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LAS PASIONES DE MARC BLOCH - RICARDO AROCENA


Saint Didier de Formans no es más que un pequeño vecindario de unos cientos de habitantes perdido entre las pendientes de la campiña francesa. Más precisamente,  se encuentra cerca de los Alpes, en la  región de Ródano, Departamento de Ain, Distrito de Bourg en Bresse, cantón de Trevoux. Sus pobladores, al igual que otros de la región, son conocidos como Bressons, apelativo que les quedó desde que en el siglo X, los condes de Bresse construyeron en el lugar un imponente castillo sobre las ruinas de un antiguo fortín romano; pero en  realidad los orígenes del poblado pueden ser rastreados hasta el Paleolítico, desde entonces siempre hubo en la zona algún contingente humano: por ejemplo, en tiempos de Augusto prosperó en el lugar una opulenta Villa galo-romana de decenas de hectáreas consagrada a la agricultura y en el siglo XI estuvieron los poderosos señores de Tanay.
Por lo expuesto puede decirse que los lugareños viven en permanente contacto con la historia, que reiteradamente los interpela, en particular cuando son visitados por arqueólogos e historiadores. A los primeros por lo general les interesa hundirse en el antiquísimo pasado pero los segundos también se interesan por sucesos más recientes que le dieron notoriedad a la región.
Uno de los lugares más visitados tanto por expertos y como por turistas en general es el “Monumento Roussille”, que fuera tallado por el escultor André Tajana e inaugurado en junio de 1946, una vez finalizada la 2da. Guerra Mundial. La construcción recuerda el fusilamiento de 28 patriotas por parte de una división especial alemana, entre los que se encontraba el célebre historiador Marc Bloch, autor entre otras obras de la soberbia “Apologie pour L´histoire ou Metier d´historien”. El trabajo, en el cual el autor reflexiona sobre su oficio, fue realizado en situaciones límites y pudo ser rescatado y dado a conocer merced al esfuerzo de su mejor amigo, el también historiador Lucien Febvre.
Ambos integraron la “Escuela de los Annales”, corriente historiográfica de enorme incidencia durante el Siglo XX en el mundo occidental, que centra su atención en los procesos y estructuras socioeconómicas, a los que aborda con las herramientas metodológicas propias de las ciencias sociales.
“Juntos hemos combatido largamente por una historia más amplia y humana. Sobre la tarea común, ahora cuando escribo se ciernen muchas amenazas. No por nuestra culpa. Somos los vencedores provisionales de un injusto destino”, le escribió Bloch a su entrañable amigo desde su casa de descanso en Fougères (Creuse). Todavía confiaba que la colaboración entre ambos podría volver a ser en el futuro “verdaderamente pública, como en el pasado, y, como en el pasado, libre.” No esperó a que esto sucediera y empeñó todos sus esfuerzos en expulsar al enemigo nazi y sus colaboradores, que se habían adueñado de su amada patria.
EL OFICIO DEL HISTORIADOR
Francia estuvo ocupada por los nazis entre junio de 1940 y otoño de 1944. Luego de la claudicación, la wehrmacht  pasó a controlar el norte y el oeste del país, mientras que el tercio restante quedó bajo el dominio de un gobierno títere, con sede en la ciudad de Vichy. Al igual que para el resto de los franceses el armisticio fue para Bloch nefasto: perdió su casa y  su vida en París, la cátedra en La Sorbona y su puesto como editor de Annales. Pero pudo continuar enseñando en la Universidad de Estrasburgo replegada en Clermont-Ferrand primero y en Montpellier después.
Es en ese marco que emprende la ciclópea tarea de escribir su “Apología…”, prácticamente guiado solamente por apuntes. “Las circunstancias de mi vida presente, la imposibilidad en que me encuentro de usar una gran biblioteca, la pérdida de mis propios libros, me obligan a fiarme demasiado de mis notas y de sus experiencias. Con demasiada frecuencia me están prohibidas las lecturas complementarias, las verificaciones a que me obligan las leyes mismas del oficio del que me propongo describir las prácticas”, protesta en los preámbulos de la obra.
Puede decirse que “Introducción a la Historia”, nombre con el cual fue difundido en castellano el trabajo al que hacíamos referencia, es otro monumento erigido en homenaje a la verdad. La Gestapo le había confiscado a Bloch su biblioteca y lo había empujado a la privación, la inseguridad y el confinamiento, pero no pudo lograr que su cabeza dejara de pensar.
