martes

NOCHE OSCURA (17) - SAN JUAN DE LA CRUZ


CAPÍTULO 11

Decláranse los tres versos de la canción (1)

1 / La cual inflamación de amor, aunque comúnmente a los principios no se siente, por no haber uviado o comenzado a emprenderse por la impureza del natural o por no le dar lugar pacífico en sí al alma por no entenderse, como habemos dicho -aunque a veces, sin y con eso, comienza luego a sentirse alguna ansia de Dios-, cuanto más va, más se va viendo el alma aficionada e inflamada en amor de Dios, sin saber ni entender cómo y de dónde le nace el tal amor y afición; si no que ve crecer tanto en sí (a veces) esta llama e inflamación, que con ansias de amor desea a Dios, según David, cuando en esta Noche, lo dice de por sí por estas palabras, es a saber: Porque se inflamó mi corazón (es a saber, en amor de contemplación) también mis renes se mudaron (esto es, mis apetitos de afecciones sensitivas se mudaron, es a saber, de la vida sensitiva a la espiritual, que es la sequedad y cesación en todos ellos que vamos diciendo); Y yo, dice, fui resuelto en nada y aniquilado, y no supe (Ps. 72, 21, 22). Porque, como habemos dicho, sin saber el alma por donde va, se ve aniquilada a todas las cosas de arriba y de abajo que solía gustar, y sólo se ve enamorada sin saber cómo.

Y, porque a veces crece mucho la inflamación de amor en el espíritu, son las ansias de Dios tan grandes en el alma, que parece se le secan los huesos en esta sed, y se marchita el natural, y se estraga su calor y fuerza por la viveza de la sed de amor. La cual también David tenía y sentía cuando dijo: Mi alma tuvo sed a Dios vivo (Ps. 41, 3); que es tanto como decir: Viva fue la sed que tuvo mi alma. La cual sed, por ser viva, podemos decir que mata de sed. Pero es de notar que la vehemencia de esta sed no es continua, sino algunas veces, aunque de ordinario suele sentir alguna sed.

2 / Pero hace de advertir que (como aquí comencé a decir) a los principios comúnmente no se siente este amor, sino la sequedad y vacío que vamos diciendo; y entonces, en lugar de este amor que después se va encendiendo, lo que trae el alma en medio de aquellas sequedades y vacíos de las potencias es un ordinario cuidado y solicitud en Dios, con pena y recelo de que no le sirve; que no es para Dios poco agradable sacrificio ver andar el espíritu contribulado y solícito por su amor.

Esta solicitud y cuidado pone en el alma aquella secreta contemplación, hasta que por tiempo, habiendo purgado algo el sentido, esto es, la parte sensitiva, de las fuerzas y aficiones naturales por medio de las sequedades que en ella pone, vaya encendiendo en el espíritu este amor divino. Pero entretanto, en fin, como el que está puesto en cura, todo es padecer en esta oscura y seca purgación del apetito, curándose muchas imperfecciones e imponiéndose en muchas virtudes, para hacerse capaz del dicho amor, como ahora se dirá sobre el verso siguiente:

¡Oh dichosa ventura!

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