domingo

ESPEJOS ONÍRICOS - GABRIEL PAREDES


De repente una extraña sensación de conciencia apareció en mi mente y me di cuenta que ella estaba sentada al lado mío, mirándome. Blanca, en silencio, noté en sus ojos verdes tres pequeños puntos luminosos casi alineados -si no fuera porque el del medio se encontraba en una línea superior a los otros dos, formando un triángulo bastante irregular- que resplandecían en sus profundidades. Mi foco visual saltaba de un ojo a otro, mientras intentaba saber qué era lo que generaba esa luz, o si efectivamente era un reflejo. Me mantuve hipnotizado, embobado, y al detenerme primero en el izquierdo supuse que se veía como un agujero negro. La nube de polvo estelar -contenida en su iris- de tonos grises, intercalado con marrones, azules, verdes y dorados parecía inmóvil a pesar de la arrolladora succión del indescifrable conducto espacial, del que ni siquiera la luz puede escapar. El derecho era casi idéntico, pero con el pequeño detalle de un punto oscuro, un planeta, o una nave tripulada que se pierde en los confines del universo.

El quejumbroso canto de un tero liberó mi mirada de la imponente fuerza gravitacional de aquellos cuerpos astronómicos, terminando con la repentina odisea espacial. Miré a mi alrededor, vi la luna diurna y el sol que ya descendía.

Entonces supe que no tenía idea de dónde estaba. Me vi en un pequeño valle, junto a una cañada en la que apenas corría un hilo de agua y cercado por cerros de mediana altura. La monotonía de la pradera en la que sólo se veían algunas grandes piedras volcánicas era interrumpida apenas por un solitario ombú.

Me sentí paralizado, perdido en el tiempo. No vi alambrados ni señales de civilización humana. Ni siquiera había vacas.

-¿Dónde estamos? -le pregunté a ella, que seguía al lado mío.

-Ni idea. ¿Para que querés saber? 

Yo no le respondí y esperé.

-Siempre querés saber todo. ¿No te aburrís? A mí lo que me importa es saber que estás conmigo acá.

Sus palabras me tranquilizaron y me dibujaron una sonrisa que fue devuelta enseguida. Pasé mi brazo alrededor de su cuello y le besé la mejilla. Estuvimos unos minutos contemplando con asombro el paisaje desconocido hasta que un tenue aleteo la distrajo.

-¡Mirá! -señaló emocionada a la Mariposa Monarca de alas gastadas que se posó en su brazo. -Nos vino a visitar. En algún lado leí que estos bichitos tan frágiles pueden hacer viajes de miles de kilómetros. Pueden cruzar océanos.

-No tenía idea. ¿No te aburrís de saber todo? -dije.

Ella rió y la mariposa, luego del breve descanso, decidió continuar con su viaje. La vimos alejarse lentamente, recorriendo raros espirales en el aire, y justo cuando desaparecía me comentó:

-Sabés. Creo que alguna vez soñé con este lugar, pero vos no estabas.

Se tomó unos segundos para contemplar otra vez la llanura. 

-Sí, seguro que era acá. Pero el cielo estaba rojo, aunque yo sabía que era de noche y era el Apocalipsis. No sé cómo explicarte -me miró con seriedad y marcó un silencio.

-Ahora no podés dejarme con la intriga.

Ella pareció buscar un recuerdo en el horizonte, en lo más profundo de su mente, hasta que  se decidió a hablar:

-A ver, era como que de un momento a otro varios universos paralelos coincidían en un mismo espacio. Por allá -dijo señalando la ladera de un cerro- se veía una procesión, con gente de a pie y gente en carretas, como las de la Edad Media; iban de oeste a este y las personas que caminaban llevaban látigos para autoflagelarse. Sabés, ahora que lo digo, es raro ese detalle, simplemente sabía los puntos cardinales, y yo soy malísima para orientarme.

Yo escuchaba atentamente y movía la cabeza para que siguiera.

-Entonces pasó que en ese mismo lugar caía un avión, explotaba y volaban pedazos de metal, aunque lo increíble era que la procesión continuaba como si nada: los dos sucesos no se tocaban y yo veía todo como si el mundo se fuera a la mierda pero sólo para mí. En otro punto del cielo habían chocado dos helicópteros y estaban suspendidos en el aire, en el tiempo, y se veía el fuego inmóvil. Era todo muy loco, vas a decir que estoy loca.

-La locura tiene sus encantos. ¿Qué más viste?

Me miró desconfiando de mi asombro risueño, pero siguió contando:

-Bueno, si vos decís. Pero no te rías.

-Voy a hacer lo posible.

