domingo

LECCIONES DE VIDA (13) - ELISABETH KÜBLER-ROSS Y DAVID KESSLER


2 / LA LECCIÓN DEL AMOR (4)

EKR

Hace unos años, conocí a un niño que estaba ansioso por dar amor y encontrar la vida a pesar de hallarse al final de la suya. Tenía nueve años, y hacía seis que padecía un cáncer. Un día, en el hospital, lo miré y me di cuenta que había dejado de luchar. Eso era todo. Había aceptado la realidad de su muerte. El día que se iba a su casa me detuve en su habitación para despedirme. Me sorprendió que me preguntara si quería acompañarlo a su domicilio y, cuando eché una ojeada a mi reloj, me aseguró que no tardaríamos mucho. Llegamos a su calle y aparcamos. El niño le pidió a su padre que le bajara la bicicleta, que había estado colgada en el garaje tres años sin que nadie la utilizara. Su gran ilusión era dar una vuelta a la manzana montado en ella, pues nunca había podido hacerlo. Le pidió a su padre que colocara las ruedecillas auxiliares. Se necesita mucho valor para formular una petición como aquella, porque resulta humillante que los otros niños te vean circular con las ruedecillas puestas mientras ellos realizan saltos y piruetas con sus bicicletas. Su padre lo hizo con los ojos llenos de lágrimas.

A continuación, el niño me miró y dijo: “Tu labor es frenar a tu madre.”

Ya sabemos cómo son las madres. Quieren protegernos en todo momento. Su madre quería sujetarlo durante toda la vuelta alrededor de la manzana, pero aquello lo privaría de su gran victoria. Ella lo comprendió. Sabía que una de las últimas cosas que podía hacer por su hijo era contener, por amor, sus ansias de protegerlo mientras se enfrentaba a su último y gran reto.

Lo observamos mientras se alejaba, y aquel tiempo nos pareció una eternidad. Más tarde, lo vimos aparecer por la otra esquina. Apenas mantenía el equilibrio y estaba terriblemente cansado y pálido. Nadie había creído que pudiera montar su bicicleta, pero lo hizo, y llegó, radiante, hasta nosotros. A continuación le pidió a su padre que desmontara las ruedecillas auxiliares y los subimos, a él y a la bicicleta, al piso de arriba. “Cuando mi hermano regrese de la escuela, ¿le diréis que venga?”, preguntó.

Dos semanas más tarde, su hermano pequeño, que iba a primero, nos contó que su hermano le había regalado la bicicleta por su cumpleaños porque sabía que aquel día ya no estaría allí. Sin disponer de mucho tiempo ni energía, aquel valeroso niño había realizado sus últimos sueños, que consistían en dar la vuelta a la manzana en bicicleta y regalársela a su hermano pequeño.

Todos tenemos, en nuestro interior, sueños de amor, de vida y de aventuras. Pero, por desgracia, también tenemos muchas razones para no intentar realizarlos. Estas razones parecen protegernos, pero en realidad nos aprisionan. Mantienen a la vida alejada de nosotros. La vida pasará antes de lo que creemos, y si tenemos bicicletas que queremos montar y personas a las que queremos amar, este es el momento de hacerlo.

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