domingo

CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE) 86 - LOS CANTOS DE MALDOROR


CANTO TERCERO

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El erizo que pasaba le clavó sus púas en la espalda y dijo: “Eso para ti. El sol está en la mitad de su carrera; trabaja, haragán, y no comas el pan de los otros. Espera un rato y ya verás si llamo a la cacatúa de rostro ganchudo.” El picoverde y la lechuza que pasaban le clavaron el pico en el vientre y dijeron: “Esto es para ti. ¿Qué vienes a hacer a esta tierra? ¿Has llegado para ofrecer esta siniestra comedia a los animales? Pues ni el topo, ni el casuario, ni el flamenco te imitarán; te lo juro.” El asno que pasaba le dio una coz en la sien y dijo: “Eso para ti. ¿Qué te hice yo para que me dieras unas orejas tan largas? Hasta el grillo me desprecia.” El sapo que pasaba le arrojó un chorro de baba a la frente y dijo: “Eso para ti. Si no me hubieras hecho el ojo tan voluminoso, al encontrarte en el estado en que te veo, habría ocultado púdicamente la belleza de tus miembros bajo una lluvia de ranúnculos, de miosotis y de camelias, para que nadie te viera.” El león que pasaba inclinó su real semblante y dijo: “En cuanto a mí, lo respeto aunque nos parezca que su esplendor sufre un momentáneo eclipse. Vosotros que presumís de orgullosos, y no sois más que cobardes, pues lo habéis agredido mientras dormía, ¿os gustaría estar en su lugar y sufrir de parte de los que pasan, la injurias que no le habéis ahorrado?” El hombre que pasaba se detuvo ante el Creador irreconocible y, con los aplausos de la ladilla y de la víbora ¡defecó durante tres días sobre el augusto rostro! ¡Malhadado el hombre culpable de esa injuria, que no supo respetar al enemigo, caído sobre una mezcla de barro, sangre y vino, indefenso y casi inanimado!... Entonces, el Dios soberano, despierto al fin por todos esos mezquinos insultos, se levantó como pudo; tambaleándose fue a sentarse en una piedra, con los brazos caídos como los dos testículos de un tísico; y lanzó una mirada vidriosa, sin fuego, sobre toda la naturaleza que le pertenecía. Oh humanos, sois los niños terribles, pero os suplico que perdonemos a esa gran existencia que todavía no ha concluido de dormir el líquido inmundo, y no habiendo recuperado bastante fuerza para mantenerse de pie, vuelve a caer pesadamente sobre una roca en la que se sienta, como un viajero. Poned atención en ese mendigo que pasa; vio que el derviche extendía un brazo hambriento, y, sin saber a quien daba limosna, arroja un trozo de pan en la mano que implora misericordia. El Creador le expresa su agradecimiento con una inclinación de cabeza. ¡Oh, no, nunca sabréis lo difícil que resultad empuñar constantemente las riendas del universo! Hay veces que la sangre se sube a la cabeza, cuando uno se dedica a sacar de la nada un último cometa, con una nueva raza de espíritus. La inteligencia, demasiado removida hasta las heces, se retira como alguien derrotado, y puede caer, una vez en la vida, en los desvaríos de que habéis sido testigos.

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