a otros, y que sólo van de acuerdo en un punto, que es del error. Volvamos a la Conversación consigo mismos, y estudiemos en sentir y conocer nuestra alma, más bien que en definirla.

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