domingo

CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE) 83 - LOS CANTOS DE MALDOROR


CANTO TERCERO

3 (1)

Tremdall acaba de estrechar por última vez la mano a aquel que se ausenta voluntariamente, siempre huyendo hacia adelante, siempre con la imagen del hombre que lo persigue. El judío errante piensa que, si el cetro de la Tierra perteneciera a la raza de los cocodrilos, no huiría de ese modo. Tremdall, de pie en el valle, ha puesto una mano ante los ojos, para concentrar los rayos solares y hacer más penetrante su visión, mientras la otra palpa el seno del espacio, con el brazo horizontal e inmóvil. Inclinado hacia adelante, estatua de la amistad, mira, con ojos que tienen el misterio del mar, subir por la pendiente de la costa las polainas del viajero, con ayuda de su bastón herrado. Siente como si le faltara la tierra bajo los pies, y, aunque lo quisiera, no podría contener sus lágrimas y sus sentimientos:

“Él está lejos; veo desplazarse su silueta por un estrecho sendero. ¿Adónde se dirige con paso tardo? Ni él mismo lo sabe… Sin embargo, estoy convencido de que no sueño: ¿qué cosa se acerca y va al encuentro de Maldoror? ¡Qué dragón enorme… mayor que una encina! Se diría que sus alas blancuzcas fijadas por fuertes inserciones, tienen nervaduras de acero, por la facilidad con que cortan el aire. Su cuerpo comienza con un busto de tigre y termina en una larga cola de serpiente. Yo no estaba habituado a ver cosas así. ¿Qué tiene en la frente? Veo escrito en ella, en lenguaje simbólico, una palabra que no puedo descifrar. Con un aletazo final se traslada cerca de aquel cuyo timbre de voz conozco. Le dice: ‘Esperaba encontrarte y tú también. Ha sonado la hora: aquí estoy. Lee en mi frente mi nombre escrito con caracteres jeroglíficos.’ Pero aquel, apenas ve llegar al enemigo, se metamorfosea en una inmensa águila, y se prepara para el combate haciendo rechinar de contento su pico encorvado, queriendo decir con eso, que él solo se basta para devorar la parte posterior del dragón. Ahí están, trazando circuitos concéntricos gradualmente decrecientes, espiando sus recíprocos recursos antes de entrar en combate; y hacen bien. El dragón me parece más fuerte; me gustaría que obtuviera la victoria sobre el águila. Este será un espectáculo que me deparará grandes emociones, y en el que está empeñada una parte de mi ser. Poderoso dragón, te estimularé con mis gritos, si es necesario, pues es conveniente para el águila que sea vencida. ¿Qué esperan para atacarse? Me domina una zozobra mortal. Vamos, dragón, comienza el ataque, tú primero. Acabas de administrarle un golpe seco con tu garra: no está del todo mal. Te aseguró que el águila lo sintió; el viento se lleva la belleza de sus plumas, manchadas de sangre. ¡Ah!, el águila te arranca un ojo con su pico, y tú, tú tan sólo le arrancaste la piel: tú hubieras debido cuidar mejor. Bravo, toma tu desquite y rómpele un ala; no hay nada que decir, tus dientes de tigre son excelentes. ¡Si pudieras acercarte al águila mientras, dando vueltas en el espacio, se precipita hacia la campiña! Compruebo que esta águila provoca tu prevención, hasta cuando cae. Ahora está en tierra, ya no podrá levantarse. El aspecto de todas sus heridas abiertas me embriaga. Vuela a ras del suelo a su alrededor, y, con los golpes de tu cola escamosa de serpiente, acaba con ella, si puedes. Ánimo, hermoso dragón; húndele tus garras vigorosas, de modo que la sangre se mezcle con la sangre para formar arroyos que no contengan agua. Fácil es decirlo, pero no es fácil hacerlo.

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