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A PROPÓSITO DE VERDAD Y JUSTICIA EN LA HISTORIA DE LA GUITARRA CLÁSICA URUGUAYA


Hugo Giovanetti Viola

El artículo que reproducimos a continuación fue publicado por Álvaro Pierri en el Nº 4 de la revista cultural Universo, aparecido en octubre de 1971.
Estoy escribiendo esta paginita el viernes 16 de diciembre de 2016, día en que el ciclo Guitarras en el Auditorio cierra su temporada con un homenaje al Mtro. Abel Carlevaro, en el centenario de su nacimiento. En el comunicado de prensa se anuncia que Daniel Viglietti, Eduardo Fernández, Eduardo Larbanois y Álvaro Pierri recuerdan a su Maestro en un encuentro excepcional e irrepetible.
Y en esta afirmación hay una falta de respeto a la VERDAD y a la JUSTICIA que alarma, en el marco del reiterado incumplimiento con esas dos causas sagradas que lamentablemente viene caracterizando a nuestro desarrollo cultural desde que se recuperó la democracia.
Revisemos primero el comienzo de la biografía de Álvaro Pierri como figura en Wilkipedia.
Álvaro Pierri (Montevideo, 1953) es un guitarrista clásico uruguayo. Proveniente de de una familia de músicos, es sobrino de la guitarrista Olga Pierri y nieto del  compositor José Pierri Sapere. Su afición por la música vino dada por su madre, la pianista Ada Estades. Con 5 años empezó a estudiar guitarra con su tía Olga, y piano con su madre Ana Estades y luego con Teresa Surroca, mientras que sus estudios superiores de Musicología los realizó en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República Oriental del Uruguay en Montevideo donde fue alumno de Héctor Tosar, Hugo Balzo, Alberto Soriano, Mauricio Maidanik y otros. En forma privada fue también alumno de Abel Carlevaro y Guido Santórsola.
Álvaro Pierri escribió la nota aparecida en la revista Universo cuando ya había recibido su formación esencial con su tía Olga, de quien heredó una concepción estética basamentada en la gracia de profundidad que prioriza ese núcleo de tensión para después desarrollar el perfeccionamiento técnico imprescindible.
Su Maestra fue Olga Pierri, desaparecida en 2016 a los 102 años, y el breve curso de perfeccionamiento que recibió bajo la dirección de Abel Carlevaro le fue muy útil, como nunca ha dejado de reconocerlo.
Pero Abel Carlevaro no fue el Maestro de Álvaro Pierri.
La afirmación es falsa e intolerablemente injusta con la prospectiva del filum Pierri, que a esta altura ha impuesto una impronta de proyección antiacademicista en el mundo entero. En este momento llevo mediado un ensayo de muy próxima publicación donde analizaré, paso a paso, la evolución de esta escuela, a la que pertenezco.
Mientras tanto compruébese, leyendo las líneas que siguen, cuál era la preocupación estética purificadora a nivel espiritual de Álvaro Pierri a los 18 años, cuando ya estaba plenamente afirmado en una carrera que lo ha llevado a ser el máximo guitarrista clásico de la historia.
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ÁLVARO PIERRI

QUE LA MÚSICA SEA

Hay diversas teorías sobre el origen de la música; otras sobre su desarrollo, evolución, técnicas, estructuras, etc. Al margen de estos temas, que están abundantemente y solventemente tratados en nuestros días (aun en el Uruguay, a pesar de las dificultades y carencias existentes a nivel de posibilidades), queremos expresarnos humilde y  brevemente sobre un aspecto del tema música que nos preocupa.
Creemos que, en apariencia, todos estamos de completo acuerdo en que el arte musical lleva implícito otro: el arte expresivo. O sea que, siendo la música un elemento de comunicación (relación) espiritual, no debe ser concebida como un mero sistema, como una exclusiva construcción cerebral. A primera vista, sería obvio señalar que el compositor no compone técnica, sino que la usa como un medio para concretar un sentimiento.
Sin embargo, esto parece haber sido totalmente desconocido por algunos destacados intérpretes nacionales, para los cuales la inspiración se limita sólo a ver y a disfrutar una feliz combinación de signos, estructuras, sistemas, etc., no participando de la hermosa riqueza de la expresión auténtica.
Estos son malos ejemplos para los jóvenes, que pueden deslumbrarse frente a todos los consagrados y admirar el impacto de una técnica magistral, sin entender que la música es esencialmente una comunicación que se crea, se recibe y se trasmite por inspiración.
Tomemos por máximo ejemplo a Andrés Segovia: sus versiones son magistrales desde el punto de vista técnico, y artístico. Porque no estamos en absoluto (sería ridículo) en contra de la técnica, siempre y cuando se utilice para lo que realmente importa. Es evidente que si el intérprete no posee un dominio tanto del instrumento como de la obra, no puede desarrollar lo intrínseco. Pero la sola exhibición, repetimos, no es música, sino reproducción impersonal de sonidos.
Lamentablemente, hay quienes pretenden imitar a Segovia hasta en los más mínimos detalles sin entender que el maestro nos está dando con cada obra una lección de musicalidad personal. Entonces, lo que corresponde es lograr, como él, una expresión propia.
Hacemos un llamado a la nueva generación de músicos guitarristas para que reflexionen y entiendan, de una vez, que el instrumento está, en definitiva, al servicio del sentimiento. Y no olvidar que es inútil forzarse, porque el músico no es un mero producto del oficio; nace, no se hace.
Que la música sea.

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