Y vaya que lo hizo. Con su obra no procuró solamente crear alguna teoría de la historiografía ni otro manual de metodología, sino que fue más lejos. Partiendo de la gente, meditó sobre la “viva relación dialéctica entre pasado y presente”. Con tal objetivo dividió a su trabajo en cinco capítulos, en los que reflexionó sobre: 1) La historia, los hombres y el tiempo; 2) La observación histórica; 3) La crítica; 4) El análisis histórico y 5) Extrajo conclusiones de lo expuesto.
Intelectual comprometido, tales reflexiones no las realizó en un “oscuro subsuelo encerrado”, valga la expresión del poeta español Rafael Alberti, sino asumiendo responsabilidades de primera línea en el marco uno de los acontecimientos más dramáticos por los que ha tenido que pasar su pueblo y más en general la humanidad.
LA RESISTENCIA
La milicia de Vichy coordinaba estrechamente con la Gestapo y la Schutzstafell (SS) el combate a la resistencia y el control de la población: una de sus tareas fue la deportación de 650 mil franceses a territorio alemán, pero en noviembre de 1942, la Operación Attila acaba con el régimen títere y toda Francia queda ocupada. Es en ese marco que Bloch busca refugio en Fougères y por intermedio de un conocido se vincula a “Francotirador”, grupo clandestino integrante de los Movimientos Unidos de la Resistencia (MUR). Tenía en ese momento 57 años.
Su conocimiento de la vida militar, su capacidad y experiencia muy pronto se hicieron notar y fue nombrado Jefe de Redacción de Cahiers Politiques, proyecto encubierto del jefe antifascista Jean Moulin, pero además su condición de profesor en una universidad provincial le facilitó la construcción de redes locales y regionales de resistencia. Su cabello plateado, rostro fino, gruesos lentes y porte elegante le servían de cobertura para la nueva tarea a la que estaba consagrado.
Tras una serie de detenciones comienza a participar en el Comité Ejecutivo del MUR, que le confía la organización de la rebelión popular con que sería recibido el desembarco Aliado. Vivía solo y lo preocupaban las permanentes redadas de la Gestapo dirigida en la región por el carnicero Klaus Barbie, que podían descabezar a la organización y estaba angustiado por la suerte de sus hijos y de su esposa. Denunciado por un soplón, finalmente fue detenido mientras cruzaba un puente rumbo a su casa.
Vendrían meses de tortura en la Escuela de Sanidad Militar de Lyon. Su sobrino Jean Bloch Michel, que también estaba preso, relatará: “(…) le quebraron la  muñeca, las costillas y  lo sometieron nuevamente al suplicio del baño helado. Lo devolvieron de tarde a Montluc, en coma”. Hasta junio estuvo retenido en esa sombría fortaleza, adonde se enteró del desembarco Aliado.
EL FUSILAMIENTO
Pese a que desde hace  10 días Normandía está en manos Aliadas, la maquinaria de muerte de Alemania no se detiene. Es el 16 de junio de 1944 y el clima está templado; en Lyon, en el presidio de Montluc alrededor de treinta detenidos, entre los cuales está Marc Bloch, son obligados a subir a camiones bajo la custodia de oficiales y soldados. Comienza un trágico periplo, que hace escala en la imponente Place Bellecour, frente a la sede de la Gestapo, para luego continuar hacia las orillas del Río Sajona. Los prisioneros no lo pueden saber, pero el destino es Saint Didier de Formans.
El historiador, maltrecho, sabe que no hay esperanza pero se conmueve ante un aterrado jovencito que viaja junto a él. Piensa que bien podría haber sido uno de sus tantos alumnos y trata de convencerlo de que las balas alemanas no le podían hacer daño. Mientras, lentamente,  la ciudad de Lyon va quedando atrás, perdida entre cerros; precisamente, su nombre viene del fondo de los tiempos y significa “colina de los cuervos”, en referencia a la gran cantidad de estas aves que cruza la región.
Algún que otro solitario graznido anuncia el sacrificio, cuando a eso de las 8 de la noche llegan  a destino. Luego de descender del camión, los prisioneros, agrupados de a cuatro, son obligados a caminar, para poder ser fusilados por la espalda. Es en ese momento postrero, que en la campiña, rebelde y desafiante, un último bramido de Bloch, resuena para la historia: ¡Vive la France!

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