XIX / CUENTOS DE LA TIERRA PURPÚREA (4)
“La plática y las risas duraron unas dos horas más; entonces poco a poco dejaron de oírse; la luz desapareció de las hendijas y todo quedó a escuras y en silencio. Naides salió, y por último, vencido por el sueño, me quedé dormido. Era de día cuando desperté. Me levanté y di una güelta a la tapera y encontrando una rajadura en el adobe, me asomé pa dentro de la pieza de la bruja. Se vía lo mesmito que la noche antes; ay estaba la olla y el montón de cenizas, y en el rincón estaba echada la bruta de mujer, engüelta en sus cueros. Después de eso monté mi caballo y me jui. ¡Quiera Dios que nunca jamás tenga otra vez una esperensia como la de aquella noche!
Entonces los otros hombres dijeron algo de brujería, todos con las caras muy graves.
-¡Usted tendría tal vez mucha hambre y estaría muy cansado aquella noche -me aventuré a decir-, y probablemente después que aquella mujer cerró su puerta, usted se quedaría dormido, y soñó todo eso de la gente comiendo fruta y tocando la guitarra!
-Ayer estaban cansados nuestros fletes y estábamos escapando pa salvar el garguero -repuso Blas, desdeñosamente-. Tal vez jue eso lo que nos haría soñar que agarramos los cinco zainos negros que nos trujeron aquí.
-Cuando una persona no cree, es al ñudo disputar con ella -dijo Mariano, un hombrezuelo moreno de pelo canoso-. Aura les contaré una curiosa aventura que me pasó a mí cuando joven; pero ricuerden que yo a naides le pongo un trabuco en el pecho pa obligarlo a que me crea. Porque lo que es, es: y el que no crea menee la cabeza hasta que se le despegue y caiga al suelo como un coco de árbol…
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