domingo

HORACIO QUIROGA - LOS “TRUCOS” DEL PERFECTO CUENTISTA Y OTROS ESCRITOS


Selección, prólogo y notas: Beatriz Colombi y Danilo Albero-Vergara

PRIMERA ENTREGA


PRÓLOGO (1)

Caras y caretas dedica las primeras páginas de su número 1496 (1927) a cubrir la proeza de Lindbergh, que acaba de unir New York y París en un vuelo de 36 horas sin escalas con su “Sprit of Saint Louis”. Entre el copioso despliegue fotográfico, declaraciones ad hoc y un dibujo en primer plano del aviador con los ojos perdidos en un horizonte que él ya sabe expugnable, aparece, en un recuadro fileteado art nouveau, un poema de Fernández Moreno compuesto para la ocasión. La poesía compara el raid aéreo con las hazañas de Aquiles, Roldán y el Cid, en una suerte de asociación de tecnología y épica que renueva el ideal aventurero, individualista y pionero de los comienzos de la Modernidad, cuando el hombre renacentista se hizo a la mar en busca de oro, especias y gloria. La gesta de Lindbergh, como tantas otras del primer tercio del siglo, será el último eslabón de la ideología del pionerismo basada en la exaltación del sujeto y el individualismo. Es la culminación también del “espíritu aventurero” del siglo XIX, potenciado por la idea del progreso difundida por la ciencia y las hipótesis no menos progresistas de la literatura de aventura y ciencia ficción. Después, la ciencia de nuestro siglo se encargará de monitorizar y racionalizar la aventura, y el pensamiento contemporáneo de desmembrar la certidumbre del sujeto. Pero eso será sólo después.

Horacio Quiroga aparece aun envuelto en este halo de pionerismo, tanto en su vida como en su obra. Así, la empresa de cultivo de algodón en el Chaco, la radicación en Misiones, el cientificismo amateur, la aficción artesanal, los cuentos “del monte” y su concepción de la literatura como expresión de una verdad que sólo se encuentra en lo vivido, se inscriben en ese proyecto de colono moderno. Él mismo protagoniza una de las experiencias consideradas de las más osadas por sus contemporáneos: vuela en un aeroplano, hecho que registra en “Sensaciones de acrobacia aérea”, de 1920. El estilo del artículo consigue el efecto de inmediatez, vértigo y espacialidad, creando la “ilusión de estar ahí” que caracteriza a la nueva retórica periodística. Quiroga incorpora además la jerga de la nueva actividad: “looping”, “vrille”, con la misma obsesión por la palabra exacta con que abordó, en sus primeros escritos, las experiencias aun decimonónicas del mesmerismo, el hipnotismo, el haschich o los fenómenos parapsicológicos, como si al usar las palabras que designa “lo nuevo” pudiera análogamente apoderarse de la novedad.

Al abordar el estudio de Horacio Quiroga, cualquiera que sea el aspecto de su obra que se contemple, resulta casi inevitable ceder a la seducción de su biografía, lo suficientemente intensa, dramática y peregrina, como para crear una demanda casi impúdica de datos y sucesos, detalles y precisiones, simetrías y reiteraciones, semejante a la inquietud que despierta su escritura (1). Su historia personal contiene esa cuota de “efecto” que él requería para sus cuentos y puede llevarnos a sospechar, además de las fatalidades que todos conocemos, un diseño premeditado: una vida rica en experiencias para alimentar una literatura rica en efectos. Quizás la metáfora espacial más perfecta de esta trayectoria vital sea el mirador de su bungalow en Misiones, desde donde Quiroga escribe dominando todo el paisaje, paisaje desmontado, modificado y laborado por su propio cuerpo, en una perpetua alquimia de vida-escritura, escritura-vida.


Notas

(1) Para un estudio de su biografía véase: Delgado, José M. y Brignole, Alberto, Vida y obra de Horacio Quiroga, Montevideo, C. García Editorial, 1939; Rodríguez Monegal, Emir, Genio y figura de Horacio Quiroga, Buenos Aires, Eudeba, 1967 y El desterrado, vida y obra de Horacio Quiroga, Buenos Aires, Losada, 1968, Lafforgue, Jorge, Prólogo a Los desterrados y otros textos, Antología, 1907-1937; Madrid, Castalia, 1990.

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