CAPÍTULO 9
De las señales en que se conocerá que el espiritual va por el camino de esta noche y purgación sensitiva (1)
1 / Pero, porque estas sequedades podrían proceder muchas veces, no de la dicha Noche y purgación del apetito sensitivo, sino de pecados e imperfecciones, o de flojedad y tibieza, o de algún mal humor o indisposición corporal, pondré aquí algunas señales en que se conoce si es la tal sequedad de la dicha purgación, o si nace de algunos de los dichos vicios. Para lo cual hallo que hay tres señales principales.
2 / La primera es si, así como no halla gusto ni consuelo en las cosas de Dios, tampoco le halla en alguna de las cosas criadas, porque, como pone Dios al alma en esta oscura Noche a fin de enjugarle y purgarle el apetito sensitivo, en ninguna cosa le deja engolosinarse ni hallar sabor. Y en esto se conoce muy probablemente que esta sequedad y sinsabor no proviene ni de pecados ni de imperfecciones nuevamente cometidos; porque, si esto fuese, sentirse hía en el natural alguna inclinación o gana de gustar de otra alguna cosa que de las de Dios; porque, cuando quiera que se relaja el apetito en alguna imperfección, luego se siente quedar inclinado a ella poco o mucho, según el gusto y afición que allí aplicó. Pero, porque este no gustar ni de cosa de arriba ni de abajo podría provenir de alguna indisposición o humor melancólico, el cual muchas veces no deja hallar gusto en nada, es menester la segunda señal y condición.
3 / La segunda señal para que se crea ser la dicha purgación, es que ordinariamente trae la memoria en Dios con solicitud y cuidado penoso, pensando que no sirve a Dios, sino que vuelve atrás, como se ve con aquel sinsabor en las cosas de Dios. Y en esto se ve que no sale de flojedad y tibieza este sinsabor y sequedad; porque de razón de la tibieza es no se le dar mucho ni tener solicitud interior por las cosas de Dios.
De donde entre la sequedad y tibieza hay mucha diferencia, porque la que es tibieza tiene mucha flojedad y remisión en la voluntad y en el ánimo, sin solicitud de servir a Dios; la que sólo es sequedad purgativa tiene consigo ordinaria solicitud con cuidado y pena (como digo) de que no sirve a Dios. Y esta, aunque algunas veces sea ayudada de la melancolía u otro humor -como muchas veces lo es-, no por eso deja de hacer su efecto purgativo del apetito, pues de todo gusto está privado y sólo su cuidado trae en Dios. Porque cuando es del puro humor, sólo se va en disgusto y estrago del natural, sin estos deseos de servir a Dios que tiene la sequedad purgativa, con la cual, aunque la parte sensitiva está muy caída y floja y flaca para obrar por el poco gusto que halla, el espíritu, empero, está pronto y fuerte.
4 / Porque la causa de esta sequedad es porque muda Dios los bienes y fuerza del sentido al espíritu, de los cuales, por no ser capaz el sentido y fuerza natural, se queda ayuno, seco y vacío; porque la parte sensitiva no tiene habilidad para lo que es puro espíritu, y así, gustando al espíritu, se desabre la carne y se afloja para obrar. Mas el espíritu que va recibiendo el manjar anda fuerte y más alerta y solícito que antes en el cuidado de no faltar a Dios; el cual, si no siente luego al principio el sabor y deleite espiritual, sino la sequedad y sinsabor, es por la novedad del trueque, porque, habiendo tenido el paladar hecho a estotros gustos sensibles (y todavía tiene los ojos puestos en ellos) y porque también el paladar espiritual no está acomodado ni purgado para tan sutil gusto, hasta que sucesivamente se vaya disponiendo por medio de esta seca y oscura Noche no puede sentir el gusto y bien espiritual, sino la sequedad y sinsabor, a falta del gusto que antes con tanta facilidad gustaba.
5 / Porque estos que comienza Dios a llevar por estas soledades del desierto son semejantes a los hijos de Israel, que luego en el desierto les comenzó Dios a dar el manjar del cielo, que de suyo tenía todos los sabores y, como allí se dice (Sap. 16, 20-21), se convertía al sabor que cada uno quería; con todo, sentían más las faltas de los gustos y sabores de las carnes y cebollas que comían antes en Egipto -por haber tenido el paladar hecho y engolosinado en ellas- que la dulzura delicada del maná angélico, y lloraban y gemían por las carnes entre los manjares del cielo (Num. 11, 55). Que a tanto llega la bajeza de nuestro apetito, que nos hace desear nuestras miserias y fastidiar el bien incomunicable del cielo.
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