-Y entonces de un momento a otro me di cuenta que estaba con mi abuela y empezamos a notar que en el aire había una niebla espesa. La procesión se dirigía hacia una especie de portal, como una rajadura en el aire, casi ovalada, y desde ahí salió un hombre alto y serio, vestido con traje negro y un sombrero de esos que usaban en el siglo dieciocho. El hombre se acerca caminando hasta nosotras, y sin que le preguntemos nada nos empieza a hablar. Nos dijo, antes de seguir su camino hacia el oeste, que la niebla la estaba generando el gobierno en conjunto con las multinacionales, para intentar ocultar lo que estaba pasando. Pero lo más raro, y lo que creo que explica mejor todo era que yo no podía interactuar con nada sólido. Creía que estaba apoyada en el suelo pero no, flotaba. Me di cuenta cuando quise levantar una de esas piedras, por si tenía que defenderme de alguna cosa: mi mano las traspasaba como los fantasmas. Después, cuando me desperté me puse a pensar y me hice la idea de que la explicación era que en las otras dimensiones del tiempo y el espacio que se habían superpuesto ya había llegado la etapa del fin del mundo, o como quieras llamarle, y por eso no le daban bola a nada y seguían en la de ellos: ya estaban acostumbrados. Pero no te imagines un Apocalipsis como el de la Biblia.

Se calló un momento, me miró enajenada y me di cuenta que ya no sabía qué más contar.

-¿Y decís que todo eso pasó exactamente en este lugar?

-No tengo la más mínima duda.

-Qué sueño más raro. Yo siempre me los olvido cuando me despierto, o me acuerdo de algunos no tan espectaculares. En cualquier momento el cielo queda rojo.

Quedé pensando en las imágenes que ella me había regalado, y recordé los puntos luminosos. Busqué su mirada nuevamente y ahí estaban, como al principio. Esta vez supe que no podían ser reflejos, porque la única fuente de luz que había en el lugar era el sol, que además de ser uno solo, estaba a sus espaldas.

-¿Vos me amás? -pregunté cortando grueso.

Respondió primero con una media sonrisa.

-¿Sabés lo que pasa? Yo no sé si vos sos real. A veces pienso que sos un fantasma o que pertenecés a otra dimensión, o a un sueño, y que sólo yo puedo verte. He llegado a pensar que estoy loca y vos sos una alucinación.

-No digas estupideces -traté tranquilizarla. -Tocame y vas a ver que soy de carne y hueso.

-¿Te das cuenta que nadie de mis conocidos sabe quién sos? -preguntó. -No tengo pruebas de tu existencia. Una vez le conté de vos a una amiga y no me creyó.

-Mejor. Me tenés sólo para vos -y su cara me hizo saber que mi sentido del humor ya no era efectivo.

-Siempre te tomás todo para la joda. Parecés un niño -no supe si eso era bueno o malo. -¿Alguna vez leíste a Bradbury?

-Sí, alguna cosa. -mentí para no interrumpirla. -¿Por?

-Bueno, hay dos cuentos que si bien no explican exactamente cómo me siento, se acercan bastante. Uno está en El hombre ilustrado, aunque no me acuerdo bien del nombre: sé que trata sobre la mujer de un astronauta. El otro está en las Crónicas Marcianas y se llama Los hombres de la tierra.

-Los tendré que leer.

-Me parece bien. Pero mejor hablemos de otra cosa.

Estiré mis brazos para desperezarme y me acosté boca arriba en el pasto, mirando  la tenue luna. Ella hizo lo mismo.

-Siempre quise ir a la luna, desde chico -dije para hacerle el favor. -Me acuerdo que pasaba horas mirándola, y cuando había eclipses me quedaba sin dormir para no perderme nada. Con el tiempo me enteré que iba a ser casi imposible cumplir mi sueño de pisar ese lugar tan misterioso. En la tele una vez vi un documental que decía que era seguro que en unos años empezara el turismo lunar, pero ta, esas cosas son para los millonarios. Ya me resigné a verla siempre desde acá.

-Desde acá se ve muy linda. A mí me gusta verla nacer en el campo: aparece inmensa entre los cerros, a veces roja, otras anaranjada y hasta amarilla.

Y me clavó los ojos buscando algo.

Ahí estaban, más misteriosos que nunca, aquellos tres puntos luminosos. Los miré un rato largo, noté que titilaban y me di cuenta, como en una epifanía, que eran estrellas.

Ella dijo algo que no pude entender del todo y su brillo misterioso apuntó hacia la noche. Entre todos los puntos luminosos hubo tres que me resultaron familiares, porque formaban un triángulo.

Volví a mirarla y ella entrecerró los párpados para enfocarme mejor. Entonces pareció encontrar algo y se puso más hermosa que nunca.

-¿Qué tengo? -pregunté intrigado.

-Ya está. Es imposible que seas real. Tenés estrellas en tus ojos.

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