sábado

GASTON BACHELARD - LAUTRÉAMONT (CONCLUSIÓN 2)


CONCLUSIÓN

II (2)

Esa agresión gobernada por un instante ducassiano se encuentra tanto en el instinto como en la inteligencia. Hay que situar la crueldad en el origen del instinto; la conducta animal no puede comenzar sin crueldad. El ser más ínfimo, la mariposa más inocente ante la flor más bella, no puede desenvolver su trompa sin un gesto de ataque. Pero la inteligencia también debe tener un mordiente, pues ataca un problema. Si sabe resolverlo, le confía el resultado a la memoria, a lo organizado, pero, mientras organiza verdaderamente, agrede, transforma. Una inteligencia viva es ayudada por una mirada viva y por palabras vivas. Tarde o temprano, debe herir. La inteligencia siempre es un factor de sorpresa, de estratagema. Es una fuerza hipócrita. Cuando ataca resueltamente, es después de mil fintas. La inteligencia es una garra que rompe rasguñando.

A partir de ello, la ecuación cailloisiana, sobre todo si se insiste un poco en la fase inicial de agresión, nos conduce a la idea de que el acto puro debe desear una forma, una coherencia, un éxito total ya asegurado en su agresión inicial. El acto puro, bien destacado de las funciones pasivas de la simple defensa, es entonces poetizante, en toda la acepción del término. Determina una conducta en el animal y un mito en el hombre primitivo. Pierre Janet ha valorado muy justamente la fase de inauguraciones que sitúa a toda ceremonia en un tiempo depurado, que la arranca a la vida cotidiana, que impone una poesía, que da en un instante supremacía a la causa formal sobre la causa eficiente. Al estudiar la obra de Armand Petitjean, veremos que el acto puro determina un arte y una ciencia en su novedad, y que, en consecuencia, las relaciones de la imaginación y de la voluntad son más estrechas de lo que generalmente se supone. De cualquier modo, hemos dicho lo suficiente en lo que concierne a la tesis de Roger Caillois para hacer comprender que puede verse en ella una extrapolación de los impulsos ducassianos, un prolongamiento del eje ducassiano  por el lado de los valores biológicos. Esta zona de la vida primitiva es extremadamente rica y diversa. Como lo dejábamos prever antes, (2) el bestiario de nuestros sueños anima una vida que retorna a las profundidades biológicas. El simbolismo sexual del psicoanálisis clásico sólo es un aspecto del problema. Todas las funciones pueden crear símbolos; todas las herejías biológicas pueden dar fantasmas. Roger Caillois descubre y explora ese infrarrojo de la vida ardiente del que no se suponía la extensión antes de su libro: Le mythe et l’homme.

Recíprocamente, nos parece que el lautréamontismo ejecuta, en un modo algo agrandado, una parte de las fuerzas vitales poetizantes destacadas por Caillois. En efecto, con Lautréamont la poesía se instala francamente en un dinamismo claro, como necesidad de actos, como voluntad de aprovechar todas las formas vivientes para caracterizar poéticamente la acción de esas formas, su causalidad formal. Pero las conductas ducassianas son más bien lanzadas que proseguidas; terminan pues por perder la flexibilidad de las conductas reales, así como la ternura de las conductas poéticas. Son tan atropelladas, tan directas que no pueden recibir todas las finas solicitaciones que el mito poético llega a integrar a la conducta animal que le sirve de base. Se explica uno entonces que la poesía ducassiana, llena de sobreabundante fuerza nerviosa, porte una marca decididamente inhumana y que no nos permita hacer la síntesis armoniosa de las fuerzas oscuras y de las fuerzas disciplinadas de nuestro ser.


Notas

(2) Cf. supra, p. 19.

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